Por Julián Gorodischer
Después de siete temporadas, la serie �Friends� es uno de los éxitos más importantes que se recuerden entre las comedias norteamericanas. No sólo mantiene su altísimo nivel de popularidad en Estados Unidos �y también en la Argentina, donde se emite los martes a las 20 por el Canal Sony� sino que sus estrellas baten todos los records salariales. Sus seis protagonistas cobrarán, durante los próximos dos años, la friolera de 750 mil dólares por capítulo. Eso ayuda a suponer el inmenso negocio que gira en torno del programa. Si �Friends� no llega a saturar es porque hace tiempo que dejó de ser �Friends�. Poco queda del grupo de amigos, unidos por el fracaso amoroso y la incertidumbre. El espectador está, ahora, en presencia de seis jóvenes más afines a los yuppies que a los excluidos de sus comienzos. Todos, sin excepción, se han asentado. El gag y la acidez en la mirada conservan eficacia, pero la esencia de estos personajes ha virado por completo.
Sin efecto sorpresa, no habría posibilidad de seguir vigente. Y la clave para conseguirlo fue la mutación completa del planteo en estos últimos meses. Hoy, los amigos ya no intercambian frustración en los envidiables sillones del bar Central Park, que era el escenario preferido de la primera etapa de la serie. Demasiada agua ha corrido y el alelado Joey (Matt Le Blanc) llegó a comportarse como un galán seductor cuando conquistó a una belleza de la talla de Elle MacPherson (en la piel de una nueva vecina). Joey, para lograrlo, relegó al niño obsesionado con el metegol y la cría de un pato. Sus nuevos conflictos son adultos: cómo conciliar el amor y la amistad, cuando la afinidad entre las partes no ayuda.
Chandler (Matthew Perry) fue durante años el compañero de casa, bromas y juegos de Joey. Compartieron un imaginario sostenido por una premisa: pasarla bien es, ante todo, no asumir responsabilidades. También ha madurado: el estadío actual del personaje �en convivencia con Mónica (Courteney Cox Arquette)� lo convierte más en un �marido� neurótico en tensión con su mujer y sus suegros que en lo que fue su marca insoslayable: el chico eterno que no quiere crecer. Por momentos, las escenas entre Mónica y Chandler recuerdan a �Mad about you� �una comedia sobre una pareja de recién casados� o a alguna otra crónica de las dificultades conyugales. El tema se ha desplazado. Poco queda de los inquilinos que aprendían el más difícil de los trances: cómo vivir lejos del nido.
Si antes los Friends se movían de a tres �en típica dinámica amistosa juvenil�, hoy se han distribuido en números pares. También Phoebe (Lisa Kudrow) y Rachel (Jennifer Aniston) construyeron un hogar a la medida del treintañero exitoso. Viven juntas y se preocupan por la casa de decoración que proveerá sus muebles o la cuenta corriente de un candidato. Lo de estas dos mujeres es una Extraña pareja remozada: funcionan casi como un ente autónomo, que no depende del resto del grupo.
Solo, por su parte, quedó Ross (David Schwimmer). Debe buscar conflicto y compañeros afuera, porque las reuniones en el Central Park ya no abundan, y cada amigo está en su mundo. Antes, el bar fue el eje de esta historia: el lugar de la catarsis. Allí se produjeron los mejores cruces de ironía entre Rachel y Chandler, la complicidad de los hermanos Ross y Mónica, los soliloquios delirantes de Phoebe. Las tazas gigantes y los mullidos sofás funcionaron como el símbolo de un estilo de vida: reunirse para hablar de lo que no se hizo o se dejará para mañana. Hoy, es apenas un resabio, rezagado por la nueva trama.
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