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El documento de la ONU, retrasado por discrepancias sobre el aborto

Los países más conservadores trababan anoche el documento de la Conferencia de la Mujer. Los avances conseguidos.

 


t.gif (862 bytes)  Aunque pequeño, la Conferencia 2000 de la Mujer dejó un saldo positivo. Los 189 países participantes no sólo ratificaron su compromiso de cumplir las metas acordadas cinco años atrás en Beijing para asegurar la igualdad de derechos entre los géneros. Además, dieron algunos pasos adelante. Por ejemplo, consideraron una “prioridad” bajar la mortalidad materna, reconocieron que la violencia doméstica es un problema de “dominio público”, subrayaron que el fenómeno de la globalización tiene un especial “impacto negativo” sobre las mujeres y plantearon la necesidad de implementar programas educativos para que los hombres practiquen “sexo seguro”. En realidad, al cierre de esta edición y vencido el plazo previsto para votarlo, las delegaciones continuaban negociando, sin respiro, un documento final. La redacción estaba trabada, como es habitual en reuniones de esta jerarquía, alrededor del aborto, la discriminación por orientación sexual, los derechos sexuales y reproductivos y el acceso de los adolescentes a la anticoncepción, por la posición más conservadora de los países musulmanes y católicos, entre los que se encontraba la Argentina, aunque con una postura menos fundamentalista que la que mostró durante la gestión menemista.
La reunión, que comenzó el lunes en la sede de la ONU, tenía como objetivo analizar los avances y obstáculos de los países en el cumplimiento de la Plataforma de Acción adoptada en 1995, en la Cuarta Conferencia Internacional de la Mujer. Aquel documento, adoptado por el consenso de la mayoría de los países, exhortó a los gobiernos a una revisión de sus leyes con el fin de garantizar la igualdad de derechos para la mujer, en distintas áreas. Algunos países esperaban, incluso, ir un poco más lejos, planteando nuevas metas. Pero sus intentos se vieron obstaculizados por un grupo de países católicos y musulmanes, que pretendían retroceder en los compromisos asumidos en Beijing. Esta diferencia de criterios dificultó las negociaciones de la declaración final, que en términos generales, y ante la imposibilidad de llegar a un consenso, repetiría lo acordado cinco años atrás. Anoche continuaban las discusiones, tensas y eternas, pero se esperaba llegar a un documento en la madrugada.
La Santa Sede ejerció la misma presión de siempre para imponer su criterio más conservador, aunque lo hizo con un bajo perfil y a través de otras naciones, como Nicaragua y en menor medida la Argentina. A diferencia de la última Cumbre de la Mujer, la delegación oficial no mostró un alineamiento automática con el Vaticano, aunque sostuvo su posición de condena al aborto y defensa de la familia tradicional. Se diferenció en el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos como derechos humanos, un avance celebrado como un triunfo por el movimiento de mujeres.
Con planteamientos claramente diferentes, el otro grupo de naciones que obstaculizó el consenso estuvo integrado por países islámicos. Libia, Egipto, Argelia, Sudán e Irán, entre otros, rechazaron aspectos vinculados con la promoción de la anticoncepción, y la condena –que impulsaron la mayoría de los países– de los crímenes de mujeres por cuestiones de honor (por ser infieles, por ejemplo) y los matrimonios forzados.
Ayer, las Ong de todo el mundo que participaron de la reunión hicieron su balance. A través de una declaración conjunta manifestaron su “desilusión” con el documento que venía acordándose, por considerar que no hubo suficientes metas numéricas y temporales, ni se especificaron los montos que deberían destinar los países para impulsar la igualdad. No obstante, destacaron ciertos pasos adelante como la reafirmación de las naciones de que los gobiernos tienen la responsabilidad de implementar la Plataforma de Acción de Beijing, la condena a la violencia doméstica y la aceptación del asilo por cuestiones de género.

 

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