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Por Natalia Márkina * En Rusia, durante los muchos siglos de su historia, se pintaron gran cantidad de iconos. Ellos formaban parte esencial de la decoración de los templos, pero también se encontraban en las cámaras de los zares, de los boyardos y en las isbas de los campesinos. El icono, como toda obra artística, es una forma de expresión del espíritu humano. Para la Rusia cristiana el icono es la semejanza (el reflejo) del mundo divino superior, un indicador de la belleza celestial y la perfección espiritual supremas. El pintor de iconos no firmaba su obra, pues no se consideraba su autor, sino el vehículo para su materialización. Los iconos despertaban casi la misma vivencia emocional que las ceremonias religiosas. El objetivo del icono no es mostrar apariencias, sino esencias. De ahí su peculiaridad plástica que se traduce en un lenguaje lacónico carente de elementos innecesarios. La posición de las figuras, así como cada detalle y cada gesto, tienen un carácter simbólico. La frente alta significa sabiduría, profundidad del pensamiento; los ojos grandes, penetración en los misterios divinos; los labios finos, ascetismo; la inclinación de la cabeza, atención a la voz de Dios; la figura ligeramente inclinada, resignación y obediencia a la voluntad divina. La falta de perspectiva lineal testimonia la presencia de otras dimensiones espaciales. El espacio parece dejar de ser un obstáculo; el objeto lejano no se representa empequeñecido ilusoriamente, como cuando se siguen las reglas de la perspectiva. En el icono, las dimensiones no son atributos del espacio, sino que expresan el grado de dignidad de lo representado (el ángel siempre tiene mayor tamaño que el demonio; Cristo se encuentra siempre por encima de sus discípulos). También el tiempo es convencional: una composición puede reunir acontecimientos ocurridos en diferentes momentos y su reunión está subordinada a un propósito espiritual. La utilización del color es igualmente simbólica, aunque no se puede hablar del color como de una señal simbólica unívoca, pues en el icono es importante la armonía de colores, la intensidad, el colorido general de la composición. En forma condicional se pueden poner de manifiesto ciertas tendencias generales de utilización del color. Así, el blanco es el color de la energía divina; el dorado, de la eternidad; el rojo, de la ofrenda o del sacrificio; el celeste, de la pureza, etc. Las imágenes de Cristo, de la Madre de Dios y los santos, y las escenas de las Sagradas Escrituras, representadas en el icono, parecen estar privadas de dinámica exterior, de expresión. Así se subraya la concentración en la vida interior, se testimonia la tensión del espíritu de los representados y la significación de los acontecimientos. En la exposición se presentan obras datadas en diferentes épocas: desde fines del siglo XV, cuando se formó definitivamente la idea del icono como un fenómeno nacional peculiar, hasta fines del siglo XIX, que muestra el estado de la pintura de iconos en el período postrero de la autocracia rusa. Los primeros iconos llegaron a Rusia desde Bizancio en el siglo X, junto con la cristianización. Entre ellos hay iconos tan antiguos como los de La Virgen de Vladimir, La Virgen de Smolensk y La Virgen de Tijvin. En la glorificación de estos iconos se reflejaron muchos acontecimientos de la historia del Estado ruso; ellos jugaron un importante papel en la historia de la Rusia antigua y se convirtieron en iconos milagrosos, especialmente reverenciados. La Virgen de Vladimir es uno de los iconos más venerados, entre los dedicados a la Madre de Dios, protectora del Estado ruso. El antiguo icono bizantino que, según la leyenda, pintó San Lucas, uno de los Evangelistas, fue trasladado a Rusia en el siglo XII. En 1134, el príncipe Andrei Bogoliubski llevó el icono desde Kiev a Vladimir, ciudad edificada aorillas del río Kliazma, y lo colocó en el templo principal. Desde entonces lleva el nombre La Virgen de Vladimir y lo glorificaron como protector de la ciudad, del príncipe y sus guerreros. A fines del siglo XIV el icono fue transportado a Moscú ante la amenaza de invasión de Vladimir por las tropas de Tamerlán, pero en 1480 fue trasladado definitivamente a dicha ciudad, cuando terminó el dominio tártaro-mongol y Moscú se convirtió en el centro político de Rusia. La Virgen de Vladimir fue ubicada en el templo principal de la Rusia moscovita, la Catedral de la Asunción, y fue venerada como el objeto sagrado más importante de la metrópoli, y denominando Casa de la Virgen a dicha Catedral. El icono La Virgen del Enternecimiento (Eleusi) representa una variación del tipo iconográfico de La Virgen de Vladimir. Sus peculiaridades son las siguientes: el Niño Dios, sentado sobre el antebrazo derecho de la Virgen, se aprieta a su mejilla y la abraza. Por debajo de las ropas se ve el pie izquierdo del Niño, cuya planta está vuelta hacia el espectador. En Rusia se hicieron muchas copias de La Virgen de Vladimir, tan veneradas todas como el icono antiguo. El pequeño icono La Virgen de Vladimir presentado en la muestra es una réplica realizada entre los siglos XV y XVI, del existente en el iconostasio principal de la Catedral de la Anunciación del Kremlin de Moscú. Este icono conserva todas las características del original, pero se diferencia por una posición ligeramente distinta del brazo izquierdo de la Madre de Dios y por la dirección de su mirada, por encima de la cabeza del Niño. La suave y flexible línea que contornea las figuras, las ropas color ocre dorado de Cristo, el manto marrón con matices púrpuras en el que está envuelta la Madre de Dios y el modelado de los rostros, en color ocre, crean la luminosa imagen típica de los iconos de oración. Desde comienzos del siglo XV, pequeños iconos de este tipo, se difundieron ampliamente en Rusia. El otro icono de La Virgen de Vladimir presentado en la muestra, fue realizado en los talleres de la Armería del Kremlin moscovita y conserva las mismas características iconográficas antiguas, pero el estilo es propio de la pintura de iconos del siglo XVII. Durante su existencia multisecular el icono ruso creó modelos de belleza y elevación espiritual y aportó una página digna de la historia de la cultura mundial. (Desde hoy a las 19.30 en el Centro Recoleta, Junín 1930, hasta el 16 de julio). * Conservadora de los iconos del Museo Histórico Cultural del Kremlin de Moscú. La muestra, organizada por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, incluye también objetos y textiles y está curada por la directora del Museo del Kremlin, Irina Rodimsteva.
A partir del 9 de junio, en la Fundación Proa (Pedro de Mendoza y Caminito), se desarrollará un programa curatorial para debatir algunos puntos de crisis en la producción visual argentina contemporánea. El programa, coordinado por Santiago García Navarro y Valeria González y supervisado por Adriana Rosenberg, directora de Proa, se concretará en una serie de presentaciones de proyectos de artistas locales, residentes en el país o en el exterior. A partir del relevamiento y selección de algunos trabajos, se piensa proponer un espacio expositivo no tradicional, en el que participen artistas, críticos, curadores e intelectuales de diversos campos. Con una propuesta diferente de la del cubo blanco, de la muestra con unidad de tiempo, lugar y acción sustentada en el montaje y en la exhibición de la obra-objeto, este programa pretende diseñar un espacio de reflexión abierto, interactivo, en permanente definición. La participación del público es otro objetivo fundamental. Se intentará promover un nuevo diálogo entre el espectador, la producción de los artistas y la producción teórica. Para ello, la presentación de cada proyecto artístico irá acompañada de una o varias mesas de debate. El sábado 10 y el domingo 11 de junio se presentarán dos proyectos de Jorge Macchi: una acción-teatro en la que participarán actores, y una performance. En la mesa de debate estarán presentes los artistas, la crítica y escritora Belén Gache, el dramaturgo Rubén Szuchmacher, el músico Edgardo Rutnisky y los organizadores. El sábado, a las 18.30, se presentarán los proyectos, de una duración total de una hora. Posteriormente, se presentará la mesa con breves ponencias de los invitados, y luego se abrirá el debate con el público.
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