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OPINION

Feliz derrota

Por Claudio Uriarte

El espectáculo paradojal --para decir lo mínimo-- de unos soldados, un gobierno y una población israelíes sonrientes y felicísimos ante lo que fue la primera derrota militar seria del Estado judío en sus 52 años de historia --la del Líbano--, mueve, en principio, a la propia sonrisa, en la medida en que los israelíes parecían estar expresando un estado de ánimo aproximadamente traducible como "qué suerte que por fin nos derrotaron, así salimos de una vez de ese maldito infierno". Pero ese estado de ánimo --que puede calificarse certeramente como derrotismo--, así como la derrota de la que efectivamente surge, son elementos profundamente preocupantes para Israel, un estado guerrero que puede estar llegando a la etapa de su aburguesamiento "posthistórico" --para usar una categoría tan fukuyamesca como falsa, que es más o menos lo mismo-- mucho antes de que las circunstancias del medio ambiente geopolítico medioriental --un barrio pesado-- lo permitan.

  Porque lo que pasó es un gran triunfo para Siria, y Siria --que es clave para la paz--, sigue siendo el punto ciego de los israelíes, el país --entre sus enemigos-- al que menos entienden. En el fondo, y pese a las apariencias, a las guerras y la falta de todas relaciones, los israelíes de la cúpula dirigente tienen una irónica relación de amor no correspondido con la cúpula de poder sirio y, muy especialmente, con el presidente Hafez al Assad. Porque los sirios respetaron a rajatabla el acuerdo de separación de fuerzas negociado por Henry Kissinger tras su desastrosa ofensiva de Yom Kippur en 1973, los israelíes se han creído que Assad y su gente son una especie de garantistas aferrados a la letra y el espíritu de la ley y los tratados. En realidad, son una banda de delincuentes internacionales que primero vivieron del subsidio soviético, luego de la esponsorización del terrorismo y ahora del tráfico de armas y de heroína. Desde luego, la paradoja es que una Siria democrática sería mucho más peligrosa, en la medida que seguramente accederían al poder las fuerzas fundamentalistas islámicas que el liderazgo alawita y laico de Assad --étnicamente minoritario-- mantiene a distancia. Pero --y precisamente por esa posición minoritaria, que obliga a Assad a relegitimarse permanentemente ante las mayorías musulmanas-- creer que por eso Assad va a ser más benevolente a las absurdas ofertas israelíes de devolver el Golán pero sin dar a Siria una gota de los recursos hídricos del Lago Tiberíades es tan ingenuo y en el fondo insultante como ofrecer a Yasser Arafat una ciudad --Abu Dis-- que él pueda llamar Jerusalén y que sólo tiene una gran vista sobre Jerusalén. Es un ultraje a la inteligencia del adversario, y por eso el proceso de paz está fracasando --incluyendo la derrota del Líbano-- y el radicalismo fundamentalista multiplicándose en todos los frentes.

 

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