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OPINION

La protesta interminable

Por James Neilson

Por enésima vez, los enemigos del modelo menemista globalizado neoliberal fondomonetarista ateo están ganando la batalla. Desde arzobispos santos hasta moralistas laicos que merecen ser fulminados por Dios con un rayo cancerígeno, todos --bien, casi todos-- concuerdan en que hay que reemplazarlo por algo que sea más humano. Puesto que se da un consenso en favor de la necesidad perentoria del cambio, uno pensaría que ya estarían discutiendo los detalles y explicándonos cómo se proponen efectuar la transición hacia la Argentina mejor resultante, pero parecería que nadie se interesa demasiado en pormenores de este tipo, acaso porque para la mayoría es suficiente participar del torneo denunciatorio en el que el triunfador será el autor de la fórmula más pintoresca para descalificar la actualidad. Por ahora, un arzobispo santo y sabio lleva la delantera, pero sería un error subestimar a Raúl Alfonsín.

  ¿Ha llegado la hora de avanzar más allá de las palabras para ir "a las cosas", como dijo tiempo atrás un español? Puede que tengamos que esperar un poquito. Será mejor no impacientarse. El bombardeo verbal contra los números ya ha durado medio siglo sin que estos hijos de Satanás hayan manifestado síntomas de cansancio, de suerte que es probable que sea necesario prolongarlo varios decenios más, lo cual, por fortuna, no planteará ningún problema aunque en el ínterin haya cien estallidos sociales, porque aquí vociferar insultos contra el statu quo económico es una actividad autónoma que no tiene relación alguna con lo que los "dirigentes" que agregan sus voces al coro de los virtuosos harían si un día les tocara mudarse a la Casa Rosada.

  ¿A qué se debe esta contradicción flagrante entre las palabras y los hechos? A que escasean los dispuestos a asumir las implicancias de cierto grado de igualitarismo en un país cuyo producto per cápita apenas alcanza el treinta por ciento de aquél de las naciones a las cuales quisiera emular. En la Argentina tal como es, la mayor equidad mañana supondría el colapso estrepitoso de los ingresos del sector del cual los políticos --y los obispos-- forman parte, seguido pronto por el desmoronamiento de una economía que está estructurada en torno de la desigualdad. Para no tener que hacer frente a esta realidad evidente, los contestatarios no tienen más opción que la de conformarse con ubicar al enemigo ya en el terreno de las abstracciones, ya en el exterior, maniobra que si bien significa que su griterío resulta totalmente inútil, por lo menos les permite desahogarse y felicitarse mutuamente por su propia sabiduría.

 

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