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Flamarique resigna y Gallo inventa, dos modos de enfrentar el ajuste

Nicolás Gallo, ministro de Infraestructura y Vivienda, buscando alternativas a la falta de fondos

Algunas restricciones al gasto público no formarán parte de los anuncios.

Limitan partidas para subsidios a desempleados, mientras crean un mecanismo de obras públicas con capital privado, retribuible en el tiempo. Los anuncios, hoy a las 13 en Casa de Gobierno.


Por Cledis Candelaresi
t.gif (862 bytes) El ajuste de gastos que el Gobierno anunciará hoy difícilmente pueda ser compensado con buenas noticias. Entre las decisiones que el Gobierno omitirá cuidadosamente está la de no ampliar los alcances del subsidio a desempleados, algo con lo que Alberto Flamarique sueña desde que asumió en Trabajo. La escasez de ingresos públicos hasta obligó a los hombres de Fernando de la Rúa a buscar mecanismos originales para poder costear las obras públicas tradicionales. Técnicos de Economía e Infraestructura ayer discutían los detalles de un sistema por el cual el sector privado costearía futuros emprendimientos, que el Estado pagaría con una retribución a lo largo del tiempo. Original fórmula denominada "sistema inglés".

  Horas antes de los demorados anuncios, el equipo económico se fragmentó en dos. José Luis Machinea, en Olivos, definiendo junto a sus pares del gabinete las grandes líneas de los anuncios. Sus secretarios y subsecretarios, en el ministerio de Economía, con la letra fina del drástico recorte de gastos. Al promediar la tarde aún no había definición respecto de cuál sería el salario piso desde el que se aplicaría el previsto recorte, pero todo el gabinete estaba alineado en relación a que esta poda era inevitable y que, difícilmente, podría excluir al personal de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, que representa más de la mitad de la grilla pública.

  Con el déficit creciendo, la recaudación en picada, el corsé de la ley de Convertibilidad Fiscal (que limita no sólo el déficit sino la posibilidad de endeudarse) y sin voluntad política de enfrentarse a los grandes grupos económicos, no hay muchas salidas. El Gobierno hasta tiene dificultades para utilizar créditos concedidos, algo de lo que sobran ejemplos en todas las áreas, incluida la laboral: Machinea ordenó no ejecutar el remanente de un crédito del Banco Mundial para financiar programas de empleo, aunque está sólo disponible hasta junio. Ejecutar ese préstamo (no pautado en el Presupuesto 2000) significaría expandir el gasto, decisión imperdonable para los técnicos del Fondo Monetario, que visitarán Buenos Aires desde el martes.

  Del mismo modo, el Ministerio de Trabajo tuvo que postergar su anhelo de ampliar las alcances del subsidio de desempleo, paliativo que sería muy bienvenido en época de ajuste feroz con reducción salarial y achique, inmediata o a corto plazo, del plantel público. Uno de los planes más firmes de la cartera de Flamarique consistía en permitir que accedieran a esa subvención quienes hubiesen estado empleados en negro, ahora excluidos del beneficio. Pero proyectos como éstos fueron superados por la consigna de mantener a duras penas los planes en vigencia.

  El otro paliativo para el ajustazo es la obra pública. Pero, por las mismas restricciones, el Gobierno dependerá de los fondos privados. Sobre esta base, Economía e Infraestructura pensaron en la instrumentación del denominado "sistema inglés", por el cual una empresa privada se hace cargo de un emprendimiento, lo mantiene y explota. Si hay posibilidad de cobrar peaje, recupera lo invertido con peaje. De lo contrario, el Estado compromete un pago periódico por un tiempo determinado. Recién cuando éste expira, el bien en cuestión (por ejemplo, un puente) pasa a integrar el patrimonio público.

  Una fuente de Infraestructura ayer explicaba ante este diario una variante a utilizar para construir, por ejemplo, usinas hidroeléctricas: una empresa privada la levanta y mantiene, y luego recupera la inversión explotándola, es decir, vendiendo la energía que genere. Son contratos de obra y gerenciamiento, semejantes a los que se utilizó en Gran Bretaña para construir hasta hospitales públicos.

  Se trata de un recurso desesperado para reactivar la construcción, motor de otras actividades, sin gastar dinero que el Tesoro no tiene. Después del recorte presupuestario de 1400 millones de pesos instrumentado desde principios de año, es poco lo que el Estado puede hacer con recursos genuinos. Su carta más fuerte es convencer a las provincias para que utilicen en planes de viviendas la mayor parte del dinero que reciben del Fonavi --1100 millones de pesos en conjunto--, en lugar de emplearlo, por ejemplo, en pagar sueldos. Sólo si consigue persuadir a los gobernadores, Gallo podría sostener su plan de 500 mil viviendas sociales. 


CONCESIONES DE TRENES Y DE RUTAS POR PEAJE
Obras ahora, aumentos después

Por C.C.
El Gobierno intenta sellar con los concesionarios de trenes y rutas por peaje algún acuerdo para que éstos inviertan todo lo que puedan lo antes posible. Para lograr este cometido, tiene que superar las propias diferencias internas, que pusieron frente a frente a José Luis Machinea y a Nicolás Gallo. Hasta el fin de semana los equipos lograron acuerdo en un solo punto: los adjudicatarios de trenes postergarán las inversiones en equipamiento y anticiparán aquellas de infraestructura, que permiten ocupar más mano de obra local. Más adelante vendrá el mal trago del aumento de tarifas.

  Gallo y su equipo ya tenían prácticamente listo los términos de la renegociación contractual con las empresas que operan trenes urbanos. La concesión se extendería por quince años en lugar de veinte y los ajustes tarifarios no superarían el 5 por ciento anual promedio. Pero cuando esto era casi trato hecho, una instrucción de Economía desbarató el esquema armado por Infraestructura. Machinea irrumpió con la consigna de dar a los concesionarios más plazos y más tarifa a condición de que anticipen inversiones con recursos propios.

  Desde entonces, comenzó una ronda de consultas con las empresas que hasta el viernes por la noche estaban dispuestas a retocar el plan de obras y hasta se mostraron dispuestas a plantarse en el aumento del 5 por ciento anual que pretendía Gallo. Este ajuste tarifario es promedio, pero el aumento sería mayor en las primeras secciones, que son las que concentran el mayor número de pasajeros. Por lo tanto, lo que parece un módico aumento es una buena prerrogativa, especialmente en una Argentina con deflación.

  En rigor, para las empresas casi cualquier trato es un aliciente, ya que con el advenimiento de la Alianza al Gobierno llegaron a pensar que podrían quedarse sin el servicio o que sólo podrían explotarlo los diez años que preveía el contrato original. Los nuevos esquemas oficiales no sólo les permiten conservar el negocio por más tiempo, sino que también admiten el aumento tarifario, condición para hacer cualquier tipo de inversión. En estas concesiones como en las de rutas por peaje, la idea del Gobierno es que hagan primero y cobren el aumento después. Atenuante de una ineludible suba tarifaria de la que difícilmente se hable hoy.

  También en el caso de las concesiones ruteras, cuya vigencia expira en el 2003, Gallo ya tiene in mente una nueva modalidad de concesión, que piensa utilizar para relicitarlas el año próximo. Antes de eso, debería honrar el compromiso asumido con las concesionarias --las grandes constructoras del país como Techint, Roggio y Macri, entre otras-- de pagarle entre 130 y 200 millones de dólares por subsidio impago y ajustes no autorizados.

  Según aseguraba anoche a Página/12 una fuente oficial, este compromiso está en firme, y por eso la Cámara Argentina de la Construcción estaría mejor dispuesta a sumarse a cualquier plan oficial que se sustente en la inversión privada. Y si este supone la posibilidad de seguir explotando las casillas de peaje, mucho mejor.

 

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