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24 horas en la vida de Moyano


Por Miguel Bonasso
t.gif (862 bytes)  –Te felicito, Víctor, fue un parazo –dijo Hugo Moyano en diálogo telefónico privado con su colega y aliado Víctor De Gennaro, líder de la CTA. Eran las cinco y media de la tarde de ayer y el jefe de la CGT disidente conocía por fin un rato de rélax en su despacho del Sindicato de Camioneros, después de una jornada triunfal y demoledora. El despacho estaba en la semipenumbra y, en los anaqueles de las paredes, regresaban del pasado las imágenes de Perón, Evita y José Ignacio Rucci. Al lado del oscuro butacón, bromeando sobre lo que Moyano le decía a De Gennaro, el judicial Julio Piumato –secretario de prensa de la central rebelde– recordaba el viejo apotegma: “Implacables en el combate, generosos en la victoria”. El cronista de Página/12 asistía como testigo privilegiado a ese diálogo íntimo entre los generales de la huelga que reiteraba, ahora desde la informalidad, la actitud oficial asumida por Moyano en la conferencia de prensa del mediodía: humildad, cero triunfalismo y un tono mesurado para evaluar los resultados del paro, procurando no ofender al Gobierno, para poder dialogar llegado el caso.
Fue el final de una larga jornada entre bambalinas, tratando de conocer mejor al gremialista que ocupa el centro de la escena, para entusiasmo de esos camioneros que lo siguen con fervor y espanto de quienes lo temen como un cuco anacrónico y delirante.
Moyano, de rostro fiero y pelo montaraz, es un personaje mucho más sereno en el trato directo de lo que muchos infieren por su oratoria. Es un dirigente sindical de los de antes, que maneja con solvencia y mano de hierro una estructura también clásica moldeada en el personalismo. Por eso no cuesta creerle cuando asegura que no fue difícil convocar a esta huelga que lo favorece en desmedro de sus rivales–socios: los “gordos” de Azopardo.
Anteanoche, después de participar en el programa de Mariano Grondona, Moyano se instaló en su cuartel del Sindicato de Camioneros, un edificio sobrio de los setenta, que rezuma organización y poder; dos cualidades que no se ven mucho en el devastado barrio de Constitución. Desde allí siguió el curso de los acontecimientos. A las dos de la madrugada descabezó un sueño en uno de los sillones del despacho y a las 5 y media se despertó para recibir los primeros datos. A la media hora llegó Piumato y a las seis y media ya había varios miembros del Consejo Directivo en torno del café humeante y las medialunas.
A las siete y media hizo su aparición el secretario institucional Saúl Ubaldini, en feliz coincidencia con ciertos datos que los presentes consideraron “concluyentes” para medir el éxito de la huelga. A las ocho Moyano maldijo la falta de empleados en las oficinas del tercer piso y se fastidió bastante buscando personalmente unos papeles. El edificio de amplios y limpios salones, donde menudean bustos e imágenes de Perón y Evita, comenzó a poblarse de dirigentes sindicales. Pero muy pocas figuras políticas, a diferencia de esa verdadera Arca de Noé del oportunismo que fue el palco de Plaza de Mayo. A las nueve no daba abasto atendiendo las llamadas de los dirigentes del interior: Mendoza, Ushuaia, Paso de los Libres. A las nueve y media Juan Nucci, de la CGT rosarina, le dijo exultante que el paro en Rosario “era total”.
A las diez, sonriente y movedizo como siempre, ingresó a las oficinas del tercer piso el abogado Héctor Recalde, uno de los cerebros del MTA. A las 10 y cuarto, el jefe de los camioneros recibió la felicitación de su padre que tiene 83 años y lo llamó desde Mar del Plata. A las once y media llegó Juan Manuel Palacios, el líder de la UTA, con quien Moyano ha mantenido una larga asociación que garantizó el éxito de varios paros contra el modelo neoliberal, en los tiempos de Carlos Menem.
A las doce se hizo presente una de las reliquias del sindicalismo peronista de los tiempos de la Resistencia: el ex secretario general de la CGT Andrés Framini. La presencia del octogenario “gobernador electo” de Buenos Aires en 1962 fue exaltada más tarde en la conferencia de prensa por Ubaldini, que rescató la fecha (el 9 de junio) para rendir homenaje a los civiles masacrados en 1956 en los basurales de José León Suárez.
En el despacho de Moyano, atestado de dirigentes sindicales, se comentaban las declaraciones del ministro del Interior, Federico Storani, aventurando que el paro carecía “de conducción política. “¿Y al gobierno quién lo conduce, el ala política o Santibañes y el FMI?”, comentó alguien en voz alta provocando algunas carcajadas. Cuando el ministro afirmó que el acatamiento rondaba el sesenta por ciento hubo gritos de júbilo. “Si él tiene que reconocer un sesenta –le dijo un dirigente a este periodista– el éxito es total.”
A la una de la tarde ya estaba lleno de periodistas el salón de actos del cuarto piso, pero los dirigentes se demoraron en una reunión a puertas cerradas. Entre los miembros del Consejo Directivo circulaba un papel sin membrete, con datos “del gobierno” (presumiblemente SIDE, aunque nadie quiso confirmarlo) que arrojaban resultados altos: 60 por ciento para el ámbito estatal, 70 en el transporte, 85 en la educación; 55 en el comercio; 80 en los servicios y 70 en la industria. En esos momentos, Piumato redactaba el comunicado oficial donde había porcentajes obviamente más elevados que arrojaban un promedio general de 91,2.
Pero las cifras no fueron el dato más importante de la rueda de prensa que se celebró a las 14, sino el tono mesurado y dialoguista de Moyano. Sereno, riéndose de la ironía de un periodista que le preguntó “si se había tomado un sedante o estaba en conversaciones con el Gobierno”, el jefe de los camioneros reiteró que no hubieran querido hacer un paro, que “a nadie le gusta hacer un paro”, que “era un clamor que había brotado de la entraña del pueblo” como un mensaje al Gobierno para que abandone el proyecto neoliberal. Y se mostró dispuesto al diálogo con la administración aliancista siempre que fueran convocados y hubiera real posibilidad de llegar a una concertación.
Poco después de las tres de la tarde, los miembros del Consejo Directivo subieron al comedor del quinto piso a devorar un asado realmente delicioso, preparado por avezados parrilleros del sindicato. Había un franco clima de festejo, propicio a las evocaciones de un Ubaldini que consideraba más difícil hacer huelgas ahora que en sus tiempos o las anécdotas de José Rodríguez discutiendo con Francisco Manrique en la dictadura de Lanusse acerca del actualísimo tema de las obras sociales. Dos hombres con mucho peso se sentaron a la diestra del camionero: Palacios y Recalde. Tal vez los hábiles consejeros que propician “levantar un poco el pie del acelerador”.

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