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Silencio y montañas de basura en Buenos Aires

Un paro con poco ruido, sobre todo porque no hubo colectivos ni camiones en la ciudad. En los barrios fue feriado y el centro estaba desierto.

Por Luis Bruschtein
t.gif (862 bytes)  Buenos Aires parecía de fin de semana, lo que pocos paros consiguen. Se notaba por dos cosas: el silencio y la basura. Los colectivos desaparecieron en las primeras horas de la madrugada y muchos porteños pudieron dormir como si estuvieran en el campo. Pero al salir de sus casas, el escenario de montañas esporádicas de basura en todas las cuadras, más que en el campo hacía pensar en alguna catástrofe. Los camiones recolectores, que normalmente trabajan a partir de las 21, no pasaron en la noche del jueves. En la avenida Corrientes había varias montañas de bolsas negras de consorcio por cuadra. A la mañana, un grupo de activistas gremiales volanteó en Corrientes al 300 y se ensañó con las montañas de basura, esparciéndolas por toda la calle, que se hizo intransitable. Parecía que hubieran tirado la bomba atómica. Un señor de traje, corbata y sobretodo, despotricaba: “Esto no ayuda al país –decía-; después de años de tranquilidad, otra vez la misma historia...” Siempre hubo gente que protestó por los paros, pero esta vez se notaba que, además, había perdido la costumbre.

En el paro del 5 de mayo pasado se atestaron las calles con vehículos particulares. No había lugar para estacionar sobre las veredas y se produjeron numerosos embotellamientos en toda la ciudad. Ayer parecía domingo, era una ciudad sin el estruendo de los rebajes de velocidad ni la sobremarcha de los Mercedes, los Scania, los Perkins, los Deutz y demás máquinas de camiones y colectivos. Los dueños sacaron algunas unidades, pero las retiraron luego de que les rompieron los vidrios a varias. La terminal de Retiro, que suele tener un ritmo febril, estaba desierta. Ni pasajeros ni ómnibus. Durante el jueves, en cambio, las empresas de larga distancia pusieron más vehículos ya que la gente, advertida, viajó ese día para evitar hacerlo ayer.

Algo parecido pasó con los vuelos de cabotaje. Si bien no estaba desierto como la terminal de Retiro, en Aeroparque había poco movimiento de pasajeros y aviones. La mayoría de las empresas bajaron el 40 por ciento de sus vuelos. “Mucha gente que tenía vuelo hoy adelantó el vuelo para ayer”, explicó una empleada de Austral que mostraba que muchos de los pasajeros ni siquiera se habían presentado.

Hubo varios cortes de ruta por parte de trabajadores desocupados y partidos de izquierda, así como piquetes de huelga. Un grupo de la CTA cortó la avenida Mitre en Avellaneda y más tarde se sumó al grupo de desocupados que pedían por la libertad de Raúl Castells que cortó el puente Pueyrredón del lado de Avellaneda. Solamente dejaron pasar a las ambulancias y los bomberos. En un momento se produjo una cola de más de diez cuadras sobre avenida Mitre. Los manifestantes, que llevaban pancartas del Frente de Jubilados y Pensionados, de la Corriente Clasista y Combativa, de la Izquierda Unida, MST y PO mantuvieron durante cuatro horas el corte.

En Corrientes y 9 de Julio otro grupo quemó llantas cerca del mediodía, y se retiró. Hubo un corte similar en Callao y Córdoba y en Puente La Noria. En Morón, otro grupo de la CGT local cortó las vías del Ferrocarril Sarmiento durante media hora. Otro grupo de desocupados cortó la ruta 3 a la altura de Gregorio de Laferrère. Los médicos del Garrahan cortaron la avenida Entre Ríos a la altura de Caseros, aunque en general, los hospitales municipales funcionaron normalmente. En la calle Villate, frente a la quinta de Olivos, varias decenas de personas de las villas La Cava, Melo, Barrio Libertador, asentamiento 8 de Mayo y Villa Katanga decidieron estar cerca del Presidente. Con una bandera argentina y otra del Frente de la Resistencia organizaron una olla popular bajo la atenta mirada de la custodia presidencial.

Los trenes funcionaron cada media hora y aun así con pocos pasajeros, la mayoría empleados de oficinas y comercios que trabajaron. Aunque salir de Constitución y Retiro era difícil porque no había colectivos ni taxis. Estos últimos circularon casi con normalidad, pero evitaban las terminales y aquellos lugares donde pudiera haber piquetes de huelga. “La huelga está bien, pero no puedo perder el día” explicaba un taxista en el centro. El dirigente de la CTA, Víctor de Gennaro, dijo que había sido “un parazo”, en especial porque se había hecho pese a la desocupación y al miedo de perder el trabajo. Y tenía razón. En los empleados públicos, su gremio, el nivel de acatamiento al paro fue muy alto pese a la gran cantidad que trabaja por contrato. Hasta en la Casa de Gobierno había carteles de UPCN y ATE que convocaban al paro.

En los barrios la vida fue normal. Las señoras salieron con sus bolsas de las compras; las mamás sacaron a pasear a los hijos que no fueron a la escuela y también estaban los paseadores de perros. En la avenida Santa Fe era como si no pasara nada: gente mirando vidrieras y tomando café. Pero el microcentro, la city, la calle Florida, eran un desierto con montañas de basura, algunas despanzurradas por los chatarreros. Si llovía, como estaba anunciado, no hubiera habido desagüe que aguantara. Los que sí adhirieron al paro fueron los refugiados rumanos que piden limosna con un acordeón, la viejita con aspecto de llorona siciliana que pide en Florida, el muchacho sin piernas que canta canciones de Pablo Milanés, el que enseña magia gratis, el que cuenta chistes verdes, los prestidigitadores que esconden una arveja en tres tapitas, los que hacen de estatuas... ninguno fue ayer a trabajar.

Los que sí trabajaron fueron los jueces. Sin empleados ni litigantes eran los únicos que ayer poblaron el palacio de Tribunales. De tanto en tanto alguna persona salía de la estación de subterráneos (que funcionaron con una periodicidad de media hora) y esporádicamente alguno entraba al solitario edificio. “Vengo a declarar” se justificó una señora, como diciendo “la Justicia no descansa”. Los magistrados no fueron afectados por la rebaja salarial. Y son ellos los que integran la Corte Suprema, los que deben decidir si esa rebaja es constitucional. Un final sin suspenso.

 

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