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Por Horacio Bernades ¿Está acabado Brian de Palma? La recién estrenada Misión a Marte, seguramente su película más floja, la más impersonal de su carrera, parece decir que sí. Sin embargo, su film inmediatamente anterior, Ojos de serpiente, resultó exactamente lo contrario: uno de los mejores, de los más personales, que este cineasta de Nueva Jersey (y el cine de Hollywood en su conjunto, por qué no) haya dado en años. Primera constatación: responder aquella pregunta es bastante más difícil de lo que parece. Por qué no rebobinar, entonces, y revisar la obra de quien siempre fue considerado un gran artista por la crítica francesa, y un farsante por sus compatriotas. Si algo permite el video es justamente eso: rebobinar. En Misión a Marte hay un par de momentos muy bien contados, en los que se percibe que el narrador está comprometido con lo que narra. Uno es la larga secuencia introductoria, la de la barbecue de despedida de los misionarios en ese jardín arquetípicamente californiano. Y arquetípicamente depalmiano, en tanto está lleno de camisas floreadas, supersports de colores rechinantes y un cielo estrellado en technicolor. De modo semejante a aquella gloriosa secuencia introductoria de Ojos de serpiente (editada por Gativideo), De Palma presenta al grupo protagónico y el mundo que lo rodea. Es la cámara la que va inspeccionando ese mundo, esos personajes, las relaciones entre ellos. �Todo lo que me pasa ocurre detrás de mis ojos�, dijo alguna vez De Palma. El de De Palma es el cine de un voyeur, protagonizado por héroes-voyeurs y dirigido a ese voyeur mayor que es el espectador de cine. Piénsese en Doble de cuerpo (editada por LK-Tel), con su héroe enterrando el ojo en la lente del telescopio, o en Un fantasma en el paraíso (Gativideo) y Carlito�s Way (AVH), donde los protagonistas espían el abandono de sus amadas en escenas calcadas, desde terrazas lejanas y bajo la lluvia. Piénsese también en Vestida para matar y en la subvalorada y magnífica Blow Out (editada como El sonido de la muerte, ambas por Gativideo). En ellas, los héroes se arman de una sofisticadísima tecnología para seguir a sus mujeres a distancia. Pero son ellos mismos quienes se ocuparon de enviarlas a la boca del lobo. Los héroes depalmianos son tan manipuladores como cineastas, y gozan tanto de mirar como cualquier espectador de cine. De Palma sabe que, en tiempos de profusión mediática, televisiva y publicitaria, ya no quedan imágenes libres de manipulación. Manipular imágenes es lo que hacen los villanos de Doble de cuerpo y Ojos de serpiente, y a su manera también el psychokiller de Vestida para matar. Obviamente, es también lo que hace De Palma en cada plano. Con la diferencia de que, al contrario que sus villanos, que escamotean, tergiversan y falsean, De Palma suele hacerlo exactamente en sentido contrario, para recordarle al espectador que lo que está viendo es ilusión. Doble de cuerpo empieza con la imagen de un cielo que enseguida se devela como un simple tablero pintado. Un sentido semejante tienen las imágenes de postal que le prometen a Tony Montana en Scarface y al protagonista de Carlito�s Way, paraísos de cartón. Eso es lo que falta en la secuencia introductoria de Misión a Marte para que sea perfecta: que resulte un engaño, un subterfugio manipulado desde fuera de escena. No hay película auténticamente depalmiana sin manipulador. De allí que dos films que no están entre los más personales de su cosecha, como son Los intocables y Misión imposible (ambos de AVH), sean muy superiores a Misión a Marte: en ellos sí hay máscaras que se revelan como tales. En Misión a Marte alguien muere frente a la mirada del ser amado, que observa sin impedirlo. Lo mismo le ocurría a Travolta en Blow Out, a Jake Scully en Doble de cuerpo. En De Palma, el amor no es más fuerte. Lo más fuerte son las ganas de mirar.
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