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el Kiosco de Página/12

LOS DE ARRIBA Y LOS DE ABAJO
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn

 

Aquí los temas desbordan sobre la mesa de trabajo: la conferencia de Berlín, donde se quería dar el puntapié inicial para dar un rostro más humano a la globalización, algo así como una tercera vía sin las veleidades de Tony Blair; también está el lado desnudo de las guerras civiles africanas, crueles hasta el hartazgo, y el interés del primer mundo en sus diamantes (ver Sierra Leona, Angola y Congo) y en la venta de armas a los diversos grupos (ver Etiopía y Eritrea).
También podría haber sido tema la huelga de los empleados públicos de Alemania, votada por el 92 por ciento de los afiliados a sus sindicatos, un gremio socialdemócrata que le hace huelga a un gobierno socialdemócrata, y hacer las comparaciones pertinentes entre este paro del primer mundo y el paro argentino de ayer: diferencias y similitudes. Pero, no podemos escaparnos del deber ético.
Hay un tema en este momento en la Argentina que no puede soslayarse. Es el de la Justicia. Nuestro país es una nación donde la justicia es una verdadera burla. A un caso lo seguí detenidamente desde su origen. El caso de La Tablada. Es un caso paradigmático de la sociedad argentina, principalmente de su poder político.
Producido el hecho de La Tablada, desde el gobierno se ordenó la represión. Para ello se envió a un general con un pasado de una crueldad pocas veces superadas quien atacó con toda la parafernalia como si estuviera en la batalla de Stalingrado. No se pidió rendición previa, no se intentó ningún medio pacífico, como lo recomendó el propio jefe de policía de aquel tiempo.
En la represión hubo muertos, desaparecidos, torturados. Se adjudicó la muerte o las heridas de soldados al grupo invasor de izquierda. Aunque nunca se hicieron las autopsias que hubieran comprobado que las balas no provinieron de los civiles sino de los militares. La justicia jamás hizo ninguna investigación sobre los civiles desaparecidos ni sobre las denuncias de torturas y asesinatos de prisioneros. En el film alemán “Panteón Militar”, del director Wolfgang Landgraber, para el cual escribí los textos, se detalla con documentos fílmicos la retoma de La Tablada por los militares y la forma en que fueron tratados los prisioneros y la agresividad de los uniformados. Además, tuvieron el placer de pasar con los tanques por encima de los jóvenes civiles todavía con vida para aplastarles la cabeza o todo el cuerpo. En pleno gobierno democrático. Estas pruebas irrefutables no fueron vistas por la justicia argentina –lo creyó innecesario–, pero sí pudieron ser presenciadas por las instancias legales de la OEA.
Toda la investigación y la acción judicial se refirió exclusivamente a los integrantes del grupo atacante. Y a los pocos que quedaron con vida se los condenó a penas inapelables. Penas que no soportan ni el menor análisis de la interpretación de leyes vigentes. (A los golpistas de Seineldín se los condenó a penas mucho menores a pesar de que habían hecho abuso del uniforme y de las armas que les confió el Estado para asesinar a sus compañeros. Si a alguno le tocó una pena grave, las ha pasado en lugares que más bien parecen de reposo comparado con los establecimientos carcelarios a que se envió a los civiles de La Tablada. Cosas de la justicia, o mejor dicho, de la política argentina.)
Quien repase las actas y las versiones periodísticas del juicio de La Tablada comprobará aspectos increíbles: muchas de las escenas hacían acordar a los interrogatorios del comité de actividades antiamericanas del famoso senador McCarthy, repudiadas por todo el mundo civilizado. Y hay una escena, cuando la jueza Herrera pregunta al padre Puigjané sobre suideología política que parece calcada del interrogatorio del famoso juez nazi Roland Freisler a los integrantes del grupo que hicieron el atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944. No exagero: si como se dice, los presos de La Tablada tendrían oportunidad ahora de apelar a una segunda instancia, debería hacerse la investigación fundamental, la actuación de los jueces intervinientes en este juicio, que cualquier jurisconsulto calificaría de humillante de la condición humana.
Pero apartémonos de todo esto. La CIDH ya ha juzgado, con todas las pruebas, la actitud de la justicia argentina y de los dos gobiernos argentinos que tuvieron que ver con esa represión. Además las condiciones inhumanas que debieron soportar los presos durante sus condenas. Lo peor, lo insoportable para cualquier argentino que base su conducta en los principios de la ética es la diferencia que existe en la justicia argentina, donde claramente existen los de arriba y los de abajo. Mientras los autores de secuestros, crímenes alevosos, torturas, robo de niños, robo de las pertenencias de los desaparecidos, etc., habían sido todos puestos en libertad por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y por los decretos de indulto y muchos de ellos volvieron a ejercer mandatos como Bussi, Ulloa y otros, que hasta llegaron a gobernadores; en cambio, al grupo de La Tablada se los mandó de por vida a las peores cárceles. Y los políticos se callaron la boca, la justicia se calló la boca, los intelectuales se callaron la boca, los sindicatos se callaron la boca, la Iglesia se calló la boca.
Llegó un momento claro donde todos pudieron preguntarse: ¿pero cómo es esto? A unos, los de abajo, la venganza jurídica más despiadada; a los otros, los de arriba, una vida tranquila y sin pesares y hasta honores electivos. Para no hablar de los delincuentes públicos, de quienes todos saben sus nombres y apellidos, pero ni se los tocó. O los casos de Rico y Patti, ejemplificadores de nuestra desvergüenza: Rico se levantó con las armas que la sociedad le había confiado, uno de sus golpes causó la muerte de un soldado que cuidaba un puente. Pues bien, felices Pascuas. Hoy Rico, con un poco de vaselina proselitista pagada por los fondos de siempre, puede llegar a gobernador, o quizá presidente, si nuestros actuales gobernantes creen que van a arreglar los problemas rebajando los sueldos. El caso Patti es no ya vergonzoso sino que nos hace a todos secuaces de su moral.
Desde hace once años acompaño siempre a los incansables organismos de derechos humanos no sólo en ir a visitar a los presos políticos (recuerdo como en la cárcel de Caseros se nos humillaba embardunándonos con tinta las yemas de los dedos y luego nos daban un trapito sucio de un centímetro cuadrado para que nos limpiáramos, todo acompañado por la sonrisa cerril del carcelero de turno). Y estuve con las comisiones visitando diputados, políticos y principalmente a los ministros de Justicia. Estos, del gobierno de Menem, siempre con la sonrisa de oreja a oreja y la promesa de que en “Navidad salen”. Ministros de justicia. Podría escribir varios tomos de la hipocresía, de la falsedad, en sillones ministeriales y legislativos.
La semana pasada, el actual ministro de Justicia Gil Lavedra le contestó a una delegación de derechos humanos que, por la huelga de hambre de los presos “el gobierno no se dejaba presionar”. Un recurso barato. Un pariente de los presos le contestó: ¿y qué quiere que hagamos, que nos callemos la boca o presentamos solicitudes por los siglos de los siglos? Habría que preguntarle al doctor Gil Lavedra si no le parece mejor la respuesta de sus antecesores menemistas: “salen para Navidad”. La rebeldía es la respuesta más noble contra la injusticia.
Gandhi demostró que por la libertad es justo jugar aún con la propia vida. Es la respuesta más categórica a quienes creen que la dignidad se logra sólo con antesalas y expedientes. Pero la más humillante para todos fue la respuesta de la subsecretaria de Derechos Humanos, Diana Conti, quien respondió acerca de la resolución de la CIDH: “Los informes de la CIDH no generan una obligación jurídica ineludible”. Es lamentable, justamente no tener en cuenta una resolución de un organismo que une a Latinoamérica en su búsqueda de los derechos humanos. Es decir, que la señora Diana Conti trabaja por el lobby del poder y no para los que sufren injusticias.
Ultimamente, algo se mueve en el congreso. Es difícil que se haga justicia para los que no tienen lobby. Pero los que todavía guardan una reserva de ética en sus conductas seguirán tratando dejar en claro de dónde viene el olor a podrido que envuelve a nuestra sociedad oportunista y carente de principios.

REP

 

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