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Por Luis Bruschtein Buenos Aires parecía de fin de semana, lo que pocos paros consiguen. Se notaba por dos cosas: el silencio y la basura. Los colectivos desaparecieron en las primeras horas de la madrugada y muchos porteños pudieron dormir como si estuvieran en el campo. Pero al salir de sus casas, el escenario de montañas esporádicas de basura en todas las cuadras, más que en el campo hacía pensar en alguna catástrofe. Los camiones recolectores, que normalmente trabajan a partir de las 21, no pasaron en la noche del jueves. En la avenida Corrientes había varias montañas de bolsas negras de consorcio por cuadra. A la mañana, un grupo de activistas gremiales volanteó en Corrientes al 300 y se ensañó con las montañas de basura, esparciéndolas por toda la calle, que se hizo intransitable. Parecía que hubieran tirado la bomba atómica. Un señor de traje, corbata y sobretodo, despotricaba: Esto no ayuda al país decía-; después de años de tranquilidad, otra vez la misma historia... Siempre hubo gente que protestó por los paros, pero esta vez se notaba que, además, había perdido la costumbre. En el paro del 5 de mayo pasado se atestaron las calles con vehículos
particulares. No había lugar para estacionar sobre las veredas
y se produjeron numerosos embotellamientos en toda la ciudad. Ayer parecía
domingo, era una ciudad sin el estruendo de los rebajes de velocidad ni
la sobremarcha de los Mercedes, los Scania, los Perkins, los Deutz y demás
máquinas de camiones y colectivos. Los dueños sacaron algunas
unidades, pero las retiraron luego de que les rompieron los vidrios a
varias. La terminal de Retiro, que suele tener un ritmo febril, estaba
desierta. Ni pasajeros ni ómnibus. Durante el jueves, en cambio,
las empresas de larga distancia pusieron más vehículos ya
que la gente, advertida, viajó ese día para evitar hacerlo
ayer. Algo parecido pasó con los vuelos de cabotaje. Si bien no estaba
desierto como la terminal de Retiro, en Aeroparque había poco movimiento
de pasajeros y aviones. La mayoría de las empresas bajaron el 40
por ciento de sus vuelos. Mucha gente que tenía vuelo hoy
adelantó el vuelo para ayer, explicó una empleada
de Austral que mostraba que muchos de los pasajeros ni siquiera se habían
presentado. Hubo varios cortes de ruta por parte de trabajadores desocupados y partidos
de izquierda, así como piquetes de huelga. Un grupo de la CTA cortó
la avenida Mitre en Avellaneda y más tarde se sumó al grupo
de desocupados que pedían por la libertad de Raúl Castells
que cortó el puente Pueyrredón del lado de Avellaneda. Solamente
dejaron pasar a las ambulancias y los bomberos. En un momento se produjo
una cola de más de diez cuadras sobre avenida Mitre. Los manifestantes,
que llevaban pancartas del Frente de Jubilados y Pensionados, de la Corriente
Clasista y Combativa, de la Izquierda Unida, MST y PO mantuvieron durante
cuatro horas el corte. En Corrientes y 9 de Julio otro grupo quemó llantas cerca del
mediodía, y se retiró. Hubo un corte similar en Callao y
Córdoba y en Puente La Noria. En Morón, otro grupo de la
CGT local cortó las vías del Ferrocarril Sarmiento durante
media hora. Otro grupo de desocupados cortó la ruta 3 a la altura
de Gregorio de Laferrère. Los médicos del Garrahan cortaron
la avenida Entre Ríos a la altura de Caseros, aunque en general,
los hospitales municipales funcionaron normalmente. En la calle Villate,
frente a la quinta de Olivos, varias decenas de personas de las villas
La Cava, Melo, Barrio Libertador, asentamiento 8 de Mayo y Villa Katanga
decidieron estar cerca del Presidente. Con una bandera argentina y otra
del Frente de la Resistencia organizaron una olla popular bajo la atenta
mirada de la custodia presidencial. Los trenes funcionaron cada media hora y aun así con pocos pasajeros,
la mayoría empleados de oficinas y comercios que trabajaron. Aunque
salir de Constitución y Retiro era difícil porque no había
colectivos ni taxis. Estos últimos circularon casi con normalidad,
pero evitaban las terminales y aquellos lugares donde pudiera haber piquetes
de huelga. La huelga está bien, pero no puedo perder el día
explicaba un taxista en el centro. El dirigente de la CTA, Víctor
de Gennaro, dijo que había sido un parazo, en especial
porque se había hecho pese a la desocupación y al miedo
de perder el trabajo. Y tenía razón. En los empleados públicos,
su gremio, el nivel de acatamiento al paro fue muy alto pese a la gran
cantidad que trabaja por contrato. Hasta en la Casa de Gobierno había
carteles de UPCN y ATE que convocaban al paro. En los
barrios la vida fue normal. Las señoras salieron con sus bolsas
de las compras; las mamás sacaron a pasear a los hijos que no fueron
a la escuela y también estaban los paseadores de perros. En la
avenida Santa Fe era como si no pasara nada: gente mirando vidrieras y
tomando café. Pero el microcentro, la city, la calle Florida, eran
un desierto con montañas de basura, algunas despanzurradas por
los chatarreros. Si llovía, como estaba anunciado, no hubiera habido
desagüe que aguantara. Los que sí adhirieron al paro fueron
los refugiados rumanos que piden limosna con un acordeón, la viejita
con aspecto de llorona siciliana que pide en Florida, el muchacho sin
piernas que canta canciones de Pablo Milanés, el que enseña
magia gratis, el que cuenta chistes verdes, los prestidigitadores que
esconden una arveja en tres tapitas, los que hacen de estatuas... ninguno
fue ayer a trabajar. Los que sí trabajaron fueron los jueces. Sin empleados ni litigantes eran los únicos que ayer poblaron el palacio de Tribunales. De tanto en tanto alguna persona salía de la estación de subterráneos (que funcionaron con una periodicidad de media hora) y esporádicamente alguno entraba al solitario edificio. Vengo a declarar se justificó una señora, como diciendo la Justicia no descansa. Los magistrados no fueron afectados por la rebaja salarial. Y son ellos los que integran la Corte Suprema, los que deben decidir si esa rebaja es constitucional. Un final sin suspenso.
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