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Un calorcito para la Guerra Fría

Clinton deploró atentados a la prensa rusa y las libertades chechenas

La cumbre bilateral ruso-norteamericana terminó con un "No" de Moscú a la nueva Guerra de las Galaxias norteamericana.
Por Alfredo Grieco y Bavio
t.gif (862 bytes)  La cumbre norteamericano-rusa que concluyó ayer fue la última de la era Clinton y la primera de la era Putin. Las dos partes estuvieron de acuerdo en que la estabilidad estratégica global en el siglo XXI enfrentaba una novedosa amenaza en la proliferación de misiles balísticos. Y en los llamados "estados parias", una categoría que también prolifera: Libia o Norcorea, seguro, pero quizás India y Pakistán. Al mismo tiempo, exhibieron una amplia divergencia en cómo tratar estos peligros.
El presidente norteamericano y su colega ruso lanzaron un programa de varios miles de millones de dólares para desactivar sus respectivos depósitos de plutonio y para instalar un ambicioso programa común de alarma inmediata que contrarrestaría el lanzamiento accidental de misiles nucleares. Pero sobre la cuestión más acuciante de la cumbre tuvieron que estar de acuerdo en que no estaban de acuerdo. El proyecto norteamericano de llevar a término un proyecto de Defensa contra Misiles Nucleares (NMD, según sus iniciales inglesas) representa el primer conflicto de control de armas entre Washington y Moscú de una gravedad tal como para recordar los años en que la Guerra Fría estaba caliente.
El programa NMD, de 60.000 millones de dólares, bautizado "Hijo de la Guerra de las Galaxias" (por la saga fílmica de George Lucas y por un programa anterior, que hizo famoso Ronald Reagan) disgustó a los aliados de Washington en la OTAN y gatilló una crítica muy sonora por parte del canciller alemán Gerhard Schroeder. Para seguir adelante con el NMD, Washington necesita todavía (porque no lo consiguió en la cumbre) persuadir a Rusia de que morigere los términos del tratado de misiles antibalísticos ABM firmado por Richard Nixon y Leonid Brezhnev en 1972. Esto, si no opta por obrar y olvidarse del tratado.
En su patria y en Europa, Putin parece estar ganando la batalla de la opinión pública al mostrarse flexible sobre el control de armas en general, pero inflexible en su insistencia de que no puede haber enmiendas al tratado ABM. "Rusia sólo puede mostrar su satisfacción con el espíritu, la calidad y los resultados de la cumbre", concluyó ayer Putin. Pero su resistencia inamovible para con la pieza clave de la ofensiva diplomática norteamericana hizo ver que las diferencias son nítidas con la era Yeltsin, cuando nunca se decía que no a Washington con demasiado vigor.
Por razones económicas, a Putin le importa seguir adelante con mayores reducciones armamentísticas. A sus instancias, la Duma (Cámara baja del Parlamento ruso) acaba de ratificar el tratado Start-II de reducción de armamentos después de años de bloquearlo. Y el presidente ruso quiere un Start-III ya, que reduzca los arsenales a 1500 cabezas nucleares. Aquí es donde Clinton encontró con qué chantajear a Putin, y la cumbre acabó en este punto: a Estados Unidos le va a resultar muy difícil reducirse a menos de 2000 cabezas. A menos, claro, que Rusia aplauda el NMD.

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