|
Por Ferrán Sales Desde Marjayoun, Líbano El jefe de la guerrilla proiraní Hezbollah, jeque Hassán Nasrallah, fue ovacionado por 100.000 personas, según la televisión, libanesa, en Bint Jbeil, a sólo tres kilómetros de la frontera entre Israel y el Líbano. �¡Dios mío, preserva para nosotros la victoria!�, gritaban. Pero en Marjayoun, esa victoria significa miedo. La antigua capital militar y administrativa del sur de Líbano se encuentra, tres días después del repliegue de las fuerzas del Ejército israelí, sumida en la más absoluta confusión; invadida por millares de curiosos, con los comercios cerrados, sin apenas servicios públicos y ninguna autoridad civil. La presencia por doquier del Hezbollah no consigue tranquilizar a la población, de mayoría cristiana, que reclama insistentemente al gobierno de Beirut que asuma sus responsabilidades y despliegue de manera inmediata a lo largo de toda la zona suficientes fuerzas de seguridad del Estado. Ante este reclamo, la ONU pidió al gobierno que desplegara su ejército en la zona �reconquistada�. Su fuerza en la región, el Finul, sólo se limita a verificar la retirada israelí. �Hoy estamos mejor que ayer. Al menos no tenemos bombardeos. La guerra la podemos dar por acabada. Ahora estamos festejando la victoria, entre comillas. Pero debemos acabar con el caos. El Estado de Líbano debe enviar fuerzas policiales y de seguridad suficientes, como para tranquilizar a toda la población. Los que ha enviado hasta ahora no son suficientes�, afirma el arzobispo griego ortodoxo Elías Kfur, desde el palacio arzobispal de Marjayoun, convertido desde hace tres días, por ausencia de las autoridades civiles, en el único jerarca de la región. La voz y los gestos del arzobispo Kfur, que en los primeros momentos del repliegue israelí sirvió de enlace entre el ex Ejército del Sur del Líbano (ESL) y el gobierno libanés facilitando su rendición, no han conseguido por ahora ni convencer a las autoridades de Beirut, ni apaciguar a esa diezmada población, de mayoría cristiana, que de la noche a la mañana ha visto desaparecer de sus calles a los soldados israelíes, ocupando su lugar los guerrilleros musulmanes del Hezbollah, cuya presencia inquietante les ha hecho recordar los capítulos más sangrientos y feroces de la guerra civil libanesa. �La población del sur del Líbano tiene miedo. Aún está metida en sus casas. Espera la llegada del Estado�, insiste el arzobispo, mientras señala las tiendas y comercios cerrados de la ciudad y recuerda las horas siguientes a la retirada israelí, cuando se produjeron un buen número de incidentes de orden público y menudearon los asaltos, robos e incendios, que él califica de �pequeñas venganzas por las rivalidades surgidas durante las dos décadas de ocupación�. La banca Fransabank fue el único comercio que no cerró sus puertas. Los administradores de la principal entidad financiera de la zona se vieron obligados a hacer frente a una oleada de clientes que trataban de retirar sus ahorros en moneda fuerte, preferentemente en dólares y que a continuación abandonaron el país. Este sentimiento de miedo e inquietud de los últimos 87.000 vecinos del sur de Líbano �y que eran 300.000 al iniciarse la ocupación israelí� queda sin embargo difuminado por la oleada de alegría oficial decretada desde el gobierno de Beirut, que ha logrado arrastrar hasta la región a millares de curiosos. Llegan haciendo ondear sus banderas amarillas del Hezbollah. Tratan de descubrir las últimas huellas de la ocupación israelí, buscando en el suelo, entre los papeles medio calcinados o los restos de un blindado destrozado los indicios de un documento confidencialo de un secreto militar, que los ayude a explicar lo sucedido durante las dos décadas de ocupación en que la zona permaneció herméticamente cerrada. Pero la máxima ambición de los inesperados visitantes es poder llegar hasta la frontera internacional, otear entre la verja de alambrada y hierro, y tratar de descubrir entre los espinos el rostro verdadero del enemigo: el israelí.
|