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HUGO MIDON CUMPLE 30 AÑOS DE CARRERA
�Aún debo aprender�

El director, cuyo currículum incluye varias obras fundamentales
del teatro infantil, sostiene que el género afronta hoy los mismos
contratiempos que experimentaba al comenzar la década del setenta.


Por Inés Tenewicki
t.gif (862 bytes) Hugo Midón cumple este año tres décadas como director y autor de teatro para chicos. Empezó en 1970 con La vuelta manzana, hizo Pinocho en cine (dirigido por Alejandro Malowicki), La Cenicienta en TV, fue el creador de Vivitos y coleando en televisión y en teatro, y múltiples obras de teatro como El gato con botas, Popeye, Locos Recuerdos, y Stan y Oliver. La celebración incluye el reestreno de La familia Fernandes, protagonizada por chicos y ganadora del premio ACE 1999, la reposición de la comedia coral Objetos maravillosos en el teatro Picadilly, y un proyecto de cine que podrá verse el año próximo. Se trata de La vuelta manzana en versión de animación digital. Para este pionero del teatro infantil, sin embargo, en el balance también hay cuentas pendientes y reclamos hacia las políticas culturales.
�¿Qué destacaría como lo mejor y lo peor en estas tres décadas?
�Algo que me desagrada mucho es que desde el punto de vista de las posibilidades estoy exactamente igual que en el año �70. Si bien tengo más facilidades, por ejemplo para conseguir una sala de teatro, me parece que no se generó en estos 30 años en el teatro para chicos un plafond que permita trabajar con mayor tranquilidad. El teatro para chicos es muy importante y no se le da esa importancia en el medio, en la política cultural, en los órganos que deberían financiarlo. No hay coproducciones, no hay ayuda del Instituto del Teatro, del Fondo Nacional de las Artes. En cualquier momento podemos pegar el resbalón de algo que no gusta, y desaparecer... y me parece que después de 30 años de un recorrido más o menos coherente, un artista debería tener un apoyo más seguro. No me dan bola de los teatros oficiales, posiblemente porque presento proyectos con un nivel de exigencia igual al del teatro para adultos. Pero todo esto tiene relación con el escaso reconocimiento a la trayectoria de personas que trabajaron honestamente en la vida y cobran 150 pesos como toda devolución.
�¿Y lo positivo?
�Lo positivo es que tuve la virtud de juntarme con buenos profesionales y buena gente, que toma el teatro para chicos no como un laburito para juntar unos pesos, sino que le da importancia en sí mismo. También que hubo una lógica coherente, que se fue dando de acuerdo a ciertos principios, aunque fue muy duro y muy peleado. 
�¿Qué le falta aprender?
�Sigo trabajando con muchas dudas respecto de lo que hago, y con la misma ansiedad de mi primera obra. Siempre que tuerzo el camino estético o me meto en alguna temática nueva me aparecen los mismos problemas. Me gustaría poder contar historias con un planteo dramático más convencional: con introducción, desarrollo y desenlace. No estoy satisfecho con los finales. Me salen precipitados, no sé bien cómo resolver las situaciones. Me di cuenta de esto cuando abordé algunos adaptaciones de cuentos clásicos, que tienen una estructura férrea e inobjetable, con personajes muy sólidos. Me falta estructurar las obras de manera que el final tenga algo de revelación, fuerte, que uno diga ya está, colorín colorado este cuento se ha acabado...
�Sin embargo, la comedia musical le permite jugar con finales abiertos, cantados, bailados...
�Sí, pero el tema de los finales es algo que me queda por aprender. Y con los actores también me falta profundizar. Si bien yo siempre apunto a trabajar con la mayor profundidad posible la dirección de actores, creo que se puede trabajar mejor. Sé que hay muchas cosas en juego en el teatro para chicos: tiene que tener entretenimiento, diversión, juego, todas cosas que me han arrastrado un poco. Eso no va junto a una profundización del tema o de los personajes. 
�¿Se refiere a que el teatro para chicos trabaja con �buenos� y �malos�, y no con los matices de los personajes, por ejemplo?
�Claro. El gato con botas era un personaje con complejidad, interesante, rico, muy criticable. Pero en el teatro para chicos a veces no se puede trabajar con los contrastes que puede tener un personaje �malo� o �bueno�, con esos colores definidos que hacen un estereotipo. No puede ser que un personaje malo tenga rasgos de bondad o inteligencia. El gato era inteligente, sagaz, divertido. Pero el público se empieza a identificar con ese personaje, que era malísimo. Mi imagen de ese personaje eran algunos funcionarios, personas afables, simpáticas, divertidas, pero también capaces de muchas barbaridades. 
�¿Qué diferencias encuentra entre los primeros trabajos y los más recientes?
�Antes hacía un teatro más ligado a la educación, a los supuestos intereses de los niños. Cambiamos juntos, mi público y yo. Antes trabajaba más limitado, y me fui dando cuenta de que el género daba para más, me permití experimentar, ver cómo funcionaban las cosas. Uno empieza con muchos prejuicios y desconocimiento. Me sirvió mucho La vuelta manzana, una obra que después de tantos años fue cambiando en la marcha.
�¿Recibió muchas críticas al innovar en el género?
�Antes de la democracia hubo mucha crítica de los militares, de algún público también. Decían que era teatro político, que esas cosas no había que contárselas a los chicos. Cuando en 1984 hice Narices, que hablaba sobre la vida nueva que se abría para los argentinos después del Proceso, había mucha gente que decía que no era para chicos. Fue difícil imponer un teatro diferente. Con el clima de libertad, dejé de estar atado a los presuntos intereses de los niños y me largué a hablar más de lo que me interesaba, buscando el puente para comunicarme con los chicos. Empezaron a aparecer temáticas que no se consideraban apropiadas para chicos. En 1981 hice �La Cenicienta� con Soledad Silveyra en TV, que empezaba con el entierro de la madre.
�¿Qué debe contar el teatro para chicos?
�Creo que habría que apuntar a reforzar los valores humanos, a afianzar la cosa del hombre, del individuo, su esencia, su rol en la vida. Y algunos valores que tienen que ver con la libertad, la justicia, la igualdad de oportunidades, algunos valores esenciales que se van perdiendo peligrosamente. Si no recuperamos eso, vivir va a ser como una especie de basural. El teatro, el cine, tienen que apuntar a eso.
�¿Qué le pide el público?
�Tengo un público cómplice. La gente vuelve al teatro con la confianza de que va a ver algo hecho con seriedad y cuidado. Los padres sienten que a los chicos les hace bien un espectáculo así, es una ratificación de que es falso que a los pibes se les tira cualquier cosa y con cualquier cosa se divierten. Es una ratificación de que chicos de dos tres años pueden estar atentos al espectáculo sin necesidad de excitarlos con canciones, con mucho volumen, mucha participación. De que pueden estar interesados sin tanto show, sin tanta velocidad, sin zapping. 

 

La traición de Manuelita
�¿Qué le pareció Manuelita?
�No me gustó. El perfil del personaje que llega a través de María Elena Walsh no es el de la película. Es una película un poco sosa, sin gracia, sin dramatismo, sin comicidad, aunque en algunos aspectos técnicos está bastante bien hecha. A mí me resultó una traición a un personaje muy emblemático, importante para mí y para mis hijos. Es cierto que a los chicos les encantó, y los padres sintieron que por lo menos no les hacía mal, que en este país es bastante. Es una cosa educativa, sencilla, sin violencia, sin complejidades. Esa cosa sosa fue la que gustó, porque los chicos se conectan con una parte sencilla de la historia, y con la ingenuidad de los personajes desde su propia parte sencilla e ingenua.

 

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