Por
Raúl Dellatorre
El gabinete nacional ha dedicado buena parte de sus últimas jornadas a debatir los detalles del ajuste al gasto que, si no hay nueva postergación, anunciará este mediodía. Las crónicas han dado cuenta de las divergencias en aspectos puntuales, como el nivel a partir del cual se recortarán los salarios del sector público, o si se entrega en bandeja el suculento plato de la salud de los trabajadores con empleo fijo a la medicina prepaga. En cambio, nada se ha dicho sobre un debate de fondo que debería estar preocupando a los estadistas en estos días: cómo se sigue después del ajuste. ¿Será �el último esfuerzo�, como es el deseo que acaba de expresar el Presidente de la Nación? Y si la recaudación impositiva no se recupera, ¿no volverán los embates por imponer la dolarización? Los que reclaman devaluar ¿se llamarán a cuarteles de invierno o seguirán velando las armas? En definitiva, ¿será la convertibilidad una ruta transitable, o corre el riesgo de que los piqueteros del establishment irrumpan obligando a un desvío tras cada curva? ¿No hay otra alternativa factible que las proclamadas por los sectores empresarios?
El camino del ajuste fue elegido como �el mal menor� en el menú que le presentó el poder económico al Gobierno. Las alternativas eran profundizar �al extremo� el modelo vía dolarización, o el abandono del instrumental básico de la convertibilidad con una devaluación. Una y otra propuesta tienen impulsores identificados, pero diferentes. A la primera la abonan los grupos económicos más concentrados y el sector financiero. La segunda es reclamada por sectores industriales superados por la competencia importada, entre los que también se alinean grupos económicos locales que conocieron etapas más prósperas en el pasado no tan lejano.
Con el camino elegido, el Gobierno jugó todas las fichas a un solo número: que a partir de julio, a más tardar, se note con firmeza la reactivación. Sólo así podría recaudar por impuestos lo que necesita para no caer, en pocos meses más, en un nuevo y doloroso ajuste. El planteo �de máxima� que formula el Gobierno a estas horas es que no recortará los de por sí modestos planes sociales en carpeta. Pero el nuevo torniquete diluye, por un buen tiempo, la alternativa de políticas sociales más profundas, como harían falta para responder a los conflictos desatados y por desatarse. Este es el gran triunfo de los grupos que presionaron por la dolarización. Su objetivo, en definitiva, era evitar el vuelco del Gobierno hacia una acción �más social�, que los hubiera colocado en el lugar de tributarios de tal política.
El dilema es qué pasa si la reactivación se demora, si la presión de las tasas de interés internacionales vuelve a ser insostenible o si falla el plan de atender la obra pública con aportes privados. Son muchos imponderables a sortear como para descartar su concurrencia. Si aparecen, se reflotará el debate: nuevo ajuste, dolarización, devaluación e, incluso, el reemplazo del titular de Economía.
Los devaluacionistas corren con menos chance de imponer sus pretensiones. En definitiva, son los �perdedores� en esta etapa y mal podrían imponerse ante grupos más poderosos, fuertemente endeudados en dólares. Estos últimos, incluidos los bancos extranjeros, prefieren la opción de dolarizar. La pérdida de soberanía económica del Estado les deja el terreno libre para consolidar lo obtenido con la convertibilidad.
La dolarización no es una simple opción monetaria, porque tiene además consecuencias en el alineamiento comercial en el mundo. La adopción del dólar como moneda coloca a Argentina más cerca de la propuesta de la Asociación para el Libre Comercio de las Américas (mercado único de Alaska a Tierra del Fuego) y arroja a un segundo plano �si no al abandono� al Mercosur, al plantear una unión aduanera de todo el continente. Sin el riesgo cambiario,bajaría las tasas de préstamos externos pero no evitaría que el país deba seguir viviendo de pedir prestado. Mucho menos asegura un cambio favorable en la balanza comercial (exportaciones menos importaciones) que permita pagar la deuda. Internamente, castigaría a los sectores de ingresos fijos en pesos (asalariados) y favorecería la concentración económica en manos de grupos transnacionales por la apertura indiscriminada. Esto último es lo que define el alineamiento de dichos grupos y el capital financiero tras la dolarización.
Por afuera de dichas propuestas, buscar alternativas asentadas en el desarrollo interno significa transitar por afuera del actual modelo, una mayor integración con Brasil y políticas activas estatales, independientes de ataduras a las condiciones del capital financiero externo. No aparecen, por ahora, espaldas para cargar con semejante peso. �La convertibilidad se va a imponer, el problema es que en diez años no van a saber cómo salir�, comentaba en privado un economista hoy ubicado en la segunda línea de la Alianza, cuando Cavallo recién lanzaba el plan y todo era dudas y desconfianza. No se equivocaba en lo inmediato y, al parecer, tampoco en la perspectiva.
Tres economistas con propuestas distintas |
Políticas activas
Ricardo Angelucci, economista del IEFE
Estamos en un callejón que, si tiene salida, lo menos que se puede decir es que es compleja. Y muchas de las que se están planteando son opciones abstractas y peligrosas. Una devaluación es netamente recesiva. El primer afectado sería el salario, porque los precios de la economía están altamente dolarizados y, por tanto, sería un golpe directo al salario real. Hay sectores endeudados en dólares para los que habría que implementar un seguro de cambio o un mecanismo parecido de compensación. Tampoco se puede asegurar que, por la cultura inflacionaria, el efecto no se licue en el corto plazo por vía de precios. La dolarización es presentada, desde la teoría clásica en abstracto, como la salida inevitable, pero no hay beneficios en la relación bilateral y, además, es un instrumento de cortísimo plazo a costa de hipotecar el futuro. Baja el riesgo país al eliminar el riesgo cambiario, puede haber más inversiones siempre y cuando haya tasas manejables y Estados Unidos siga creciendo. El costo es la pérdida absoluta de la soberanía económica.
El ajuste fiscal es un instrumento más efectista que real. En monto, es irrisorio frente al problema fiscal. Es un intento por ganar tiempo y esperar que en el segundo semestre se acelere la reactivación y se compense vía recaudación. En el largo plazo, se necesitan políticas férreas y contundentes: hacer más política económica, más integración al Mercosur, definir una política tributaria y aplicarla. El gran problema es que no se tiene en claro la forma de financiar el Estado.
Para alterar el resultado fiscal deberían generarse ingresos genuinos, asentados sobre los sectores que más se enriquecieron con esta política. Pero son esos grupos los que están proponiendo la devaluación, mientras que los más liberales, incluido el sector financiero, impulsan la dolarización, porque temen ser el pato de la boda si viene �el tiempo de lo social�.
Devaluación
Guillermo Carracedo, consultor
El euro se ha deteriorado con respecto al dólar desde su creación, en enero de 1999. Al seguir nosotros a la moneda americana, hemos revaluado el peso argentino en la misma proporción. Los miembros de la UE sostienen que el euro se ha mantenido y que la eficiencia de la economía de los Estados Unidos ha vigorizado al dólar. ¿Podemos considerarnos socios del éxito del presidente Bill Clinton? ¿Podemos seriamente sostener que nuestra economía se ha fortalecido igual que la economía de los Estados Unidos? La respuesta a ambas preguntas es obvia.
A muchos sectores en la Argentina los aterroriza hablar de devaluación, pero, ¿podemos sostener que nuestra economía se siga revaluando? Seriamente, deberíamos contestar que no. Nuestra economía y la americana avanzan en direcciones opuestas. Los índices de desocupación americanos están en el nivel más bajo de los últimos 30 años, mientras que en la Argentina son alarmantes. Estados Unidos consiguió modificar la tendencia de su balanza fiscal, la Argentina tiene un déficit preocupante. Estados Unidos tiene un boom de consumo interno, la Argentina para algunos recién está saliendo de la recesión, y para otros está paralizada. ¿Podemos sostener que Estados Unidos y la Argentina pueden tener la misma moneda? Con economías tan dispares, la igualdad no cierra desde ningún ángulo.
Evidentemente, la Argentina está encerrada en un problema cambiario. Los exportadores deberían recibir más por sus negocios, los importadores deberían tener un costo fiscal adicional para encarecer los productos de otros orígenes, pero las autoridades no quieren ni hablar del tema. El presidente de la Nación, en su último mensaje al país, anticipó que algo puede llegar a ocurrir si no aumenta fuertemente la recaudación. Lo que puede ocurrir, ¿podría pasar por el esquema cambiario? El Presidente tiene la respuesta.
Más ajuste
Orlando Ferreres, ex viceministro
�La devaluación es un rumor intencionado que echaron a correr sectores que están sufriendo las consecuencias de ser poco competitivos. Pero con una mayoría de empresas endeudadas en dólares, hoy devaluar pone en juego la propia estabilidad política. El propósito es ganar en río revuelto, hay grandes grupos en �default�, que son los que están en esa campaña.
Pero el 99 por ciento del sector empresario está a favor de que baje el gasto público nominal. El sueldo público se desvió del sector privado, porque mientras éste se ajustó para abajo, aquél se mantuvo en un nivel 70 por ciento más alto, incluso con cláusulas que todavía mantienen un plus por antigüedad. Antes, con inflación o por vía de la devaluación, los sueldos estatales se congelaban por dos meses y eso era suficiente para ajustar. Hoy ya no se puede recurrir a esos mecanismos. El Gobierno está en condiciones de solucionar su problema estructural, que es el déficit fiscal, por vía de la reducción del gasto, aunque no sea una medida muy popular.
Pero no es el único aspecto sobre el que se debe trabajar, porque están faltando señales claras para impulsar la reactivación. Hasta ahora, hubo mensajes para los desocupados, a través de una reforma laboral; para las pymes, por medio de una ley específica. Pero a la gran empresa, la que realmente �mueve la aguja� de los indicadores de actividad, no le ha dado nada. Las grandes empresas representan el 80 por ciento de la inversión, aunque signifiquen nada más que el 20 por ciento del empleo. Pero es el núcleo que demanda insumos que producen las pequeñas y medianas empresas.
El mensaje que lanza el Gobierno es justamente el contrario: que las grandes empresas son las que evaden. Aparecen datos que preocupan, como el impuesto a los plazos fijos de las empresas. Si no se motoriza por ahí, el circuito del crecimiento no se cierra.� |
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