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�CEREMONIA ENAMORADA�, SOBRE TEXTOS DE SHAKESPEARE
Una mujer, todas las mujeres

El director Miguel Guerberof armó un espectáculo sobre el mundo de las mujeres a partir de fragmentos de obras teatrales y sonetos del dramaturgo isabelino, para lucimiento de la actriz María Ibarreta.

Sola en el escenario, sin objetos de ningún tipo, Ibarreta concreta una performance notable.


Por Cecilia Hopkins 

t.gif (862 bytes) El trabajo que concreta un actor cuando está solo en el escenario lleva la marca distintiva del desafío: a lo largo de todo el espectáculo tendrá a su cargo la difícil tarea de captar los sentidos de los espectadores buscando complementar texto y movimiento, midiendo y administrando pausas y ritmos. Ceremonia enamorada es el primer unipersonal de María Ibarreta, quien aceptó la propuesta del director Miguel Guerberof, tentada por la idea de interpretar textos de Shakespeare, un autor que no había estrenado hasta el momento. Extraídos de trece de sus obras, el montaje resultante incluye dieciocho textos del autor, además de media docena de sonetos. Lo que otorga un sentido vertebrador al conjunto es la idea de mostrar sin solución de continuidad una amplia galería de personajes femeninos, cuya variedad es sin duda proporcional a la obra del dramaturgo. A escenario limpio y sin ningún objeto, la actriz recorre el espacio trazando con pulso sensible el intrincado recorrido que la obliga a pasar de un personaje a otro, con la pausa que apenas marca la música de Martín Bauer. Tal vez, al promediar el espectáculo (cuando se introduce una melodía interpretada en violoncelo) recién entonces se sienta con mayor énfasis la uniformidad de los fragmentos que venían cumpliendo la función de separar los textos. 
Ceremonia enamorada abre con el �Soneto XXIII�, que contiene las dos palabras que nombran el espectáculo, al menos en la traducción de Manuel Mujica Láinez. Acto seguido, la madura Mistress Page de Las alegres casadas de Windsor aparece en escena leyendo la carta que le envió el secreto admirador que ha descubierto en ella a un alma gemela. El mesurado dramatismo que la intérprete pone en juego al momento de encarnar a Cleopatra encuentra contrastes variados tanto en la exasperada muestra de valor que exhibe Beatriz en Mucho ruido y pocas nueces como en las explosivas quejas de Kate en La fierecilla domada �quien debe sufrir hambre por decreto de su esposo, que intenta doblegar su espíritu rebelde con ésa y otras crueles pruebas� o en las anhelantes palabras de Rosalinda, la muchacha tan poco agraciada que desmiente su nombre en Trabajos de amor perdidos. El espíritu reflexivo y la sensibilidad caracterizan el parlamento elegido de Imogena (Cimbelino), un texto que como pocos conserva intacta su actualidad: para la princesa de Bretaña, el hambre y la pobreza son dos de los factores básicos del origen de las actitudes heroicas del género humano. 
La alucinada perversión de Hécate, la dueña de los encantamientos brujeriles, ayuda a poner en contexto las malvadas palabras que luego pronuncia Lady Macbeth. Inmediatamente después, María Ibarreta asume la fragilidad de Desdémona que pide consejo al intrigante Yago, con el único deseo de aplacar las iras de Otelo. En otro momento �y ése será probablemente el menos apreciado por las feministas� el sumiso personaje muestra su arrepentimiento hasta por los actos no cometidos. Para equilibrar un poco los tantos llegan justo después las palabras de Emilia (también de Otelo), tal vez una de las interpretaciones que aquí más se apartan de los carriles habituales. Así, en tono desfachatado y desafiante, la esposa de Yago reafirma que los errores de las mujeres tienen su origen en la conducta de sus mismísimos maridos. 

 

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