OPINION
Estallido
rigurosamente vigilado
Por Julio Nudler
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El ajuste es algo más que una fuga hacia adelante?
No, sólo eso. Hoy Economía sólo trata de
llegar a fin de mes, responde el economista, reconocido experto
en economía mundial, resuelto a resguardar su anonimato. Y
agrega: Aunque toda la obsesión del Gobierno sea el déficit
fiscal, el verdadero problema argentino está en el sector externo,
y particularmente en la deuda acumulada. A esto se llegó
aplicando las políticas recomendadas por los centros financieros
internacionales, pero ahora son éstos los más asustados.
El déficit comercial provocado por la Convertibilidad se tradujo
en una deuda
que hoy implica una gran vulnerabilidad financiera para el país.
Este es el punto defendible en la actitud del equipo Machinea: tienen
que llevarse bien con quienes están teóricamente dispuestos
a traer capitales a la Argentina. Pero corren el peligro de engañarse
y perder de vista que el ajuste es un recurso transitorio, y que mientras
tanto deben buscar una salida. En el Gobierno tiende a asomar la idea
de que no hay otra vía, fuera de la de ajustar y deflacionar,
como en el patrón oro. Francia hizo precisamente eso
en 1930, y tras seis años de deflación triunfó
el Frente Popular, que devaluó el franco recuerda el
experto. Keynes, por el contrario, sostenía que no intervenir
en la economía sólo podía conducir a una revuelta
social.
Que el problema está en el sector externo, y que no es sólo
fiscal o público, surge claramente de varios hechos. Aquí
dos de ellos:
u En 1994, con un pico de actividad y fuerte déficit en la
cuenta corriente del balance de pagos, el 60 por ciento de ese rojo
se originaba en el intercambio comercial (más importaciones
que exportaciones) y el restante 40 por ciento en los invisibles
(remesas). En 1998, durante el otro punto alto, se había invertido
la relación. Era una consecuencia natural, porque los giros
de beneficios y los pagos de intereses vinieron creciendo al 20 por
ciento anual. La remesa de utilidades se vuelve cada vez más
importante como consecuencia de la extranjerización de la economía.
El caso típico son las empresas privatizadas de servicios públicos:
al principio reinvirtieron sus ganancias y además tomaron deuda
en el exterior para invertir. Hoy cae el ritmo de inversión,
porque lo grueso ya está hecho en muchos casos, y además
de remitir al exterior sus utilidades, empiezan a devolver la deuda
que tomaron.
Los ortodoxos locales han dicho que ése es un problema del
sector privado, que no incumbe al poder político. Ese
mismo argumento fue bautizado en Inglaterra como doctrina Lawson,
porque siempre lo esgrimía Nigel Lawson, chancellor of the
exchequer (secretario de Hacienda) de Margaret Thatcher recuerda
el entendido. Lo cierto es que concluyó con la devaluación
de la libra esterlina en 1992. Esa idea equivocada se basa en la creencia
de que los privados no se equivocan.
u Mirando la deuda externa argentina entre 1991 y 1999, en el primero
de esos años era 80 por ciento pública y 20 por ciento
privada, mientras que en el 99 la proporción de la pública
cayó a menos de 60 por ciento. De un total de 144 mil millones,
le corresponden 84 mil millones. La deuda que creció más
fuertemente fue la privada. Ocurrió lo mismo que en la época
de Videla y Martínez de Hoz: cualquier empresa grande prefirió
endeudarse pagando 8 a 10 por ciento de interés en el exterior
y no el doble o el triple a la banca local.
En la Argentina, según acuerdan todos, falla la estructura
de incentivos, porque los precios favorecen a los bienes no transables
(los que no se exportan ni importan, como gran parte de los servicios).
Algunos intentos por corregir este sesgo y bajar los costos empresarios
contribuyeron a abrir un enorme hueco en los recursos fiscales (como
ocurrió con la reducción en las contribuciones patronales).
¿No hay salida, entonces, sin devaluar? Abierta o secretamente,
muchos economistas piensan que probablemente. Pero en un país
tan dolarizado, la devaluación no tiene sólo efectos
comerciales. También impactaría gravemente sobre elsistema
financiero y provocaría violentas transferencias de ingresos.
Se ha vuelto, agravada, a la situación de 1980/81.
Ahora bien: en el momento en que el abandono de la Convertibilidad
y del tipo de cambio fijo se vuelva inevitable, será muy importante
cómo se realice la evacuación en masa, porque de ello
dependerá qué sectores cargarán con los mayores
costos. Por tanto, como hay una significativa probabilidad de que
ese azar dramático pueda sobrevenir dentro del cuatrienio delarruista,
este Gobierno vivirá permanentemente bajo un estricto monitoreo
del establishment financiero. El objetivo de máxima de los
fiscalizadores será sostener la Convertibilidad, pero tan importante
como ése será el propósito de controlar la eventual
transición hacia otro régimen (flotación, dolarización
con o sin devaluación previa u otro).
Esto significa que el Gobierno, en general, y el gabinete económico,
en particular, estarán sometidos a un celoso control. No ha
estado nada mal, en ese sentido, colocar a Fernando de Santibañes
en la Secretaría de Inteligencia, en una doble función
de economista y espía. Para el capital concentrado y la banca
es del mayor interés detectar cualquier preparativo de un plan
contingente para el hipotético momento en que, por una mezcla
de razones económicas, políticas y sociales, se torne
insostenible el programa implantado por Domingo Cavallo. Pero De Santibañes
es sólo el representante local de un aparato de vigilancia
más amplio y cuya base está en los centros financieros.
Tienen que asegurarse que la historia arribe a un final tan satisfactorio
como el de 1982, cuando se resolvió con la socialización
de la deuda de las empresas.
Mientras ese momento llegue, seguirán en pie fetiches como
el del ingreso de capitales. Un trabajo reciente de la Cepal señala
como una de las contradicciones del modelo que la liberalización
de los movimientos de capitales generó la sobrevaluación
de las monedas latinoamericanas, déficit comercial y por tanto
necesidad de tomar cada vez más deuda, en un proceso en espiral.
Otro ingrediente es la desregulación financiera interna, que
eleva las tasas de interés y polariza la economía.
Según estudios del propio Banco Mundial, hubo muchos países
que crecieron sin ingreso de capital financiero. Y más aún:
que los países que recibieron más capital financiero
crecieron menos. Hay una visible revalorización de la inversión
directa y un creciente desdén por la liberalización
del movimiento de capitales. Esta fue moda y furor hasta hace dos
años; tanto que estuvieron a punto de modificar el Acuerdo
Constitutivo del FMI para introducir la obligación de liberalizar
la cuenta de capital.
Pero muchos economistas y políticos argentinos se quedaron
en el 89, momento de predominio absoluto de la idea del mercado
como un mecanismo insuperable. Sin embargo, ya desde mediados de los
80 aparecían estudios académicos que demolían
la noción de que la apertura trae inevitablemente crecimiento
y que la desregulación garantiza que los mercados funcionen
de modo perfecto. Lo cierto es que, aunque la inversión directa
sea claramente mejor que el ingreso de capital financiero, también
causa problemas porque aumenta la dependencia de las importaciones.
Es verdad que puede traer tecnología y mejores standards industriales,
pero no es necesariamente así. Hoy mismo puede verse que el
mismo producto, de la misma marca, es mucho mejor en Europa o Estados
Unidos que en la Argentina, como constata cualquier viajero. Se ve
en cosas tan elementales como un dentífrico o un jabón.
Las transnacionales aprenden rápidamente a adaptar la calidad
de sus productos al nivel económico de cada mercado. |
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