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el Kiosco de Página/12

Beijing y Cruz del Eje
Por Sandra Russo

Se le dice perspectiva de género a un modo particular de ver asuntos que a veces, hasta que no son puestos bajo el foco de esa perspectiva, parecieran no tener vinculación alguna con hombres o mujeres: son cuestiones que esa mirada acrítica que suele llamarse sentido común ha naturalizado, cosas que son dadas por hecho, inercias mentales, zonas muertas del pensamiento. Esa noción permite, hoy, alineaciones nuevas. Una rozagante conciencia que ya no es de clase ni de partido, sino de género, funciona como una palanca, como una teoría de conjunto que imanta a quienes involucra y les permite formular ideas transversales. Desde que asumió el gobierno de la Alianza, radicales versus frepasistas pareció ser el corte previsible: cada acontecimiento político, desde un escándalo en la prensa hasta la arquitectura del ajuste, incluyó el análisis de quién ganaba y quién perdía, entre esos socios, poder o imagen, margen de maniobra o chances en futuras elecciones. 
Esta semana, en Nueva York y en la sede de la ONU, se lleva a cabo la Conferencia Internacional de la Mujer �Beijing más cinco�, una cumbre organizada a modo de balance del último lustro para pasar en limpio hasta qué punto fueron o no respetados los acuerdos de 1995 en materia de promoción de la mujer, planes para detener la �feminización de la pobreza�, programas y leyes de derechos reproductivos, respaldo al empleo femenino, etc. Tanto en la Conferencia de Beijing como en la Cumbre de Población, que tuvo lugar tres años antes, en El Cairo, el papel desempeñado por la Argentina le dio a gran parte de los y las argentinos/as vergüenza ajena. Si la idea de una relación carnal con el Vaticano no sonara paradójica, se podría acudir a ella para describir el descomunal despliegue de corchetes a los que la Argentina adhirió en una y en otra ocasión. 
El tema de los corchetes sería gracioso si no fuera tan grave. Cuando las delegaciones de los respectivos países intentan consensuar sus lineamientos ideológicos sobre cómo parar la inequidad entre hombres y mujeres, y cómo darles a las mujeres parte de la dignidad que no han perdido, sino que jamás tuvieron, el Vaticano hace lobby para encorchetar los párrafos que considera peligrosos y que casi siempre tienen que ver con el derecho a la salud sexual y reproductiva de las mujeres. El país que encorcheta un párrafo se excusa de cumplir lo que allí se dice. ¿Y qué dice? Por ejemplo, que se pondrían en marcha programas de distribución de anticonceptivos.
La Iglesia Católica no quiere que se repartan anticonceptivos. No quiere, en realidad, que la sexualidad humana gane terreno más allá de su función reproductora. No quiere que en algo tan palpable y tan insospechado como un documento internacional se deje constancia de eso que viene tratando de eludir hace veinte siglos: que las mujeres no tienen relaciones sexuales sólo para ser madres, sino porque les gusta. El disfrute de la sexualidad de millones de mujeres en el mundo está, todavía, convenientemente trabado por una larga serie de factores. En Africa y en Asia, por ejemplo, les cortan el clítoris para que no gocen. Aquí, la desinformación y la falta de políticas de planificación familiar condenan especialmente a las mujeres pobres y a las mujeres jóvenes a teñir su sexualidad de miedo. El aborto clandestino sigue siendo, mientras tanto, el método anticonceptivo al que recurren miles de ellas ante el hecho consumado. 
Legisladoras radicales y frepasistas se unieron ahora en una demanda al presidente De la Rúa, porque a Nueva York la Argentina va sin haber derogado ese engendro de Menem del Día del Niño por Nacer: una careteada infame en un país que no les brinda a las mujeres la posibilidad de ejercer su sexualidad sin el riesgo de embarazarse. La delegación argentina, que es la de la Cancillería y no la del Consejo Nacional de la Mujer, irá a hablar de la vida desde el momento de la concepción y a encorchetar, otra vez, todo lo incómodo. 
La noticia del planteo de las legisladoras, unidas en una perspectiva de género que trasciende su pertenencia partidaria, se conoció el mismo día que otra noticia: Teresa Avila es una mujer pobre de Cruz del Eje que no tomó anticonceptivos, que tuvo seis hijos, que no los puede alimentar, que llevó a su beba desnutrida a un hospital público para salvarle la vida. La Justicia le arrebató a la beba: �No está en condiciones materiales ni económicas para su crianza y educación�, afirmó la jueza de menores Susana Guastavino. ¿Qué tenía que hacer Teresa Avila? Primero sobró ella, según la interpretación que podría hacer el jefe de la SIDE, y ahora a ella le sobra una hija. Tanto Teresa como su beba fueron alguna vez niñas por nacer. Nacieron, y era esto, tan horrible, lo que había.

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