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FELIX LUNA, HISTORIADOR
"La patria la forma toda la buena gente"

Es el mayor bestseller de la historia argentina, un referente obligado en una actividad que supo ser polémica y politizada. Trata de definir qué es hoy una patria, habla acerca de dónde viene nuestra democracia, de Artigas --uno de sus intereses permanentes--, de cómo cambia el significado del 25 de mayo con los años y del eterno combate por mantener viva la memoria de un pueblo. 


Por Ana Larravide
t.gif (862 bytes) --¿Cuál es hoy en día la noción de patria?

  --Patria es una noción compleja. Tiene que ver con las raíces, las tradiciones, las creencias, la idiosincrasia. Hay formas burdas de patriotismo, como el fútbol en un campeonato mundial, donde hay quienes ven las derrotas o las victorias del seleccionado argentino como victorias o derrotas del país. Hay otras formas más elevadas, aunque sean menos espectaculares, como es el trabajo de la gente, todos los días, tratando de mejorar la vida de sus hijos. La patria la forma toda esa buena gente que hay en todos lados, que uno tal vez no ve, pero que existe, gente que es el fundamento y la articulación del país y que anónimamente hace lo suyo, bien.

  --El mundo actual requiere cambiar mucho y cambiar rápido. ¿Cómo afecta eso a la sociedad?

  --La globalización hace que la gente sea más competitiva, más individualista, menos solidaria. Pero debajo de eso están siempre esos valores tan característicos de la sociedad argentina: ese estilo fraternal, hospitalario, de ayuda mutua.

  --¿Le parece que Argentina se lanzó a lo que hoy se llama libre mercado y antes llamaban libre cambio sin vivir durante suficiente tiempo una época de protección previa, como tuvo Estados Unidos hasta considerarse fuerte?

  --Es posible. Iniciativas como el Mercosur tienden a corregir eso.

  --Se hablaba con frecuencia del año 2000. Menos, o nada, del 2010. Para entonces, tendremos 200 años de historia. ¿Ese pasado nos da cohesión o nos desune?

  --Yo creo que siempre ha habido una vocación por organizar el país. Desde que empezó. La Revolución de Mayo tuvo dos ejes. Uno, la lucha militar por la independencia. Otro, buscar una forma de organización que permitiera un equilibrio entre dos elementos tan distintos como eran Buenos Aires y el interior. Buenos Aires, ya desde la época del virreinato cobró una gran importancia comercial, política, cultural, que contrastaba mucho con el interior del país. Esto, debido a la condición geográfica de la Argentina, que tiene --o tenía-- una sola entrada. Lógicamente, el puerto era el lugar por donde venían no solamente gente y mercaderías sino también ideas --de Europa, de Estados Unidos-- que los porteños tomaban y hacían suyas. En el interior era todo mucho más lento, la sociedad era más estratificada y conservadora. Hubo que buscar un equilibrio para que la heredad dejada por el virreinato se conservara en su integridad. Era bastante difícil hacerlo, dadas las diferencias entre Buenos Aires y las provincias. Costó mucho. Recién hacia 1860 se consiguió una suerte de unidad nacional, con integridad de las fronteras. Con una gran preponderancia de Buenos Aires, que se acentúa desde 1880 en adelante, cuando la conexión de Argentina con el mundo se hace a través de una producción que se da en los alrededores de Buenos Aires, la pampa húmeda: cereales, carne, etcétera. En el interior había un rezago en este sentido, salvo algunas islas de prosperidad como Mendoza y Tucumán. En el resto, la producción no podía conectarnos con los mercados mundiales. De modo que yo consideraría esos dos ejes: la independencia y la búsqueda de una organización más equilibrada.

  --¿Como ejes de la cohesión nacional?

  --Sí.

  --En Los caudillos, usted describe al oriental José Artigas --documentos mediante-- como persona de gran calidad humana y prestigio político. Y explica que Artigas no quería separar a la Banda Oriental de las Provincias Unidas. Trabajó mucho por esa organización equilibrada a la que usted se refiere.

  --Su pensamiento era federalista e integrador. Artigas es uno de los personajes fundacionales de nuestra historia.

  --¿Por qué?

  --El proponía "un gobierno libre, de piedad, justicia, moderación e industria". En 1813 envió a la Asamblea General Constituyente reunida en Buenos Aires diputados orientales con veinte instrucciones que son un documento revelador de su pensamiento político. Resultaron indigeribles para la Asamblea, que los rechazó, pero su espíritu y muchas de sus cláusulas pasaron a formar parte de nuestro sistema constitucional.

  --¿Por qué de eso no se habla en otros libros de historia?

  --En un mismo documento, del 25 de agosto de 1811, figura la ley de independencia de la Banda Oriental respecto de España y la ley de unión a las Provincias Unidas. Ese era el objetivo de Artigas, que la Junta traicionó.

  --El sistema federal fue siempre una aspiración. Nunca se concretó del todo. El predominio de Buenos Aires se siguió dando.

  --Aún hoy es así, evidentemente. Pero en la medida que en el interior se vayan creando focos de desarrollo, fuentes de producción y de trabajo, va a haber un mayor equilibrio. Esto tiende a darse.

  --¿Tiende a darse?

  --Sí. Yo vengo ahora de Reconquista, provincia de Santa Fe, al norte. Viajé ayer. Me encontré con una cantidad de cosas sorprendentes: una fábrica hecha por un hombre que tiene segundo grado y que exporta a cuatro países y da trabajo a todo un pueblo. Ese tipo de cosas, creo que se va a ir acentuando con el tiempo. Además, Buenos Aires ya rompe las costuras: como ciudad es muy difícil de contener... así que, a medida que la gente vaya viendo que hay posibilidades de trabajo y de realización personal en otros puntos del país y se dirija a ellos, se irá consiguiendo un equilibrio mayor. 

  --Tenemos un pasado próximo muy fuerte. Los recuerdos personales son a veces una carga emotiva tan conflictiva y contradictoria que su peso no deja avanzar.  

  --Una característica de la madurez es aceptar que el pasado fue como fue y trabajar en hacer otro como queremos que sea. 

  --Usted, en muchas formas, trabaja para vincular a los argentinos con su historia. Lo prueban los diez tomos de su Historia integral de los argentinos.

  --Sí.

  --Y, desde 1967 --cuando la fundó-- van casi cuatrocientos números de la revista Todo es Historia.

  --Es así.

  --La amenidad es un mérito que suma a sus trabajos. Atrae adictos.

  --A veces, en la escuela primaria, es rutinario lo que se enseña. Poco atractivo. Pero el interés por la historia, en este país, es permanente. No en todos, pero sí en un núcleo bastante importante. Lo que usted menciona, lo demuestra.

  --También aquel ciclo de radio, junto a Miguel Angel Merellano.

  --Hice cosas que me gustaron. No siempre perfectas ni mucho menos. Pero esas audiciones con Merellano, por ejemplo, todavía hay gente que me las recuerda, sobre todo en el interior, de modo que se ve que calaron hondo. Hice algunas audiciones de televisión, que también se llamaron "Todo es Historia", sobre esos temas. Me acuerdo ahora de una sobre Lisandro de la Torre, otra sobre Facundo Quiroga, otra sobre los negros, otra sobre la Guerra Civil Española en la Argentina. Generalmente demostraron que estos temas se podían exponer e ilustrar televisivamente de una manera agradable, útil, con penetración en el público.

  --¿Y las novelas históricas?

  --También demuestran eso. Hay novelas históricas que valen la pena. Otras son bastante flojas. Yo lo único que pido es que no distorsionen la verdad. La imaginación, la ficción, las situaciones inventadas que se elaboran... bueno, son legítimas. Pero que no distorsionen la historia.

  --Habiendo tratado esos temas de tantas maneras (también a través de la música), ¿no pensó llevarlos al cine? Por ejemplo, Soy Roca o Los caudillos son libros tan ricos en situaciones, en imágenes...

  --Mire, hay algunas cosas mías que podrían ir al cine. Pero si no vienen acá y me ofrecen esa posibilidad, no voy a buscarla.

  --¿En otros países se resguardan más los lugares vinculados con la historia? Aquí, lo nuevo suele superponerse a lo de antes, borrarlo. ¿Cuando los parajes, las calles, conservan sus nombres originales, hay un nexo mayor con lo que sucedió, con los recuerdos?

  --No creo que en Francia piensen en Napoleón cuando caminan debajo del Arco del Triunfo. En todas partes se diluyen los recuerdos, me parece. La vida de hoy es tan exigida que hace que la gente viva en la actualidad. Creo que en todas partes pasa lo mismo. No obstante repito: el interés por la historia existe en este país.

  --Muchos sucesos pasan, como grandes titulares, y al tiempo se vuelve confuso su significado. Hay más información que reflexión. ¿Corre peligro, por eso, la claridad de la memoria?

  --No creo. Se rescatan las cosas importantes y los hechos menores se van olvidando. Lo importante difícilmente se olvida. Fíjese usted: la sociedad argentina en estos momentos vive en democracia. Todavía imperfecta, pero democracia al fin. Y nadie está soñando con que venga un militar a arreglar las cosas. Eso es producto de la memoria colectiva. Memoria de los años que hemos vivido con golpes militares, que no queremos repetir. La gente cree hoy en la democracia, cosa que no ocurría en los años 60 o 70, cuando se creía en la violencia.

  --¿Qué significan los partidos políticos?

  --Son fundamentales para la democracia. Con todas las deficiencias que puedan tener. Son agrupaciones de personas, de ciudadanos, que más o menos piensan lo mismo, con parecida emotividad respecto de ciertas personas, de ciertos hechos. Es fundamental que existan y es fundamental que exista la alternancia de los partidos políticos. Es imprescindible para la democracia no eternizarse ni pensar que alguien se pueda eternizar en el poder. El poder se ejerce por medio de los ciudadanos que, en determinado momento, eligen un partido, unos representantes. Perpetuarse en el poder deteriora mucho a la democracia. En la incomprensión de esto radicó el peligro del tema de la nueva reelección. El peligro estuvo en la posibilidad de violentar la Constitución.

  --¿Los cambios en los partidos tradicionales son provechosos? ¿Son positivas las alianzas, como la que nos gobierna?

  --La alianza política hace, muchas veces, que dirigentes o afiliados, abandonen un partido, formen otro, se adhieran a otro. Esto en sí no es malo. Es malo cuando hay simplemente un sentido oportunista.

  --¿Dejar un partido al que se perteneció implica un duelo?

  --Dejar un partido es como dejar de ser de River o de Boca: hay afecciones, amistades... desgarramientos que se producen. Yo viví eso, cuando la división del radicalismo en 1956. Muchos de mis más queridos amigos quedaron del otro lado. Entonces, es muy desgarrador, muy angustioso. Pero es un problema personal, no un problema que afecte a la política en general.

  --¿Hoy es menor la sensación de integración, de cofradía con un partido, que la que tuvieron nuestros padres o abuelos?

  --Según las situaciones. Cuando un partido está en una lucha muy dura, muy difícil... cuando la oposición es un ejercicio riesgoso, ese sentido de pertenencia o de cofradía se da. Yo, por ejemplo, en mi juventud hice política dentro del radicalismo en plena época de Perón. Y había un riesgo permanente, al ser opositor. Riesgo de ser detenido; yo lo fui. Entonces, el sentido de solidaridad en un partido, posiblemente, se hace más fuerte. Cuando las cosas son normales y la democracia es como debe ser, no hay riesgos externos que enfrentar y hay mayor libertad para los enfrentamientos internos, para la dinámica propia de la política.

  --Lo he cansado. Me voy. Gracias.

  --Supongo que podrá escribir sus páginas.

  --Podré. Sólo algo más: la coincidencia de su nombre, el de su mujer Felisa, el de una de sus hijas Felicitas... hace pensar que la felicidad acompaña esta casa. ¿Es un hombre feliz?

  --Soy razonablemente feliz. Con una linda familia. Los otros días celebramos el cuarenta aniversario de mi casamiento... tengo tres chicas que adoro y que me adoran, que no me han dado más que satisfacciones...  Trabajo en lo que me gusta. Vivo de lo que me gusta... Hay, sí, muchas coincidencias con la felicidad.

 

POR QUE FELIX LUNA

Soy Luna

A dos cuadras quedan las Galerías Pacífico y el tumulto de Córdoba y Florida. Una alta puerta de hierro en la calle Reconquista da a un patio silencioso, lleno de plantas. La hiedra rojiza que tapa la larga medianera impone su belleza. Es un lugar intemporal de Buenos Aires, con un ascensor espejado, de jaula. En el primer piso, sobre la puerta de doble hoja, la discreta chapa de bronce muestra la concisión del nombre: Félix Luna. No agrega el título de abogado. No hace falta. Allí trabaja un hombre que nació en Buenos Aires, "no crea que hace demasiados años". Su familia es de origen riojano. Está casado con Felisa de la Fuente ("nieta de montoneros" como señala una de sus dedicatorias) con quien tiene tres hijas.

  Su lugar de trabajo es ordenado. Muebles sobrios y antiguos. Le gusta mirar por la ventana "esos tonos marrones de la hiedra". Es cortés. Sonríe poco. Pero lo hace con cariño al mencionar a sus hijas. Es lo que antes se llamaba una persona de buen tono. Si cabe decir de una voz que es elegante, hay que decirlo de la suya. Es pausada, serena. Se apaga un poco sobre el fin de las frases. Y mantiene distancia.

  Ahora que es de noche y concluyo "mis páginas" --como él las llamó-- justamente el postigo abierto encuadra la luna. Allá va, tan tranquila, sin que nada la asuste ni la apure. Abstracta, iluminada a veces, a veces oculta, nos guarda los secretos. Su memoria es la historia: la miraron Pancho Ramírez y la Delfina; la miró Elena Gorjan, recluida en la estancia La larga; la miraron el sincero Cabituna antes de caer fusilado, Roca en el desierto, Rosas en el campo inglés. Y ella los miró a todos. A contraluz de su luz pasaron glorias y miserias, amores y traiciones, el material de los libros de Luna.

  Buen nombre, para un historiador, apellidarse Luna.

 

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