Por Diego Fischerman
Empezó a estudiar música a los 6 años. Después viajó a Francia para perfeccionarse en armonía y composición con Nadia Boulanger. Pero para Egberto Gismonti el verdadero origen está antes y tiene que ver, como toda la cultura, con cuestiones de extranjerías e impurezas. �Mi padre era libanés y en ese entonces el Líbano era un país refinado, donde se hablaba francés y se tocaba el piano�, contó hace cuatro años en una entrevista con Página/12. �Así que mi padre quería que yo estudiara piano. Y mi madre era siciliana y deseaba que fuera guitarrista, para que pudiera tocar serenatas. Y además vivo en Brasil, camino por aquí. Este es el lugar donde toco el piano y la guitarra y es el lugar que impregna, que nutre todo lo que toco.� Si ésa es o no la causa detrás de una de las músicas más originales surgidas de ese país (y del mundo), resulta poco relevante. La única cuestión importante es la música, desde ya, pero Gismonti demostró, al fundar su propio sello discográfico y comprar los derechos sobre todas sus grabaciones, que está lejos de ser ingenuo al respecto.
�La historia empieza en la Argentina�, contaba el brasileño en ese mismo reportaje. �Allí conocí al grupo MIA, donde estaban Lito Vitale y Verónica Condomí, y ellos me inspiraron a hacer algo similar en Brasil. Entonces fundé el sello Carmo, donde grababan músicos que no tenían acceso a las grandes compañías. Mientras tanto seguía grabando en EMI. Pero cuando empecé a trabajar con ECM, conseguí negociar con Manfred (Eicher, creador y productor del sello) para que él distribuyera universalmente a Carmo. Más tarde pude comprar lo que había hecho para EMI y lo voy reeditando de a poco.� Ese sello se consigue por primera vez en esta ciudad y dentro de su catálogo hay varias joyitas, una de las cuales es, por supuesto, Alma. En este álbum, publicado por primera vez en 1986, Gismonti toca sólo el piano. La lista abarca por ahora nueve títulos suyos más el disco solista de su acompañante habitual Nando Carneiro, Antonio de Delia Fischer y Guitarreros, de Ernesto Snajer y Palle Windfeldt. Entre los que faltan editarse está el fundante Agua y Vino pero con ese disco, como con Carmo (el álbum que se llama igual que el sello e igual que el pueblo donde Gismonti nació en 1947), pasa algo: allí él canta y eso no le gusta. �Son discos que haría de manera muy diferente si hoy tuviera la posibilidad de volver sobre ellos. Yo he aprendido algunas cosas con el tiempo y una de ellas es qué es lo que hago bien y qué es lo que hago mal. Yo canto mal y en cambio escribo y toco bien la música que se me ocurre.�
Uno de los atractivos mayores de abordar la música de Egberto Gismonti como un cuerpo y no como temas o discos aislados es la posibilidad de oír sus idas y vueltas alrededor de un mismo eje. De escuchar sus visitas y revisitas a los mismos tópicos. Canciones como �Ciego Alderaldo� o �Payaso� fueron grabadas varias veces y en versiones contrastantes. �Una vez hablaba con Piazzolla y le decía que siempre que terminaba de tocar me parecía que estaba mal y que debía hacerlo de nuevo. El me contestó que le pasaba exactamente lo mismo. Y Piazzolla también se la pasaba volviendo a orquestar sus viejas canciones.� Además del imperdible Alma, el catálogo de Carmo incluye dos de los discos de la etapa más cercana al jazz rock (Arvore y Academia de Danças), Circense, Kuarup, Trem Caipira, Nó Caipira, Carioca y Amazonia.
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