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OPINION

Si lo dice  David Dollar

Por Julio Nudler

El hombre se llama David Dollar, y con ese nombre, que huele a predestinación, es economista del Banco Mundial. Recientemente concluyó un estudio, junto a su colega Aart Kraay, para demostrar que el capitalismo global es bueno para los pobres, tanto países como personas. En relación al gasto público, el trabajo sostiene que, contrariamente a lo supuesto, perjudica a los pobres porque retarda el crecimiento económico, lo que reduce los ingresos de todas las clases, y encima empeora la distribución del ingreso. Ni siquiera el gasto social favorece a los pobres. Su impacto �según dicen haber descubierto Dollar-Kraay luego de haber estudiado datos de 80 países� es neutral, no gravitando definidamente sobre el ingreso ni su reparto. El documento asume así la defensa de las políticas de ajuste, que necesitan de alguien que las ensalce tras el desprestigio en que cayeron cuando el FMI se las impuso a los países asiáticos a partir de la crisis de 1997, causando estragos. 
Con este respaldo intelectual, el gobierno de la Alianza sigue anunciando cortes en el gasto público como respuesta a los aumentos de la tasa de interés en Estados Unidos. Es el típico ajuste del deudor ante la mayor codicia del acreedor. Cada punto de suba en la tasa le provoca a la Argentina un costo directo de 400 millones, cifra igual a la caída de recaudación que ocasiona cada punto restado al crecimiento económico del país. Aquellos 400 son la causa, y estos 400, el efecto. Pero como el incremento de la tasa encarece los servicios de la deuda, el Estado necesita más dinero para pagar la factura, precisamente cuando obtiene menos. La solución que encuentra es podar el gasto. Escapa así del problema inmediato, pero arriesga talar el crecimiento y afrontar de ese modo un paisaje cada vez más desolado.
�Si el 16 de mayo nuestro país hubiera tenido como moneda el dólar, nos habríamos encontrado con que para enfrentar la fuerte recesión de nuestra economía, los altos niveles de desocupación y los conflictos sociales, nuestro �nuevo Banco Central� anunciaba la suba de la tasa de interés. Nuestra incomprensión sería aún mayor si escucháramos al titular de la Reserva Federal estadounidense explicar que eso era indispensable para evitar el recalentamiento de la economía. El ejemplo absolutamente realista sirve para comprender las implicancias de la propuesta de abandonar nuestra moneda y sustituirla definitivamente por el dólar. Vale decir, atar nuestra política monetaria a la realidad de los Estados Unidos...� 
Este texto, irónico y contundente, aparecido anteayer en Clarín, pertenece a Horacio Losoviz, hasta hace poco presidente de Adefa, la cámara de la industria automotriz. Un dato relevante es que Losoviz está estrechamente ligado al actual jefe de Gabinete, Rodolfo Terragno, lo que agrega voltaje político a sus afirmaciones. En el mismo artículo, Losoviz recuerda que, como consecuencia de la Convertibilidad, �nuestra moneda acompañó la revaluación permanente del dólar, que reflejaba el incremento de la productividad de los Estados Unidos, desubicándonos en un contexto internacional que además nos exigía la apertura de nuestra economía�.
En realidad, sin haber llegado a la abolición del peso, el sometimiento argentino no es mucho menor por eso. Aunque Alan Greenspan no haya tomado el lugar de Pedro Pou, sus decisiones condicionan absolutamente las del gobierno de Fernando de la Rúa. El aumento de la tasa norteamericana, resuelto para enfriar esa economía, que crece con frenesí, tiene un cuádruple impacto sobre la Argentina. 1) Directo, al elevar el costo de la deuda. 2) Indirecto, al incrementar el riesgo-país como resultado de la menor solvencia, lo que se expresa ya en una sobretasa que está superando el 7 por ciento anual, mayor que la encontrada por la Alianza al asumir el poder (¿para qué sirvió tanta buena señal?). Cuanto más altos son los tipos de interés que debe pagar el país, mayor es el devengamiento de su stock de deuda, con lo que se vuelve preciso recaudar cada vez más impuestos para evitar meramente que la deuda crezca por sí sola. 3) Reduceel flujo de capitales hacia países como la Argentina, porque el alza de tasas en Estados Unidos arrastra más fondos hacia ese mercado. 4) Reasegura la fortaleza del dólar al atraer, en principio, más capitales hacia esa moneda, lo que acentúa la sobrevaluación del peso (atado a ella) y empeora la competitividad.
Lo que hoy diferencia a la Argentina de las grandes economías latinoamericanas, la mexicana y la brasileña, es su incapacidad para crecer, y es sobre todo la ausencia de crecimiento lo que le reprochan los analistas internacionales. Tomando en consideración el volumen de las reservas del Banco Central y de los respaldos efectivos y contingentes con que cuenta el sistema financiero en su conjunto, el problema de la economía argentina no es de solvencia sino de viabilidad. Como calcula ayer Martín Redrado en Ambito Financiero, el país podría cumplir con todos sus compromisos durante un año entero aunque nadie le prestase un dólar.
Pero, aun suponiendo que José Luis Machinea pueda alcanzar en sucesivas rondas de ajuste el equilibrio fiscal que pretende (un objetivo que se torna cada vez más contradictorio con los restantes datos de la economía), subsistiría la cuestión esencial: ¿cuál puede ser el motor de este sistema? El tipo de cambio fijo, la sobrevaluación del peso, la escasez de exportaciones y su concentración en pocos productos y pocos mercados, la débil presencia de la �nueva economía�, basada en la información y el conocimiento, son algunas de las rémoras ocultas bajo la obsesión por el gasto público.
Fundamentalistas del ajuste como Fernando de Santibañes, Ricardo López Murphy y Adalberto Rodríguez Giavarini dominan el pensamiento oficial, y es obvio a esta altura que el equipo de Machinea quedó cautivo de su lógica. Pero, más allá de los juegos políticos de poder, la realidad terminará imponiendo su simpleza. La reforma previsional y la reducción de las contribuciones patronales provocaron la explosión del déficit fiscal, cuya financiación catapultó a su vez la deuda. Domingo Cavallo negó en su momento estas consecuencias, pero sobrevinieron a pesar de sus desmentidas. Otro tanto ocurrirá con el sobreajuste que va a anunciarse esta tarde. Aunque hipotéticamente sea bienvenido por el establishment y los mercados, el golpe estructural al Estado �vía retiros voluntarios, cesantía de contratados, menor equipamiento� acotará el crecimiento potencial del país. No hay aquí una reingeniería del sector público sino sencillamente una poda.
Los economistas de la Alianza que preservaron su sentido crítico, y que por lo mismo quedaron apartados del núcleo decisorio, piensan que este déficit fiscal es �endógeno�, que no puede eliminarse sin cambiar otros datos clave de la economía, como la distorsión de precios relativos (el tipo de cambio y las tarifas de los servicios, básicamente). Mientras el Gobierno quiere demostrar, a despecho de su inicial fracaso, que el ajuste conduce al crecimiento, otros piensan que sólo conseguirá hundir más la economía en el pantano. Estados Unidos y Europa Occidental lograron su actual superávit fiscal creciendo, pero los gobernantes argentinos creen que el verdadero camino pasa primero por el ajuste, porque la flagelación abre las puertas del cielo.

 

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