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Por Fabián Lebenglik El científico, editor y artista Rudolf Steiner nació en Austria en 1861 y murió en Suiza en 1925. Fue el fundador de la antroposofía, disciplina un tanto esotérica, basada en el principio de que la espiritualidad del mundo puede aprehenderse por el pensamiento puro, a través de las facultades más altas del conocimiento. Steiner sostenía que la percepción espiritual es independiente de los sentidos. Admirador de Goethe, Fichte y Nietzsche, su teoría buscaba reunir razón y espiritualidad. Steiner trabajó en la edición de las obras completas de Goethe hacia fines del siglo XIX. Por esos años publicó La filosofía de la libertad y luego se mudó a Berlín, donde editó el periódico literario Magazin für Literatur. En 1912 fundó la Sociedad Antroposófica, para llevar su teoría a un plano de institucionalización. Las clases de Steiner por Europa se transformaron en un acontecimiento cultural. Entre los que asistieron a sus conferencias se cuentan Kafka y Einstein, Kandinsky, Xul Solar y Rosa Luxemburgo. Joseph Beuys, muchos años después, se consideró un discípulo de las enseñanzas de Steiner cuando usó el pizarrón como soporte de su obra y como prolongación de su pensamiento. A partir de los años de la Primera Guerra Mundial a una alumna de Steiner se le ocurrió tapar el pizarrón con cartulina negra antes de cada conferencia y, gracias a esta idea, se conservan más de mil pizarrones escritos y dibujados por el maestro con tizas blanca y de colores. Todos esos pizarrones fueron guardados en Suiza y se comenzaron a exhibir en 1992. En la amplia exposición del Museo de Bellas Artes, cada una de las decenas de pizarras �fechadas por el propio Steiner� se muestran junto con un pequeño cartel que, en pocas líneas, resume la disertación del profesor. Los pizarrones exhibidos se corresponden con clases dictadas entre 1919 y 1923: el tiempo transcurrido, el cambio de espacio y de función de los pizarrones (del ámbito del aula al de un museo) así como su misteriosa belleza �de una abstracción avant la lettre� los coloca en un nuevo contexto: el del arte. Steiner pensaba que hubo una vez en que el hombre participó plenamente de los procesos espirituales a través de una conciencia en estado de ensoñación, pero esta participación se había visto disminuida por la valoración excesiva de las cosas materiales. Sin embargo, la habilidad para volver a percibir lo espiritual �una capacidad innata, según él� depende de una suerte de entrenamiento de la conciencia, con el objetivo de colocar la atención en cuestiones que excedan el materialismo. En 1913, en Dornach, Suiza, Steiner fundó la primera Escuela de la Ciencia Espiritual. La antroposofía se extendió a varios países de Europa y a EE.UU. Como derivación de las escuelas de Steiner surgieron también escuelas para discapacitados, centros de salud, centros de investigación científica y matemática, escuelas de teatro, de oratoria, de pintura y escultura. Escribió varias obras filosóficas y de ciencias ocultas y en 1924 publicó una autobiografía. En los pizarrones de Steiner cada signo, línea, color e imagen se relaciona entre sí y desata una cadena asociativa. En cada pizarra siempre se construyen nuevos contextos de sentido y se genera una memoria visual sostenida por esa red de textos, diagramas y dibujos. Cada palabra se asocia no sólo a su etimología sino que se desata en varios sentidos posibles. La impresionante contemporaneidad de sus pizarrones, a su vez los muestra como condensación de los planteos formales de ciertas vanguardias abstractas de la época. A través de las pizarras desfilan la astronomía y los movimientos planetarios, los colores y las formas, la puesta en cuestión de la representación, la relación entre el cuerpo humano y el medio ambiente, así como el intercambio de fluidos entre el cuerpo y el mundo. También aparecen, como páginas de un cuaderno filosófico, la infancia, la vejez, la historia y el presente, la salud y la enfermedad, el estado de ensoñación y el sueño propiamente dicho. Luego de superado el impacto a primera vista, puede verse la relación, precisa y por momentos mágica, entre las palabras escritas y los colores y formas dibujados. Estos restos de una situación pedagógica también son vestigios de un modo de enseñar y transmitir el conocimiento según el cual la escena entre el profesor y el alumno es un campo donde todo es posible. Para Steiner, según se lee en alguno de los pizarrones, la educación debe ser un obra de arte. Según puede advertirse en estos pizarrones, todo pensamiento científico comprobado era puesto en duda por Steiner. Y algo que también resulta evidente en estas pizarras es que para él el dibujo y la escritura son indisolubles, ya que forman parte de un mismo proceso pedagógico y cognoscitivo. "Tengo la costumbre �escribió� de formular casi todo lo que se me presenta en el mundo espiritual, con el lápiz en la mano, en palabras y en dibujos. De ese modo he llenado infinidad de cuadernos. Nunca más los volví a mirar. Pero fueron necesarios para unir con todo mi ser aquello que es investigado en el espíritu, de manera que no sea captado únicamente con la cabeza, para ser transmitido en palabras, sino vivido con toda la entidad humana." Steiner sostenía que se piensa con todo el cuerpo y cada una de sus conferencias, según relataron los asistentes, eran puestas en escena de la imaginación del profesor." (En el Museo Nacional de Bellas Artes, Libertador 1473, desde hoy a las 19; hasta el 23 de junio.)
La Asociación Argentina de Críticos de Arte (AACA) acaba de discernir los premios a las Artes Visuales que serán entregados el 7 de junio en la sala D del Centro Cultural San Martín. En la categoría de mejor espacio de artes en los medios está el crítico Fabián Lebenglik, por la sección de plástica de Página/12, que aparece los martes.
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