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�Matar es tremendo�

Los especialistas advierten que tener armas implica un riesgo enorme, pero algunos sólo ven la magnitud del drama después de disparar. Este diario entrevistó a hombres que mataron. Algunos cargan el peso en su conciencia; otros volverían a hacerlo.

El abogado Alberto Bolpentesta muestra 
el lugar en donde tiró para no entregar el dinero que llevaba.

Víctor Suglio junto a la ventana desde la que disparó, en ese oscuro momento que preferiría olvidar.


Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) �Es tremendo. Matar es tremendo. Así sea un delincuente.� Víctor Suglio tiene 51 años de edad. Y seis meses de padecimientos, desde que tomó una pistola calibre 45 perdida en un cajón, en desuso pero cargada, y jaló del gatillo contra tres asaltantes, dando muerte a uno e hiriendo a los dos restantes que, sin embargo, fugaron. El hecho ocurrió en agosto del �99, y desde entonces, Suglio lleva adosada a su conciencia la imagen de aquella ventana por la que disparó como un agujero negro que se resiste en desaparecer de su memoria. Siente que el miedo por una vendetta es más fuerte que los ansiolíticos que toma día a día para calmar sus nervios. Vive entre rejas que no alcanzan para impedir el paso de las sombras, y entre dudas que no tienen respuesta: �Desde que me pasó, me pregunto cómo estaría hoy si mis balas hubieran dado en mi nietito o en algún vecino�. Especialistas en criminología, políticos y técnicos entrevistados por Página/12 analizaron los serios riesgos que implica tener un arma para defenderse por sí mismo, y que incluyen no sólo los vericuetos judiciales, sino también la muerte propia, la de terceros inocentes o cargar un lastre en la conciencia de por vida. A diferencia de Suglio, y pese a todas las recomendaciones, otros llamados �justicieros� afirmaron a este diario estar dispuestos �a volver a matar si es necesario�, bordeando la difusa línea que separa la legítima defensa, el homicidio o el silencio eterno.
19 de febrero del 2000. Doce menos cuarto de la noche. Víctor Suglio descansa en su dormitorio del primer piso, en algún lugar de Monte Grande ��algún lugar� porque su rostro y su dirección, a pedido del mismo Suglio, deben permanecer en el anonimato. Secuelas de lo que ocurrió aquel día�. En la puerta de su casa, tres jóvenes en un Renault Megane intentan asaltar a su hijo Hernán, y a su esposa que lleva en brazos al pequeño Emanuel, de un año. �Escuché gritos, voces que no reconocí, y otras desesperadas, que me eran familiares�, explicó Suglio. A las voces se agregaron disparos. Guiado por los sonidos, y en un acto casi reflejo, se abalanzó sobre el cajón donde sabía que se encontraba la Ballester Molina, calibre 45, heredada de su padre. Suglio aclaró que desde hacía tiempo estaba �olvidada y sin uso�, pero cargada. �Por seguridad�, agregó.
�No hay tiempo para detenerse a pensar. Si lo pienso antes, no lo hago�, reconoció. Apretó seis veces el gatillo. �La suerte�, como confesaría más tarde a este diario, hizo que una de sus balas impactara en el joven que había quedado en el auto, provocándole la muerte. También hirió a los otros dos cómplices que, de todos modos, lograron fugar a la carrera.
�Más allá de todos los problemas legales que representa y los enormes riesgos a los que se expone por tener un arma, la gente no sabe lo que es llevar cargando un cadáver durante el resto de su vida�, dijo Stella Maris Martínez, defensora oficial en los Tribunales Orales del fuero Criminal de Capital y codirectora de la maestría en Criminología de la Universidad de Lomas de Zamora.

Las armas se dan vuelta

Aquel 19 de febrero, apenas terminó todo, Suglio como un autómata se acercó al Megane. �Fui a ver al que había matado. Estaba con el arma en la mano, así�, e intenta repetir en un gesto la posición en que quedó el cadáver. �Estúpidamente, un policía se me acercó y me dijo: �Lo felicito�.� Suglio no puede olvidar la noche en la comisaría ni cuando lo llevaron al juzgado. �Lo vamos a tener que esposar�, le dijeron. La explicación todavía resuena en sus muñecas. Finalmente, el fiscal caratuló su caso como �legítima defensa� y Suglio quedó libre. �El arma ya no la tengo más.� Fue decomisada porque su dueño no estaba acreditado como legítimo usuario. A partir de entonces, se abrió una causa en su contra por posesión ilegítima de arma de guerra.
Pero el calvario de Suglio no fue exclusividad del fuero penal. �A partir de ese momento mi vida cambió. Uno junta temor a que vuelvan en venganza. Y se me mezcla con la imagen del muerto.� Salir a la calle implica poner en funcionamiento un sistema de precauciones. Cuando Suglio vuelve a su casa, llama desde el celular para que su esposa verifique si se ve �algo raro�. Desde el 19 de febrero, una gruesa reja en la puerta del instituto �cuyo nombre y actividad también prefiere que permanezcan en el anonimato� franquea el ingreso al interior y un potente foco ilumina la vereda. �Llegué a plantear mudarnos a otra provincia, pero no es fácil�, explica mientras señala en la pared exterior, junto a la ventana, la marca de una bala.
Suglio toma ansiolíticos cada día. �Para calmar los nervios�, asegura. Pero los ansiolíticos le resultan inútiles: cada vez que se asoma a la ventana las imágenes de aquel momento se le vienen encima. �Fue la desesperación�, trata de convencerse Suglio una y otra vez. �Y ahora estoy desesperado... La gente no debería tener armas.�
Según la especialista Martínez, �es cierto que en determinadas zonas de la provincia de Buenos Aires existe un alto grado de impunidad, pero el mensaje es magnificado por los medios y avalado por el gobierno. Y aunque así fuera cierto que el ciudadano esté indefenso, armarse no es la solución, porque es el Estado el que tiene que garantizar la seguridad. Las armas se empiezan a dar vuelta, como pasa en Estados Unidos, y aquel que es propietario para defenderse puede usarla también después para delinquir en un estado de desesperación, puede ser que la use en un violento altercado entre marido y mujer. Las armas generan más problemas que soluciones.�

Doble acción

�Volver al sistema de la autodefensa es volver al far west o a la época de la Colonia�. Marcelo Durañona es una voz autorizada en el rubro armas: ocupa el cargo de director ejecutivo de Caesi, la cámara que agrupa a las grandes agencias de seguridad privada. En sentido inverso a lo que algunos imaginan como �estado de indefensión�, la tendencia entre las agencias de seguridad es a reducir el uso de armas por parte de los vigiladores. �La cantidad de casos donde resulta víctima un tercero nos llevaron a impulsar esa recomendación�, explicó Durañona. 
12 de agosto de 1999. Mediodía. El abogado Alberto Bolpentesta estaciona su camioneta Ford Explorer frente al club Sarmiento, en pleno centro de Santos Lugares, dispuesto a almorzar. En su bolsillo lleva casi cuatro mil pesos retirados de un banco. En su guantera, una pistola Bersa 9 milímetros doble acción, con su cargador completo y sin seguro. �La inseguridad me empujó a hacer un curso de tiro y comprar el arma legalmente.�
Pero Bolpentesta no tuvo tiempo de almorzar. Un Renault Clio con dos hombres dentro estacionó junto a su puerta izquierda, impidiéndole abrirla. Bajó el acompañante, con una 32 larga en la mano. �Hice el movimiento hacia la guantera y me disparó. Una bala dio en el parante, a centímetros de mi cara.�
�¿Le disparó cuando hizo el movimiento? �preguntó Página/12.
�Sí, pero él no sabía que yo tenía un arma. Podría haberme movido para sacar la billetera. Igual me hubiera tirado.
Según la experiencia vivida por Bolpentesta, lo más recomendable parece ser quedarse quieto. Pero el abogado se movió y se desató un infierno de balas. Inexplicablemente, o azar mediante �como lo reconoció Bolpentesta�, Aníbal Coronel, el asaltante, terminó huyendo en el auto con su cómplice y siete balas en el cuerpo. Poco después, su cadáver aparecía en el partido de San Martín. Bolpentesta pasó casi una semana detenido, hasta que caratularon su caso como �legítima defensa�. �No es nada agradable matar a alguien. Pero qué debería hacer. ¿Mudarme? ¿Ponerle vidrios blindados a mi auto? ¿Esconderme?�
Según Stella Maris Martínez, �lo que debe hacer la sociedad es reclamar al Estado que lo defienda. No estamos acostumbrados a ejercer ese derecho. Esto no quiere decir una policía más dura. Es más policía en la calle y más eficiente.�

Siempre lista

26 de agosto de 1999. Barrio residencial de López Camelo, Tigre. Ocho y media de la noche. El productor agropecuario Arnaldo Puleo lava su auto en la puerta de su casa. Lleva una pistola 9 milímetros en su cinto, debidamente registrada. �Las armas son para llevar en la cintura. Si no, no sirven: no tenés tiempo�, explicó Puleo. Esa noche, dos muchachos en bicicleta se acercaron al empresario. �Yo ya los había visto, y ya pensaba que eran chorros. Era muy raro, porque andaban en bicicleta un día de lluvia, en una calle tan desolada.� Podría no haber sido así, pero esa vez, por casualidad, la percepción de Puleo dio en el blanco: eran chorros. �Quedate quieto, flaco, que te pongo�, le dijo uno apuntándolo con una pistola calibre 38. �Matalo que es cana�, le gritó el otro al ver el arma de Puleo.
Como en el far west, hubo uno que fue más rápido. En la ocasión, el muchacho de la 38. Pero tuvo la mala suerte de no dar en el blanco, o Puleo tuvo la suerte de que no le dieran. Y tiró él. Se cruzaron varios disparos. El joven, herido, corrió 40 metros y cayó muerto. Puleo, milagrosamente ileso, denunció el caso, entregó su arma y finalmente, le acreditaron la �legítima defensa�. �Tuve suerte �analizó más tarde el productor�. Podría haber quedado con una causa.�
Pese a todas las indicaciones, pese que las balas no encontraron ni a Puleo, ni a Bolpentesta, ambos aseguraron: �La única forma de defenderme es con un arma�.
El sociólogo Juan Pegoraro, director de la revista Delito y Sociedad, opina diferente. �No son un modelo ni un fenómeno social. Son exabruptos. Son los Rambos que andan por ahí. Cinco o diez casos no valen como muestra de la infinidad de casos que jamás se armarían y jamás matarían. La mayor parte de la gente prefiere decir �llévense todo� antes de hacer peligrar su vida o la de su familia. Esa es la cultura social y eso es lo que corresponde recomendar que hagan.�

 


 

LA SAGA QUE INAUGURO EL INGENIERO SANTOS 
Entre la suerte y el drama

�Tuve suerte. Esta nota podrían estar haciéndosela a Coronel�, reconoció Alberto Bolpentesta, refiriéndose al asaltante que murió después de recibir siete impactos disparados por el arma del abogado. Tanto Arnaldo Puleo como Víctor Suglio coincidieron en el peso del factor suerte para llegar a un desenlace favorable. No siempre ocurre así. En muchas ocasiones, aquellos que buscaron garantizar sus vidas con un arma no llegaron a inscribir sus nombres junto al apodo de �justicieros�, o lo hicieron por poco tiempo, hasta que fueron víctimas de un ajuste de cuentas. Pero la suerte no sólo debe tocar a quien porta el arma. En este sentido, un caso reciente, quizás uno de los más dramáticos, fue el vivido por Rodolfo Noriega y su pequeña hija Milagros, fallecida de un disparo en la cabeza mientras su padre se tiroteaba con dos asaltantes.
El 4 de abril pasado, en San Justo, el comerciante Osvaldo Lepiane disparó un escopetazo contra tres asaltantes que amenazaban a su hijo, de 21 años, en la puerta de su casa. El disparo hirió a uno de los delincuentes, pero éstos respondieron el fuego, asesinando al comerciante de dos balazos. En setiembre del �99, el kiosquero Osvaldo Gauna, de Monte Grande, inscribió su nombre junto al mote de �justiciero�, al repeler a tiros un asalto. La marca de la hazaña la llevó por poco tiempo, porque una semana después, Gauna volvió a ver los mismos tres rostros amenazantes cuando se le acercaron para tomarse revancha: el kiosquero murió de dos balazos.
En julio del �98, el ingeniero Guillermo Sznaper mató a dos asaltantes e hirió a otro cuando lo �paseaban� en busca de dinero, en Ituzaingó. Sznaper puso en evidencia una de las secuelas que sufren los �justicieros� después de salir airosos del enfrentamiento: no aceptó la entrevista. �Queremos que nuestra familia esté tranquila�, dijo su esposa ante la consulta de este diario. Una semana después del caso Sznaper, el empresario Juan Pagano, de Berazategui, baleó a tres ladrones que lo seguían, dando muerte a dos de ellos. Pagano recibió un disparo en el hombro.
En marzo pasado, el ingeniero Horacio Feijoo se resistió a tiros contra dos asaltantes que lo interceptaron en Caseros, cuando conducía su Alfa Romeo. Feijoo disparó cinco veces contra uno de los delincuentes que se había aproximado a su auto pistola en mano, provocándole la muerte. Después, el ingeniero salió de su auto y disparó otros cinco tiros contra el auto donde se encontraba el cómplice, hiriéndolo gravemente.
Diez años antes, en 1990, otro ingeniero, Horacio Santos, inauguraba con grandes titulares la estirpe de los �justicieros�, matando de dos balazos a dos jóvenes desarmados que habían robado su autoestereo minutos antes. Santos pasó por un largo proceso de seis años, durante el que estuvo preso, liberado, y vuelto a procesar, hasta que en 1996 fue exculpado por la Justicia por considerarse que actuó bajo emoción violenta.

 


 

EL RECORRIDO DE QUIENES VAN A APRENDER TIRO A LOS POLIGONOS
�Un arma no te va a dar la seguridad�

Por H.C.

�No cualquiera es capaz de empuñar un arma y matar�, dicen los especialistas. En principio, ese acto exige cierta predisposición y voluntad. Porque antes de matar en defensa propia hay que contar con un arma. Para ello, es necesario cumplir una serie de requisitos legales como obtener el permiso de tenencia o portación y el registro del arma, luego de aprobar un curso reconocido oficialmente y un estudio psicotécnico. En el Tiro Federal de Lomas de Zamora, uno de los más importantes de la Zona Sur, donde se realizan cursos dirigidos por instructores del Renar, sus directivos aseguraron a Página/12: �Cuando descubrimos que no vienen interesados en el deporte del tiro, sino porque tienen miedo, buscamos desalentarlos. Les decimos: si querés seguridad, un arma no te la va a dar�.
Jorge Angeletti y Alberto Bosio, presidente y vice de la Asociación Civil Tiro Federal de Lomas de Zamora, e instructores de nivel A del Renar, tienen en el club una actividad aparte de sus cargos: �Enseñar a quienes pretenden asociarse que las armas no son para cualquiera, que hay que respetarlas, y que no se deben mostrar en público�. Según aseguraron los directivos, y en coincidencia con lo señalado por los especialistas (ver nota aparte), es �muy baja la proporción de interesados en hacer el curso por cuestiones de seguridad. Y a ellos, los desalentamos�.
Pero si el interés persiste, es probable que abandone antes de finalizar el recorrido obligatorio: para comprar un arma primero hay que ser habilitado como legítimo usuario. Para ello deberá inscribirse en un curso teórico, con un programa elemental sobre la estructura de un arma y las normas de seguridad. Paralelamente, deberá avanzar en la escuela de tiro, guiado por instructores del Renar. �El teórico dura un par de horas �asegura Bosio�. El práctico, todas las veces que haga falta, hasta que se evalúe que respeta y cumple todas las normas de seguridad y es eficaz.� �En algunos casos �señaló Angeletti�, hubo personas que duraron seis o siete meses. Es más importante que sea seguro con el arma a que sepa tirar eficazmente.�
Más allá del resultado del curso, simultáneamente, el interesado deberá pasar por el gabinete psicotécnico. En el Tiro Federal de Lomas de Zamora, el gabinete está a cargo del psiquiatra Julio López. �Todos los datos se asientan en un libro foliado �explicó López�. La declaración del interesado figura como declaración jurada. Se hace una revisión médica general, se estudia la vista, se arma una ficha psicológica y se lo expone a un interrogatorio en el que se puede determinar su pleno juicio, que no sufre de alucinaciones, ideas delirantes y que su psiquis es la adecuada para usar un arma.�
Aprobado el curso y el estudio psicotécnico, el interesado será denominado, de ahí en más, �un idóneo�. Con el certificado de idoneidad de tiro y el ok psicotécnico en la mano, deberá probar ante el Renar que cuenta con medios lícitos de vida y que no cuenta con antecedentes penales. Deberá ser mayor de edad y presentar su DNI en regla. Una vez que el Renar aprueba el trámite, el idóneo pasa a ser un �legítimo usuario� pero sin arma. Para comprarla, con el carnet de �legítimo usuario�, concurrirá a una armería, elegirá su arma, pagará su importe y con la factura en la mano regresará al Renar para llenar un formulario para tenencia. Una vez que el Renar aprueba la tenencia le entregará la credencial del arma, una especie de cédula verde de un auto. Con los dos documentos (legítimo usuario y registro del arma) podrá retirar el arma.
De todos modos, si sólo fue habilitado para tenencia el traslado del arma le será prohibido. Sólo podrá llevarla fuera de su casa, desarmada y con el cargador por separado. La portación de armas exige, además, requisitos más complicados, porque además habilita al uso de armas de guerra. Si hasta ese momento no desistió, será un feliz propietario de una pistola y sólo deberá esperar el momento en que lo asalten y, tal vez, tenga la suerte de que pese a tener un arma, se salve de que lo maten.

 

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