UNO Esto es verdad, acabo de verlo en un noticiero en televisión:
un especialista en insectos sostiene un frasquito con inequívoco gesto de
temor frente a las cámaras y, enseguida, explica. Las hormigas
argentinas. De ahí vienen. Llegaron y vienen de los barcos, como
corresponde. La nueva plaga que azota las costas mediterráneas de este país
y está causando estragos, comiendo muchas hojitas, aniquilando a las
hormigas locales que, parece, se habían acostumbrado a un modo de vida más
relajado y que no se esperaban la llegada de estos marines con antenas.
Las hormigas argentinas, explica el especialista, son más grandes, más
fuertes, más inteligentes, con mayor resistencia a todo aquello con que
se las fumigue y no se prestan a ninguno de esos chistes con elefantes.
Las hormigas son argentinas y potencia y torcidas e inhumanas y han
llegado aquí con la misma voracidad con que supieron hacerlo los
psicoanalistas, los actores y los dentistas (y, ya que estamos, los
escritores y periodistas) no hace mucho tiempo atrás.
DOS El mismo día en que se hizo pública la amenaza de
las hormigas argentinas lo vi a John Travolta, actor decididamente hormiga
y laborioso. Travolta comenzó como adalid grasa (Fiebre del sábado por
la noche y Grease), cayó desde las alturas a los sótanos del cine con
bebés parlantes (tres partes de Mira quién habla) después de, por el
camino, haber hecho cosas interesantes como Blow-Out y cosas imperdonables
como Staying Alive, hasta ser rescatado por la voluntad psicótica de
Quentin Tarantino en Pulp Fiction. Desde entonces cobra sueldos
millonarios por las mismas películas malas que le reportaban unas pocas
migajas en sus años más oscuros. Y, dicen, agradecido por el milagro, se
convirtió en el propagandista religioso de Ron Hubbard, alguna vez autor
de mala ciencia-ficción y creador de la cienciología y/o la dianética
(esa religión sectaria acusada de utilizar su status pseudo-divino para
evadir impuestos y hacer negocios y a la que suelen afiliarse actores de
Hollywood en estado de gracia y de gracias) y de la que, dicen, Tom Cruise
y Nicole Kidman se aprestan a salir corriendo, cansados de poner dólares,
con la velocidad fugitiva de hormiguitas viajeras. Los voceros cientológicos
prefieren pensar que el que la pareja haya filmado esa película con ese
Kubrick ha distorsionado sus valores y creencias. Ya van a volver al
hormiguero.
TRES Ahora --¡sorpresa!-- Travolta está en un Corte Inglés
(tienda por departamentos) de las afueras industriales de Barcelona
firmando ejemplares del novelón futurista Battlefield: Earth --Campo de
batalla: La Tierra-- de su mesías Ron Hubbard. El libro es la base de la
película recién producida y protagonizada --en el rol del malvado líder
de los psycho-aliens-- por Travolta. Los psycho-aliens (con sus peinados
rasta) son hormigas cósmicas más poderosas que las terrestres y dominan
el planeta en nueve minutos pero no consiguen borrar de los corazones
terrestres los preceptos de toda una poderosa fe (adivinen cuál) y
entonces un tal Johnnie Goodboy, héroe de la resistencia... No puedo
contar mucho más porque, juro, me quedé literalmente dormido. La película
en cuestión ya recaudó lo suyo, ya fue lapidada por la crítica y señalada
como vehículo apenas subliminal para los delirios cosmorreligiosos de
Hubbard, que en paz descanse. Juro que, mientras se me cerraban los ojos,
vi cómo Travolta se escapaba del cine lanzando una risita mefistofélica
de hormiga siniestra. CUATRO Travolta no dice nada, sonríe, se saca fotos con bebés, pocas veces he visto a una estrella menos brillante que Travolta en persona. No importa: las madres lloran abrazadas a sus hijas concebidas, seguro, después de bailar "You Should Be Dancing". Dicen que vino aquí --pilotando su avión privado-- porque hay mucha cienciología en España (hay mucha secta y punto) y que él es algo así como el portavoz de La Palabra y todo eso. Su película Fenómeno ya había sido parte de este operativo: una especie de biografía alternativa de Hubbard, dijo Travolta entonces. Pero, ahora, en persona --rodeado de raros y ominosos individuos de corte de pelo idéntico y escuditos en la solapa-- Travolta no impresiona mucho y sí produce una especie de rara y malsana ternura, un extraño hormigueo. Travolta es gordito, de aspecto decididamente gomaespumoso, un muppet de sí mismo con ojitos chiquitos y sonrisa un tanto boba. La verdad sea dicha: entre los internacionales, Travolta es el actor de aspecto más "argentino" que jamás he visto. Un poco Puig, bastante Francella, da igual, con la atendible diferencia de que --cuando no predica-- actúa y actúa bien. La única forma de acercarte a él es ponerse en la larga fila de hormiguitas españolas (varias de ellas, por lo que escucho, decididamente dianéticas e iluminadas) y esgrimiendo un ejemplar de Battlefield: Earth como contraseña. Ahí, entonces, el hombre que alguna vez fue el danzarín Tony Manero, te lo agarra, te lo firma, te palmea la espalda, te desea --quién sabe, tal vez-- un "Vaya con Hubbard", te mira con la dulzura fatal con que se mira a una hormiga mientras se duda entre aplastarla o perdonarle la vida a cambio de unirse al gran baile galáctico donde sólo los elegidos sobrevivirán el ataque de las hormigas argentinas hasta la muerte.
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