Por Gabriel Alejandro Uriarte
Nadie fuera de Estados Unidos estuvo demasiado entusiasmado con el proyecto norteamericano de desarrollar un sistema de defensa contra Misiles Nucleares (NMD en inglés). Para los europeos, esa política terminaría de separarlos de la órbita de defensa norteamericana. Y Rusia estuvo opuesta desde el principio a algo que neutralizaría el valor de su todavía poderoso arsenal nuclear. Durante su gira por Europa esta semana, el presidente Bill Clinton sólo cosechó fuertes críticas a su NMD. Súbitamente, sin embargo, su colega ruso Vladimir Putin ofreció el viernes lo que parecía una solución ideal para la paz y la seguridad mundiales: desarrollo conjunto de un sistema que protegería Estados Unidos, Rusia e incluso Europa. ¿Todos contentos? Ayer algunos altos funcionarios de la administración Clinton parecían estarlo. Pero otros asesores comentaron off the record que la propuesta era inaceptable. Al estudiarlo de cerca, sospechaban que la propuesta de Putin era el rechazo más devastador de todos: una que humillaría a Bill Clinton tras su llegada ayer al Kremlin.
Para entender el intrincado juego del presidente ruso hay que adentrarse un poco en el tema. El planteo de Washington es el siguiente. Actualmente Estados Unidos está amenazado desde los llamados �Estados paría�: Corea del Norte, Irán, Irak y Libia. Su característica común es tener regímenes impredecibles y la capacidad de desarrollar misiles balísticos que podrían alcanzar Estados Unidos. La destrucción de sus ciudades no es la principal hipótesis que preocupa a la Casa Blanca, sin embargo. Es igualmente preocupante el potencial chantaje. Por ejemplo, Corea del Norte a menudo dispara �misiles de prueba� para recibir ayuda exterior. Es imposible creer que tales países se regirán por la lógica de la �mutua destrucción asegurada� (MAD) que tan bien funcionó durante la Guerra Fría.
Ante este dilema, la administración Clinton y el Congreso republicano resucitaron el Star Wars de la era Reagan. El Star Wars bis sería más modesto. Sería un radar ultrapoderoso instalado en Alaska. Con él habría unos 150 �interceptores� (misiles antimisiles). No harían falta más. Los �Estados paria� nunca dispondrían de arsenales tan numerosos. Y una mayor cantidad de interceptores solamente podría estar dirigida contra el único otro país aparte de Estados Unidos con muchos misiles balísticos: Rusia.
Era esencial que Moscú no detectara ninguna amenaza en el NMD. Es que ese proyecto se enfrenta a un importante obstáculo: el tratado ABM, que prohíbe el desarrollo de sistemas antimisiles. Firmado en 1972, el ABM era una manera de preservar el MAD. Si ninguna de las potencias desarrollaban sistemas capaces de moderar el peligro de un ataque nuclear, se reducía significativamente el peligro de que una de las superpotencias apostara a un ataque sorpresa. El ABM era entonces el bastión del equilibro nuclear. Pero, tras la caída del Muro de Berlín, pasó a ser el bastión de Rusia.
Esa nueva democracia infeliz sabía que sólo había una respuesta posible a la abrogación por Estados Unidos del ABM: Rusia debería lanzar un programa antimisilístico propio. Pero el insolvente Estado ruso es incapaz de competir con los miles de millones de dólares que el amigo americano gasta con tanta prodigalidad. La única alternativa es entonces claudicar y reconocer que Rusia salió definitivamente de las filas de los grandes poderes. Es un predicamento que Moscú ya experimentó. La mera amenaza de Reagan de desarrollar el Star Wars aceleró el proceso de perestroika por temor a que Rusia fuera incapaz de imitar el gasto norteamericano. Si ese proceso fue letal para Gorbachov, mucho más para Vladimir Putin.
El segundo, sin embargo, se está probando más astuto que ninguno de sus antecesores en la era nuclear. Es la astucia que surge de la carencia. Y de ser un ex líder de la KGB. Su propuesta del viernes, que tanto entusiasmó a la secretaria de Estado, Madeleine Albright, es en realidad una especie de broma a expensas del gigante. Si se lee con atención la entrevista a la NBC en la que Putin la develó, puede descubrirse su juego. Tradicionalmente, le explicó didácticamente al periodista Tom Brokaw, laamenaza nuclear vino en tres dimensiones: desde el aire (bombarderos), los océanos (submarinos) y desde el territorio del agresor (silos misilísticos). Pero ahora esa amenaza, como tan bien lo señaló Clinton, viene de los �Estados parias�. Y éstos no pueden lanzar misiles en las primeras dos dimensiones ya que no poseen bombarderos ni submarinos de largo alcance. �Sólo pueden hacerlo desde su propio territorio�.
Ahora hay que hacer una última observación técnica. El NMD de Clinton interceptaría los misiles en la estratósfera. Pero eso violaría el tratado ABM. ¿No sería mejor entonces �sugirió Putin� utilizar en su lugar los llamados �interceptores de teatro de guerra�? Estos están diseñados para usarse contra misiles de corto o mediano alcance. No podrían ser desplegados en la remota Alaska, claro, sino que deben estar posicionados cerca de donde se podrían lanzar misiles. En tiempos de la Guerra Fría eso era claramente imposible por el ataque nuclear en tres dimensiones. Pero ahora, con los focos de amenaza tan bien identificados, ¿no sería una buena idea abandonar el Star Wars bis y que Estados Unidos y Rusia desarrollen conjuntamente un sistema de interceptores de mediano alcance?
En un principio el gobierno norteamericano recibió esperanzado la noticia. Pero si los hombres del presidente fueran tan astutos como piensan, ya estarían mirando un mapa. ¿Dónde se colocarían los interceptores de mediano alcance que propone Putin? En lugares cercanos a los Estados paria, por supuesto. Y esos lugares estarían casi todos dentro del territorio de la Federación Rusa que ahora gobierna Vladimir Putin. Rusia y Europa estarían bien protegidos. ¿Estados Unidos? Pero... ¿no era que el fin de la historia ya había abolido la Guerra Fría?
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