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Es un gusto particular pero no
privado: son varias las voces que avalan la xenofobia --desde el
periodista Daniel Hadad hasta un discurso oficial que no fue desarticulado
todavía-- y según el mismo fiscal "amparado por cierta
indiferencia, ya que todos sabemos que los intendentes se preocupan mucho
por los robos a los estancieros pero nunca dijeron una palabra sobre las
vejaciones que sufren los bolivianos".
El hecho de Los Cardales, por
el que hasta el momento siete personas fueron detenidas, es el último de
una serie de atentados a familias bolivianas que cultivan quintas en la
zona de Escobar y Campana perpetrados en los últimos cuarenta días con
características similares (ver página 14). Pero la violencia contra
inmigrantes de origen boliviano tienen antecedentes de larga data: el año
pasado se registró la primera muerte a causa de "la persistencia de
la discriminación", como denominó el último estudio sobre Derechos
Humanos publicado por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) a
uno de los tres problemas que arman el marco de la persecución que sufren
los inmigrantes de países limítrofes, los más desprotegidos.
"No pudimos identificar al
culpable, pero sí reconstruir el hecho en base a testimonios de vecinos:
el muchacho asesinado, boliviano, era obligado a pagar un peaje de 50
centavos cada vez que pasaba por la única calle que conducía a su
domicilio. Un día no pagó, en este grupito alguien terminó de
desenterrar un poste de luz y le aplastó el cráneo", cuenta el
fiscal Maraggi, que actuó en la causa que todavía no fue cerrada. Todos
lo vieron, nadie sabe quién fue. Pasó en Escobar, desde donde muchas
familias de origen boliviano han sido expulsadas silenciosamente hacia las
zonas más alejadas, esas quintas que se arriendan y donde el asfalto no
llega. Contradicciones
"Somos policías, todo el
mundo al piso y calladito que esto es un asalto." La frase parece
incongruente, pero Rómulo Carrizo dice que está seguro, que eso es lo
que escuchó, una frase como un primer golpe de una seguidilla que lo dejó
en terapia intensiva. Por alguna razón, el grupo que asaltó las tres
quintas de Los Cardales se ensañó con Rómulo, un boliviano nativo,
argentino por opción, que lleva diez de sus treinta años trabajando la
tierra de este país. Rómulo se trasladó desde Escobar hacia Campana
porque estaba harto de pagar peaje por pasar sin darse cuenta por la
puerta de algún bar, harto de explicar que la plata él la gana
trabajando. Desde una cama del hospital de Capilla del Señor, casi sin
poder moverse de tanto golpe que le marcó el cuerpo, Carrizo cuenta que
vive en la quinta "Alonso" desde hace un año, con sus tres
hermanos y sus familias --tres sobrinos-- y que no entiende por qué lo
torturaron tanto y por tanto tiempo. Fue él quien se decidió,
"porque ya no daba más", a salir de las quintas que quedaron a
oscuras cuando se fue el grupo de asaltantes. Salió con una camioneta que
curiosamente no le robaron, empapado en sangre, atravesando el country
club Cardales Village, para cortar camino y usar el único camino
asfaltado de la zona. En el puesto de guardia fue detenido: no lo dejaron
salir hasta que no llegó la policía, recién entonces el joven mereció
atención médica.
"Sabés qué pasa, que
esta gente ahorra. ¡Si viven como perros! Todo lo que ganan se lo guardan
y entonces les podés llegar a encontrar hasta diez mil pesos." El
suboficial no quiere identificarse, no tiene autorización para opinar,
pero no puede evitarlo. Es igual con Domingo Artusa, dueño de uno de los
pocos comercios de Los Cardales, que abona las mismas fantasías. Parece
que "los bolivianos" guardan grandes tesoros, que aunque sea a
fuerza de trabajo, arrebatan a los locales. "¿Cómo puede ser que
estos tipos tengan dólares y los argentinos no tengan trabajo?",
dice Artusa. "Son como los gitanos, viven todos juntos y hasta comen
perros para no gastar." Lo mismo repetirá el joven que atiende la
estación de servicio de Cardales, y el encargado de la remisería de la
ruta 6 y calle 23, desde el anonimato pero con ideas afines y copiando
alguna de las diarias sentencias de Radio 10, la del empresario Daniel
Hadad, uno de los medios ideólogos de la xenofobia. Que en Argentina no
existe, pero que la hay la hay. Portación
de cara
"Tengo 12 años en la
Justicia --dice Maraggi-- y nunca tuve un detenido de origen
boliviano." Una sentencia que tiende a limpiar una cancha bastante
embarrada por la tierra que se ha ido echando sobre las comunidades de
inmigrantes de países limítrofes. Tal vez alentada por el discurso que
montó el anterior gobierno, culpando sin vueltas a los inmigrantes por la
inseguridad y la desocupación, "la policía siempre nos está
llevando". Javier Dávila, otra víctima del asalto de Los Cardales,
conoce el mecanismo: "te dicen `cabeza` y dejan que te hagan
cualquier cosa, sobre todo en Escobar. Ahí no se puede vivir". ¿Será
por este temor que los asaltantes se presentaron como policías? "La
gente tiene mucho miedo y yo también porque no sabemos qué nos va a
pasar, si se van a querer vengar. Yo la plata la gano trabajando, ¿por qué
no trabajan ellos también el campo?", dice Carrizo, avergonzado de
un pánico que de a ratos lo hace balbucear.
El fiscal trabaja con un marco
que coincide con esta sensación: "Obviamente esto se trata de una
organización pero no voy a decir que se arman sólo por cuestiones
racistas. Creo que más bien se trata de oportunistas que encontraron víctimas
dóciles que le temen tanto a la policía como a los ladrones y que les
daban un marco de impunidad". Maraggi consiguió desbaratar la parte
más visible de esa banda: seis hombres y una mujer que guardaban en sus
casas restos de botines tan pobres como telúricos que incluían mantas típicas
bolivianas, relojes de plástico y anillos de sello. Algunos de los
detenidos viven en Moreno y en General Rodríguez, donde el miércoles a
la noche una joven boliviana de 18 años fue muerta a golpes.
El silencio de las víctimas no
es lo único que amparó a los asaltantes organizados. También colabora
con ellos esa desconfianza hacia "el otro" que promovió el
gobernador bonaerense. Carlos Ruckauf supo remarcar que los inmigrantes
"compiten deslealmente con el obrero argentino". Es lo que de
alguna manera le hicieron creer a Carrizo mientras lo arrastraban por el
piso con los genitales atados a un palo: "devolvenos la plata, negro
de mierda, la plata que tenés ahorrada es de los argentinos".
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