Por Mariana Carbajal
Juan tiene 10 años y no va a la escuela. Trabaja de la mañana a la noche en el puerto de Quequén, cerca de la localidad balnearia de Necochea. En cuclillas, embolsa el cereal que se cae de los camiones que llevan su carga a los barcos. Después, su madre lo revende. Diariamente su cuerpo esmirriado gambetea entre los acoplados, con riesgo de ser atropellado, aunque ése no es el mayor peligro al que está expuesto: el abuso sexual por parte de estibadores, camioneros y marineros es un fantasma cotidiano. Juan no está solo. Alrededor de un centenar de chicos de 7 a 13 años, que en su mayoría abandonaron la escolaridad, comparte allí la misma realidad y los mismos riesgos, para sostener la economía familiar. �Hemos detectado que muchos de ellos tienen micosis en la boca, porque son sometidos a sexo oral�, alertó Fernando Pérez, de Defensa de los Niños Internacional (DNI), una entidad que lucha contra la explotación infantil. Según un relevamiento de la OIT, en la Argentina trabajan 250.000 chicos, es decir, el 6,5 por ciento de los menores, una tasa 21 veces superior a la de Chile y Uruguay. DNI ya logró liberar a unos cien niños y niñas que pasaban su vida cociendo ladrillos, en Chacabuco. Ahora, apuesta a rescatar a los chicos del puerto de Quequén y también ha puesto la mira en otros dos sectores donde se concentra el trabajo infantil: los tambos manuales de Chascomús y la zona rural de Río Negro.
�El trabajo infantil en la Argentina se da mayoritariamente en actividades agrícolas, en la recolección de residuos y en hornos de ladrillos. Se trata de actividades que los alejan de la escolaridad y a la vez les dejan serias consecuencias en la salud�, señaló a Página/12 Eliseo Cuadrao, coordinador del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC) en Latinoamérica. La repercusión en la educación es grave. �Se estima que durante el ciclo primario el retraso escolar es de dos o tres grados, y en la secundaria la deserción es masiva�, agregó (ver aparte).
Gabriel Molina dejó el colegio a los 10 años. Ya sabía leer, escribir, sumar y restar, y la tradición familiar indicaba que era tiempo de que se dedicarla full-time a trabajar en una ladrillera, de las tantas que hay en la localidad bonaerense de Chacabuco, a unos 220 kilómetros al noroeste de la Capital Federal. Hasta ese momento, y desde los 7, su presencia en la fábrica era esporádica. Pero Gabriel debía seguir los pasos de su hermano mayor y su padre, los mismos que siguió antes su abuelo. Durante cuatro generaciones, millares de lugareños se han ganado la vida en las ladrilleras.
A Gabriel lo esperaba un trabajo arduo. �Es una de las actividades más dañinas para las salud de los chicos por las duras condiciones laborales en las que se desarrolla la fabricación de ladrillos�, destacó Pérez, encargado del área pedagógica de DNI. Lesiones en la columna, quemaduras graves, erupciones en la piel y problemas respiratorios son las afecciones más comunes. Los niños trabajan de sol a sol, y cobran entre un 20 y un 25 por ciento del jornal de un adulto. Montan durante horas los caballos que amasan el barro. Después, acarrean la pasta en carretillas �con un peso de 35 a 50 kilos� hasta el lugar donde la pasan a los moldes, y la alisan con la mano. Más adelante, desmoldan el ladrillo en el piso, para lo cual deben agacharse una y otra vez. �Los chicos hacen 1500 ladrillos por jornada, lo que significa unas 750 flexiones diarias�, apuntó Pérez. Una vez que los ladrillos se secan al aire libre, los trasladan y apilan formando una pirámide, que se convertirá en el horno. Y los chicos deben alimentar y controlar el fuego, para que tenga una temperatura pareja de más de 1000 grados.
Sin embargo, DNI, junto con la intendencia local, logró quebrar la tradición del lugar y rescatar de las ladrilleras a un centenar de menores que habían dejado la escuela y cuya salud estaba en riesgo. Entre ellos, a Gabriel Molina. Hoy, el chico tiene 13 años y cursa noveno año en una EGB cercana al centro de Chacabuco. El programa de DNI fue financiado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), comenzó en 1996 y costó apenas 30.000 pesos. �Queremos repetir el mismo esquema en Quequén, Chascomús, y Río Negro, donde también detectamos concentración de trabajo infantil�, precisó Pérez. Están a la espera del apoyo de la OIT. En Chascomús encontraron a unos cien chicos y chicas, de 8 a 12 años, que ordeñan, junto con sus padres y hermanos, durante todo el día. Cada familia cobra entre 10 y 15 pesos por jornada. En Río Negro, en la ciudad de Viedma y en varias localidades del Alto Valle tienen individualizada una cantidad similar de menores que recolectan frutas y cuidan animales en forma intensiva. En Quequén, los pequeños, junto con sus padres, pasan el día embolsando el cereal que se escapa de los camiones que llevan su carga al puerto. �En los tres casos, la mayoría de los chicos deserta de la escuela y tiene grandes dificultades para pensar otra salida en sus vidas�, describió Pérez.
El proyecto que DNI desarrolló en Chacabuco tuvo varios pasos. Primero, concientizaron a la comunidad. Después, formaron un comité con las directoras de escuelas rurales, dirigentes barriales, dueños de hornos que no contrataban chicos y representantes del municipio, y establecieron estrategias para retener a los chicos en el colegio. Así surgió la idea de otorgar becas a los niños que trabajaban para que pudieran comprar materiales escolares, pagarles viáticos para trasladarse hasta la atención médica, y brindarles capacitación en algún oficio. �Las familias firmaron un acta por la cual se comprometieron a no enviarlos más a los hornos y sí llevarlos a la escuela�, explicó Pérez. A comienzos de 1998 comenzó la segunda fase del programa, que consistió en la creación de microemprendimientos productivos para las madres. �Para que sirviera como otro ingreso a la familia y a la vez como otro modelo de trabajo para los chicos. Hoy están plantando ajíes, que los preparan en conservas, y también berenjenas, que las venden en escabeche. Y los chicos están en la escuela�, destacó Pérez.
�Buscar lo personalizado�
�El Gobierno debe combatir la prostitución infantil con programas que le permitan salir a las chicas y chicos de esa forma aberrante de trabajo�, consideró Eliseo Cuadrao, coordinador subregional del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC), de la Organización Internacional del Trabajo. �No hay que pensar en proyectos masivos sino en tratamientos personalizados, que les permitan tener otra opción de vida, que pueden llevar adelante las ONG especializadas en el tema�, sugirió Cuadrao, en diálogo con Página/12.
El miércoles, los gobiernos del Mercosur y Chile firmaron un acuerdo para encarar un plan regional de erradicación de la explotación infantil, especialmente las peores formas, como la prostitución y el empleo de niños en pornografía, durante un seminario que se llevó adelante en Buenos Aires y en el que participó Cuadrao. Un día ante, el ministro de Trabajo, Alberto Flamarique, se comprometió con el IPEC a llevar adelante un diagnóstico nacional sobre la explotación infantil, campañas de sensibilización al respecto y políticas para ayudar a las familias de los menores trabajadores.
�La Argentina todavía tiene una tasa de trabajo infantil manejable. Sin embargo, es muy superior a la de otros países de la región como Uruguay y Chile, que tienen 0,2 y 0,3 por ciento, respectivamente�, advirtió Cuadrao. Según relevamientos de la OIT, en el país trabajan unos 250.000 chicos, es decir, un 6,5 por ciento de los menores. El porcentaje es bastante inferior al promedio latinoamericano, donde se estima que trabajan uno de cada cinco niños. |
Las razones del problema
Frans Röselaers es holandés y director del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC). La semana pasada firmó un acuerdo con el gobierno argentino para combatir la explotación de menores en el país (ver aparte).
�¿Se puede erradicar el trabajo infantil en un contexto de pobreza y desocupación? �le preguntó Página/12.
�Obviamente, el fenómeno del trabajo infantil se relaciona con el desempleo y el subempleo de los padres y madres, pero ésa no es la única causa. También influyen factores culturales, psicológicos, actitudes y mentalidades de las familias y juega un papel esencial la ausencia de instituciones educativas o de políticas que retengan a los chicos en la escuela, especialmente a los más grandes, que pueden percibir que no tienen nada que aprender y en lugar de perder tiempo en un aula prefieren ser aprendices de algún oficio. Pero, debido a que la pobreza juega un papel importante somos muy cuidadosos cuando desarrollamos programas para combatir el trabajo infantil, porque sería muy irresponsable retirarlos del trabajo si no se les suministra facilidades educativas ni se soluciona el problema de ingresos de los padres. En nuestro programas contemplamos ambos aspectos. |
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