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OPINION

Una bocanada de aire

Por Julio Nudler

Súbitamente, los números hablan a favor. La Bolsa sube, al considerar los especuladores que se abrió una oportunidad de comprar barato y pescar ganancias luego de tanta caída. El riesgo-país (sobretasa de interés) de la Argentina desciende por debajo del 7 por ciento anual, como resultado de una recuperación en el precio de los bonos de la deuda. La recaudación crece levemente, pero al menos deja de caer, y el alejamiento de Carlos Silvani recrea la expectativa de una mejora en la administración tributaria, o como mínimo que se intentará mejorarla. Repunta el desempleo en Estados Unidos, y esta mala noticia para aquel proletariado atenúa -junto a otros indicios de enfriamiento� el peligro de ulteriores incrementos en la tasa por parte de la Reserva Federal. Nadie puede precisar cuánto de la mejora es atribuible al paquete de ajuste y cuánto a las novedades del mundo exterior, entre las cuales también figura la recuperación del euro. Aunque en Buenos Aires sea herejía hablar de devaluar, y se le niegue toda relevancia al tipo de cambio, cualquier devaluación del peso frente a una moneda significativa dibuja largas sonrisas en el rostro de gobernantes y empresarios. En todo caso, con su gesto de despiadada dureza fiscal la Argentina se habilitó como receptora de la nueva e inesperada bonanza internacional. También cooperó con el Gobierno el exabrupto de Hugo Moyano clamando por la desobediencia fiscal porque produjo un veloz desbande en la coalición contra natura que participó de la cruzada antifondomonetarista del miércoles.
El paquete, que por lo visto tuvo un exitoso lanzamiento, es una buena muestra de lo que podría llamarse realökonomie, un traslado a la economía del pragmatismo escasamente principista de la realpolitik. La clave radica en obtener recursos del sector que menor resistencia pueda oponer a la exacción. Esto explica que se bajen los sueldos de los empleados públicos �incluyendo a quienes ya sufrieron, en el primer ajuste, el aumento del impuesto a las Ganancias�, y en cambio se respete la intangibilidad de los intereses de la deuda, de las rentas financieras, las ganancias de capital o las utilidades extraordinarias de algunas privatizadas. No es un problema de derechos adquiridos sino de diferente capacidad de lobby o de extorsión sobre el Gobierno argentino. De los tres grandes componentes del gasto público: sueldos, jubilaciones e intereses, el primero recibió el hachazo más profundo, el segundo zafó con heridas mucho más leves por obvias razones, y el tercero emergió ileso, como era evidente que sucedería.
La equidad no es la base de la Convertibilidad ni de los sucesivos paquetes con que periódicamente se la apuntala o recauchuta. Un ejemplo: cualquier ahorrista puede invertir su dinero en el país o en el extranjero como mejor le parezca, pero el aporte jubilatorio de los trabajadores, canalizado por las AFJP, está casi totalmente restringido al mercado de capitales local y colocado en gran parte en títulos de la deuda pública. Por tanto, el bienestar futuro de esos aportantes está subordinado a una realidad local recortada de la globalización, incluyendo la solvencia del Estado. ¿Cómo justificar esta discriminación?
Las perspectivas más despejadas que comenzaron a abrirse en los últimos días, en alguna medida adjudicables al rigor fiscal, no implican un cambio de fondo en la situación. El ajuste, con la consiguiente contención o reducción del déficit fiscal, no disminuye la dependencia de la economía argentina respecto del ingreso de capitales, ni su vulnerabilidad ante cualquier obstáculo, o frente a un encarecimiento de los fondos. Es cierto que una menor necesidad de crédito para cerrar las cuentas públicas aleja la posibilidad de un ataque especulativo, un pánico o una corrida. Si a la mayor solvencia fiscal se le añade un sistema bancario respaldado por amplios márgenes de liquidez, se reduce el peligro de un cataclismo.
Si el déficit fiscal fuera el verdadero determinante del riesgo-país, podría confiarse en el despegue de la economía a partir del ajuste. Perolos analistas de riesgo miran cada vez más el comportamiento del sector externo, y en términos de éste la Argentina seguirá pagando muy caros los fondos, aunque se le abaraten cuando los mercados internacionales se ablanden. Habrá que saber, además, si el giro de los últimos días impulsa la reactivación y corta el tirabuzón de ajuste y deflación, para evitar la necesidad de un tercer ajuste en el futuro. Por la debilidad de su base productiva y de su balance externo, la economía argentina tiene poco dinamismo y reacciona más pesadamente a los estímulos. En el cuarto trimestre de 1999 y el primero del 2000 América latina creció a un ritmo del 7 por ciento anual, cuatro a cinco veces más rápido que la Argentina. En el mismo lapso, algunos países asiáticos avanzaron a tasas anuales superiores al 10 por ciento. Entre las razones de esta pobre performance se destaca la incapacidad nacional, por falta de oferta exportadora apta, de aprovechar el boom estadounidense de importaciones, sobre el que montaron su expansión economías como la mexicana o la sudcoreana.
Por causas como ésta, incluso los más optimistas pronósticos de crecimiento para la Argentina son modestos, postergando para el 2001 la posibilidad de recuperar el ingreso por habitante que ya se había alcanzado en 1997. Esto explica que se haya seguido profundizando el deterioro de las condiciones sociales y que aparezcan focos de revuelta contra el sistema. Frente a ello, aunque el Gobierno de la Alianza gane tiempo y disfrute de una bocanada de aire fresco con su demostración de ortodoxia, no recorrió sino unos pocos pasos en el camino que debería llevar a la salida de la crisis. Habrá que ver todavía si consigue atraer al sector privado hacia el shock de inversiones prometido el lunes último, y habrá que conocer el precio que le exigen los inversores al Estado por volcar recursos donde naturalmente no se han sentido inclinados a hacerlo. Mientras tanto, reformas como la de las Obras Sociales, consagrando la irrupción de las prepagas en los espacios necesariamente solidarios de la salud pública, revelan una tendencia muy �menemista� a devocionar el capital y el mercado como remedio óptimo para cualquier problema. Esta puede ser la fuente de nuevos desencantos.

 

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