Por Martín Pérez
Al comenzar la película, la imagen apenas si enmarca un cielo celeste, sin una sola nube. La voz en off anuncia un conteo de lanzamiento: �...tres, dos, uno, cero...� y un cohete atraviesa la pantalla. Apenas alcanza a despegar, sin embargo, cuando sobreviene la explosión. Pero inmediatamente se advierte que no se trata de una tragedia, sino de una misión completada con todo éxito: el supuesto cohete no era más que una sofisticada cañita voladora, y su explosión desata una lluvia de papelitos y fuegos artificiales. Con un genuino toque personal �de los que, lamentablemente, hay muy pocos en este film� es que Brian De Palma decidió prologar una película que desde su título anuncia acción y cohetes, pero que sólo tiene algo parecido para ofrecer recién al promediar su metraje, después de una interminable sucesión de diálogos burocráticos incluso a la hora de reflejar emociones.
Unánimemente abucheada por los críticos de todo el mundo, Misión a Marte es una digna sucesora de las últimas megaproducciones de ciencia ficción superproducidas por Hollywood: todo imagen y poca alma. La única que campea durante todo el film es en realidad la voluntad de mímesis cinematográfica de De Palma, que homenajea/roba a conciencia. Pero durante todo su metraje, Misión a Marte apenas si parece ser una versión adocenada y pasteurizada del existencialismo de 2001 de Stanley Kubrick. Su primera gran decepción llega después de ese lanzamiento inicial, cuando todos sus protagonistas son presentados en un gran asado del año 2020, que no difiere gran cosa de lo que podría ser una fiesta de comienzo de rodaje del film. Una larga escena, en la que los espectadores se enteran quién es quién dentro del film que comienzan a ver: Tim Robbins resulta ser Woody Blake, el comandante de la misión Marte 2; Don Chadle es Luke Graham, el comandante de la Misión 1, y Gary Sinise es Jim McDonell, el gran postergado de la misión, ya que debería haberla liderado pero no pudo hacerlo ya que se apeó de la misma al decidirse a cuidar a su mujer, víctima de una enfermedad fatal.
Emocional aún antes del primer vuelo, la primera secuencia de Misión a Marte termina con McDonell dejando la huella de sus botas en la tierra de un arenero, y pensando en lo que sería decir �un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad�. Corte, y lo que viene ya es Marte y un nuevo prólogo, con una rápida tragedia que �increíblemente� recuerda a La momia antes que cualquier película de ciencia ficción. Es entonces cuando es imposible dejar de preguntarse qué es lo que llevó a De Palma a querer filmar semejante película. La respuesta, hay que reconocerlo, llegará cuando Robbins y Sinise encabecen una arriesgada misión de rescate al Marte 1, pero antes hay que volver a escuchar otra increíble sucesión de escenas y diálogos de telenovela. Tan obvios y previsibles como si De Palma hubiese elegido mostrar todos los hilos que conducen la trama de semejantes ficciones espaciales antes que preocuparse por esconderlas.
A pesar de tantas decepciones, justo es reconocerlo, en sus mejores momentos �que no son muchos� Misión a Marte funciona. Funciona a la hora de homenajear la nave de 2001, a la hora de aprovechar la gravedad cero para hacer escenas de acción ralentadas sin necesidad de cámara lenta y cuando se trata de dejar con la boca abierta tanto a astronautas como espectadores ante la visión de Marte desde el espacio. Pletórica en prólogos y emociones prefabricadas, el film de De Palma triunfa a la hora de transmitir emoción sólo con la imagen. No es fácil olvidar ese plano final de Tim Robbins con la majestuosidad del planeta rojo como fondo. Pero hay que decirlo otra vez: es algo que no sucede durante mucho tiempo en el film. Porque semejantes logros parecen ser apenas del interés de De Palma, pero no lo que busca una megaproducción para todos los públicos. Y allí es donde reside el gran fracaso del film.
Lejos de dedicarse a complacer a los fanáticos de la ciencia ficción, pretende contentar a todos por igual. Quiere tener emoción, romance, ironía, algo de acción pero también elevar espiritualmente. Entre tantas ambiciones �pero apenas ambiciones de marketing� semejante travesía fracasa estrepitosamente. Y también lo hace De Palma. Como dice un personaje apenas comenzado el film: �Un viaje así sólo es para alguien que haya leído mucha ciencia ficción, o para alguien que tenga un doctorado en Yale�. La ciencia ficción está, las teorías doctorales �se verá en el desenlace del film� también. Lo que falta es cine en serio, algo que �a pesar de sus pequeños triunfos pírricos� ni siquiera alguien como De Palma puede garantizarlo en medio del mecanismo del Hollywood Para Todos, que al final termina siendo para ninguno.
Un dibujo animado distinto a Disney
Rebelde contra la ignorancia y la sumisión, el
protagonista de la película �Kirikou� es un héroe sin merchandising ni efectos especiales.
Kirikou lucha contra la soberbia hechicera Karaba, que subyuga y atemoriza a su pueblo. |
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Por M.P.
Su inocencia y una mente siempre alerta y libre. Esas son las armas de Kirikou en su lucha contra la soberbia hechicera Karaba, que subyuga y atemoriza a su pueblo. Que, justo es decirlo, parece existir sólo para ser subyugado y atemorizado. Pero no así Kirikou, una especie de Tweety rebelde, descalzo y en cueros, un niño independiente que ha salido gateando del vientre de su madre y se ha cortado a sí mismo su cordón umbilical. Y que durante la hora y cuarto que dura la bella, inteligente y delicada ópera prima del francés Michel Ocelet irá ganándose el odio de la hechicera y el respeto de sus vecinos. Que no son inocentes ni tienen la mente alerta y libre como él, está claro. Pero que terminarán respetando los logros del pequeñísimo Kirikou, más Principito que Rugrat, y bien tercermundista.
Ambientada en una época indefinida, la historia de Kirikou tiene lugar en una aldea típicamente africana. Tan típicamente africana que el buen salvaje Kirikou anda todo el film con el pito al aire, así como su madre y sus vecinas lucen también sus pechos libremente, algo que �tal como escribió la revista norteamericana Variety� �sólo puede resultar impropio para los más pequeños en la mente más retrógrada�. Más allá del detalle, cabe decir que aunque el film de Ocelet no alcanza a entusiasmar como los dibujos animados más tradicionales y/o comerciales, tiene una dignidad y un sentido del humor que lo hacen atractivo. Y si a eso se le suma un dibujo sencillo que se hace exuberante cuando se trata de retratar la naturaleza, el resultado es el de una fábula sobre los problemas �y las recompensas� que trae aparejada la decisión de hacer todas las preguntas que hagan falta, y buscarles una respuesta. �Qué chico mal educado�, dirá una de las vecinas de Kirikou cuando el niño se empecine en hacer lo que le parece que hay que hacer. Pero cuando el agua del manantial vuelva a brotar a causa de su empecinamiento, ya no habrá reproches sino festejos. Lo que abrirá el camino para que el niño decida por su cuenta caminar hacia el conocimiento, desafiando abiertamente el poder de la hechicera.
Tan alerta y libre como Kirikou, el arte del film de Ocelet �que tardó cinco años en terminarse� hace más con menos. Poco parece ser lo que rodea las aventuras de Kirikou, pero cada cosa que aparece es explotada con maestría. Desde los �fetiches� de la hechicera �unos graciosos y algo ridículos seudo-robots con voces metálicas� hasta las hermosas ardillas que encontrará en su camino subterráneo a la verdad, pasando por el original monstruo del manantial, o los pájaros, el sombrero o el jabalí que se cruzan en su camino; todo logra impresionar al espectador tanto como sorprende al pequeño Kirikou, que crece cada vez más �sin dejar de ser pequeño� con el correr de sus aventuras, en un film que recuerda �estética e ideológicamente� a los dibujos animados que sabían llegar en otros tiempos del otro lado de la cortina de hierro. Rebelándose silenciosamente contra la ignorancia y la sumisión, Kirikou es un héroe sin merchandising ni efectos especiales. Y sin Youssou N�Dour, hay que advertirlo, ya que el necesario doblaje �que no es vergonzoso ni mucho menos� no deja casi ni un matiz de las voces originales del film.
�VUELO EN BUSCA DEL AMOR�, CON KENNETH BRANAGH
Cuidado: �lección de vida� al acecho
Por Luciano Monteagudo
E.L.A. son las siglas por las que se conoce a la �esclerosis lateral amiotrófica�, una extraña y gravísima enfermedad que produce una rápida degeneración de las neuronas motoras y que condena a sus víctimas primero a una invalidez del cuerpo y del habla y, poco después, a una muerte fulminante. Pues bien, Jane (Helena Bonham Carter), la protagonista de Vuelo en busca del amor, sufre de E.L.A., sabe que le queda poco tiempo de vida y, a toda costa, quiere rendir una asignatura pendiente: perder la virginidad. En esta obsesión encuentra un ocasional aliado en Richard (Kenneth Branagh), que a su manera también es un inválido. Richard, conviene aclarar, no sólo puede hablar y caminar como cualquiera, sino que además también se empeña en volar, arrojándose con unas precarias alas desde el techo de uno de los más venerables edificios de Londres. Su severa incapacidad tiene otra forma: está en la imposibilidad de comunicarse razonablemente con el prójimo y de establecer una relación adulta con quien supo ser su mujer y que, según le dice una y otra vez, aún lo quiere.
Cuando una jueza obliga a Richard a cumplir una sentencia de �servicios sociales a la comunidad�, el personaje se encuentra lidiando como acompañante terapéutico de Jane, que previsiblemente no es una chica fácil, así como está, prisionera de un cuerpo retorcido. Previsiblemente también hay celos y recelos entre ambos, pero no tardará en llegar el momento en que se confiesen mutuamente sus deseos y sus frustraciones. Jane es la primera en aclararle a Richard que no pretende que sea él quien �perpetre el acto monstruoso�, según sus propias palabras. Su tarea debería ser la de un mero Celestino. Pero cualquier espectador, aún el más desatento, no tardará en darse cuenta que hay allí acechando una historia de amor y, peor aún, aquello que antiguamente se llamaba �una lección de vida�. Hace mucho tiempo que se sabe que el cine no tiene que dar lecciones de nada, pero todo el equipo de Vuelo en busca del amor no se da por enterado. Por si quedaba alguna duda, la película culmina su metáfora con la pareja elevándose literalmente por encima del rastrero suelo, en un biplano de construcción casera que, al menos por unos metros, es capaz de demostrar que todo aquel que quiera volar en su vida, por miserable que sea, no tiene más que intentarlo.
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