Por Verónica Abdala
Abelardo Castillo era un joven escritor, embarcado en el proyecto de concretar una revista cultural diferente. La revista se llamaba El escarabajo de oro, y tenía destino de mito, pero el futuro quedaba lejos aquel día en que el joven periodista cultural llegó a la casa de Ernesto Sabato, ya por entonces un escritor consagrado. Hacia el final de la conversación en Santos Lugares, Castillo le preguntó al que veía como un viejo maestro si pensaba que la revista debía entrevistar a alguien que lo mereciese en serio. Sabato contestó: �Sí, a Leopoldo Marechal�. Castillo se quedó perplejo. Pensó que Sabato deliraba, o estaba gagá. �Marechal está muerto�, se dijo para adentro. Como el autor de Sobre héroes y tumbas lo miraba, desconcertado, Castillo le balbuceó su idea. A Sabato le brillaron los ojos: �Leopoldo Marechal no sólo no está muerto �lo reprendió� sino que vive a una cuadra de su casa, Castillo�. Eran los tempranos 60, y aún el mundo estaba por hacerse.
La anécdota grafica el aislamiento al que la cultura argentina había sometido después de 1955 a Marechal, que había sido militante y funcionario durante los gobiernos de Juan Domingo Perón. El veto específico a Marechal de la Revolución Libertadora había cesado en lo formal, pero, de algún modo, había pasado a la condición simbólica de muerto en vida. Para Castillo, que recuerda ese diálogo con Sabato con un sentimiento de culpa, ese momento le permitió descubrir a tiempo �a uno de los mayores novelistas latinoamericanos, a un escritor sin el cual no se podría pensar la literatura de nuestro continente�.
Para Castillo, Marechal es un grande sin discusiones porque �hay en su obra rasgos de una sensibilidad típicamente argentina, que alcanza en Adán Buenosayres sus momentos verbales más altos. Por ejemplo, la constante alternancia entre lo patético y lo cómico, el viraje de uno a otro tono, y su destreza para colar en la cotidianidad pedestre los grandes mitos�. Para Sabato, Marechal �pasará a la historia de la lengua castellana como insigne hito de la poética y la narrativa. A ese monumento que le tiene reservado el tiempo no se le pueden arrojar bombas de alquitrán, y será invulnerable al insulto, la ironía, la envidia y el silencio: esos premios que con harta frecuencia los hombres de letras de nuestro país confieren a los que deberían honrar.�
Hoy nadie se atreve a cuestionar la importancia para las letras argentinas de este poeta, narrador, dramaturgo y ensayista. Sin embargo, eso no estaba tan claro en el momento de la publicación de su obra cumbre, Adán Buenosayres, ni durante las dos décadas posteriores. Cuando, en 1948, Marechal publicó ésa, su primera novela, Julio Cortázar escribió: �La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas y su diversa desmesura, un signo merecedor de atención y expectativa�. El colombiano y Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez escribiría tiempo después que se trata de �una de las obras esenciales de la novelística moderna de habla hispana�. La novela, de claro tono metafísico, gira en torno de las desopilantes peripecias que protagonizan Adán y sus amigos en un Buenos Aires siempre sorprendente. Marechal decía que había intentado �construir una historia a partir de los cánones de la epopeya tradicional�, intentando que �bajo las apariencias de sus conflictos, se manifestase una �realización espiritual� o una �experiencia metafísica� de sus héroes�. Sin embargo, la actitud de Cortázar y García Márquez no es del todo representativa de la postura de numerosos colegas y críticos, que ningunearon o ignoraron a Marechal porque no le perdonaban su militancia política.
En un homenaje público al escritor que se concretó en 1978, Ernesto Sabato reflexionó: �Ansioso desde su juventud por la justicia social, Leopoldo Marechal fue desde la primera hora un peronista consecuente. No obsecuente, como jamás lo son los espíritus grandes. (...) Su militancia le valió enemistad, rencor y silencio: un silencio poderoso y siniestro, apenas quebrado por algunos intelectuales que, por encima de las discrepancias políticas, reconocieron en él a uno de los más grandes escritores argentinos�. En esa ocasión, también dijo: �Fue precisamente su sagrado sentido de la justicia lo que lo impulsó hacia el socialismo en su juventud, y hacia el peronismo en sus años maduros. Porque, cualquiera que sea el juicio que merezca la persona de Perón �y el mío es públicamente negativo� nadie puede negar que encabezó el más vasto y profundo proceso en favor de los desheredados. Y Leopoldo sentía como pocos el dolor de los indefensos, y amaba a su pueblo como siempre lo han hecho los verdaderos artistas�. Juan Sasturain, entretanto, escribió: �Su participación activa y �funcionaria� al peronismo es clave. Porque estuvo solo cuando fue poder, porque estuvo solo cuando fue depuesto (...) Marechal es el peronista de su generación. Y lo pagó carísimo�.
Cuando se cumplen cien años del nacimiento de este contemporáneo de Jorge Luis Borges y de la generación martinfierrista, de la que formó parte, junto a Macedonio Fernández, Oliverio Girondo y Ricardo Güiraldes, la figura de Marechal parece alejada ya de polémicas y bajezas, pero su caso resulta �aleccionador�. �No sé si fue víctima de la estupidez humana, sí sé que ha sido víctima de la intolerancia argentina, esa manía malsana de dividir por dos de acuerdo con las opiniones políticas�, pensó Isidoro Blastein. �Algún día, el tiempo, único juez inapelable, por encima de lo estético y por encima de lo político, dará a Marechal su lugar en la literatura. Ese día lo veremos entre los más grandes.�
Para casi todos, está claro que una obra como Adán Buenosayres, acaso el mejor ejemplo de la magnitud de la audacia creadora de Marechal, de cuantas y cuán extraordinarias podía ser, a través de sus miradas, las dimensiones de lo cotidiano, y de cómo las �esencias argentinas�, como él las llamaba, podían ser liberadas �de todo localismo folklórico� para ser exaltadas en el �plano universal�, es prueba de la máxima sofisticación literaria, en lo que es la historia de la literatura en lengua castellana. El autor despliega en el libro numerosos recursos estilísticos para describir la búsqueda espiritual de Adán, el personaje principal, y simultáneamente construye una representación de la realidad argentina.
La militancia política de Marechal está incluso revalorizada, en más de un sentido. Y aparece como una demostración de su coherencia. �Para hacerle justicia a Marechal, no basta con decir que fue uno de nuestros mayores escritores y un maestro de escritores�, afirma la escritora Liliana Heker. �Hace falta también evocar la dignidad y absoluta libertad de sus opciones políticas, la razón profundamente ética por la que, en su momento, contra la corriente intelectual de su tiempo, eligió el peronismo, el sereno silencio con que sobrellevó la marginación y el exilio en su propia patria, la libertad de criterio con la que, luego de conocer Cuba, defendió la Revolución Cubana y el socialismo sin renunciar a su condición de peronista. Hace falta, en fin, decir que fue uno de los hombres más éticos entre nuestros intelectuales.�
Del ultraísmo al ostracismo
Por V.A.
Leopoldo Marechal, que nació hace hoy un siglo, el 11 de junio del 1900, en el barrio de Almagro, fue el primogénito de Lorenza Beloqui, argentina de ascendencia vasca, y Alberto Marechal, un obrero uruguayo de ascendencia francesa que moriría por no contar con leyes laborales que lo protegieran en su trabajo (su hijo diría que ése fue uno de los motivos fundamentales de su temprana adhesión al peronismo). La infancia de barrio y sus paseos de fin de semana al campo, a la localidad de Maipú, tendrían notable influencia en la temática de su obra. A los 12 años escribió sus primeros versos, y a los 22 publicó su primer libro de poemas, Los aguiluchos, una obra de la que renegaría largamente. Ese mismo año se integró al grupo que publica la revista Proa, liderado por Borges y Ricardo Güiraldes, y tres años después, al staff de la mítica revista Martín Fierro, que también integraban Borges y Güiraldes y que completaban otros miembros del grupo de �Florida�, entre ellos Oliverio Girondo y Macedonio Fernández. Ambos grupos pertenecían al ultraísmo, un movimiento literario de vanguardia. En el diario La Nación colaboró entre 1923 y 1943.
Días como flechas, su segundo libro, apareció en 1926, año en que también se trasladó a Europa y tomó contacto con algunos de sus colegas en ese continente. A su regreso, participó de la fundación del diario El Mundo .�en el que Roberto Arlt publicaría sus famosas aguafuertes a lo largo de cuatro décadas� y se concentró en terminar de escribir su Adán Buenosayres, que había comenzado a cobrar forma en París, en 1931. Le llevaría 18 años terminar el libro. El año 1934, en que se casó con María Zoraida Barreiro, marca el comienzo de uno de sus períodos más prolíficos: en el término de diez años, publicaría cinco volúmenes de poemas en los que ya se adivinan las preocupaciones metafísicas y religiosas que desarrollaría a lo largo de su obra. En opinión de la crítica literaria Graciela Maturo, �toda su obra se halla traspasada de ese rumbo metafísico. Marechal .�sostiene Maturo� expuso esa metafísica en diferentes momentos de su creación, convirtiéndola en imágenes y fabulaciones narrativas�.
En 1936 editó Laberinto de amor, y al año siguiente Poemas australes �por el que obtuvo el Tercer Premio Nacional de Poesía�. e Historia de la calle Corrientes. En 1939 se editó Descenso y ascenso del alma por la belleza y en 1940 El niño de Dios. Por El centauro y Sonetos a Sophía obtuvo el Premio Nacional de Poesía. Los años del peronismo (1943-1955) marcan su virtual alejamiento del terreno de la literatura y su incursión directa en la política, a través del ejercicio de cargos públicos, como la presidencia del Consejo General de Educación, la dirección del Consejo General de Escuelas de la provincia de Santa Fe y la dirección general de Cultura.
La muerte de su esposa, en 1947, lo llevó a concentrarse aún más en sus escritos: siguió trabajando en Adán Buenosayres, sin sospechar la notable influencia que tendría la novela en la narrativa hispanoamericana por venir, y planificó nuevos libros. Sus dos pequeñas hijas quedaron a su cargo, pero no por mucho tiempo: poco tiempo después de iniciada su convivencia con la correntina Juana Elbia Rosbaco .-con quien se casó en 1950�, las chicas fueron internadas en un colegio religioso, alejado de Buenos Aires.
En el plano de la literatura, los años 50 los dedicó, en mayor medida, a su obra dramática. En 1950 se estrenó el Canto a San Martín, y en 1951, la obra Antígona Vélez �por la que posteriormente obtendría el Premio Nacional de Teatro� llegó al escenario del Cervantes. La batalla de José Luna, entretanto, data de 1952. La caída de Perón tras la Revolución Libertadora, en 1955, lo confinó a la soledad no deseada. El colaboró con una especie de encerrona en sí mismo que lo llevó a aceptar como natural que casi nadie se acordara de su obra. Cuando fue �re-descubierto� en los 60, ya le daba lo mismo estar que no estar. Se había amargado.
Se acercaba el fin, aunque Marechal seguiría escribiendo. Cinco años antes de morir, publicó su segunda novela, El banquete de Severo Arcángelo, que contrariamente al destino que había sufrido Adán..., fue bien recibida. Un año después, se conoció Cuadernos de navegación, obra en que aporta algunas claves interesantes para abordar y profundizar en la comprensión de Adán.... Marechal murió de un paro cardíaco, en setiembre de 1970. Las últimas palabras que le dijo a su segunda mujer no fueron en ningún sentido extraordinarias. �No le temo a la muerte, sino al sufrimiento�, fue lo último que Elbia le oyó decir. |
opinion
Por Guillermo Saccomanno |
Peronista, como Rodolfo Walsh
Al mundito intelectual todo rescate, toda celebración de Leopoldo Marechal se le vuelve conflictiva. Y la complicación reside en su militancia peronista, más que en su posterior adhesión a la Revolución Cubana, contemporánea a la de Martínez Estrada. Pareciera todavía que en este país es más perdonable una militancia en el pecé (burocrático, colaboracionista, prodictadura) que un pasado peronista. Se vuelve interesante señalar que, más acá, el otro gran intelectual peronista fue Rodolfo Walsh. Tanto Marechal, como Walsh, provenían de cierto nacionalismo ilustrado. En el caso de Marechal pesa un neoplatonismo a la criolla que, en su obra poética, induce aun a pensar en una lírica marmórea. No obstante, ahí está su narrativa, resistiendo.
Marechal empieza a escribir Adán Buenosayres �su obra mayor, emblemática� cuando tiene poco más de treinta años, en París. Este escribir argentino desde París remite a pensar, años más tarde, en Julio Cortázar, quien se constituiría en el reivindicador de Marechal frente al gorilismo de derecha y de izquierda. De derecha, léase Sur. De izquierda, lo que perdurará del boedismo. La ciudad que empieza a contar Marechal tiene nombres y lugares concretos. Villa Crespo. La calle Monte Egmont. El Tabarís. Gildo, una parrilla en Rivadavia y Azcuénaga. La Joven Cataluña, un taller mecánico de barrio. Marechal no nombra, como Borges, desde la melancolía; no apela a Evaristo Carriego, a quien distingue en su novela más por la tos que por su poética. El gesto de Marechal tiene una urgencia de presente. Como Roberto Arlt, es un escritor no encuadrable para el pago chico literario. Para Arlt cuenta la exasperación oscura, luces y sombras, geometría y mecánica en sus imágenes, procedentes de la industria capitalista, abonando el paisaje de la explotación.
Para Marechal, en cambio, la ciudad puede tener la atmósfera de ciertas viñetas que ilustraban los manuales pujantes del primer peronismo: las chimeneas humeantes del puerto, trenes y automóviles briosos, el progreso imparable con un trasfondo que, en ocasiones, tiene la intromisión campera. En Marechal el pintoresquismo adquiere una dimensión metafísica. Puede justificarse esta fe en un país que se transforma. Marechal termina de escribir el Adán Buenosayres en 1948. Marechal, el católico, demiurgo, con un humorismo benevolente �que denominará �angélico��, lo que se propone es una contemplación bonapartista. Si bien sus primeras adhesiones van por el lado del martinfierrismo, es decir, las vanguardias dandísticas, a Marechal le tira lo popular. Si la recreación de una mitología es la propuesta (banquetes, descensos, catarsis), también lo es encontrar una síntesis de lo nacional. La síntesis, el Adán Buenosayres, tiene arriba de 600 páginas. No sin motivo, el Adán... fue en ocasiones considerado un equivalente vernáculo del Ulysses joyceano.
Todavía en los 70, aun cuando Primera Plana había canonizado El banquete de Severo Arcángelo, Marechal resultaba indigesto para los círculos académicos. Desde la Facultad de Filosofía y Letras, las llamadas cátedras nacionales podían tenerlo en cuenta. No muchos más. Me acuerdo �y aquí viene de confesión� que algunos estudiantes de la carrera de Letras organizamos el primer homenaje a Marechal después de su muerte (tiempos de Lanusse) en un sindicato. Por entonces, quizá, nos interesaba más Marechal como consigna que como texto. El acto se realizó con patrulleros y celulares en la puerta del sindicato. Uno de los pocos intelectuales que participó en el homenaje fue Abelardo Castillo. Junto con Cortázar, El Escarabajo de Oro fue pionera en la lectura de Marechal.
Pero, ¿cómo era posible leer a este narrador neoplatónico, aunque su novela final �Megafón o la guerra� aludiera a la lucha guerrillera, desde una óptica que no contemplara a Fanon? Rara cruza la de los clásicos griegos con los revolucionarios del Tercer Mundo. Sin embargo, éstas y no otras eran las estrategias con que se leía a Marechal. Más tarde, su nombre iba a bautizar unidades básicas. La pregunta: ¿cómo leer a Marechal hoy? Otra confesión: antes de empezar estas reflexiones volví a leer Adán Buenosayres. Cuando me quise dar cuenta, ya había leído otra vez más de cien páginas. No sólo Borges citó al Zohar. También Marechal. Pero, en lugar de limitarse a citar el misterio, Marechal se propuso descifrarlo. De nuevo, en este acercamiento, hay un engranaje poético-narrativo que se pone en marcha, una ironía que observa cada mínimo resquicio de lo cotidiano como por primera vez, inaugurándolo. Sobre el final del Adán, Marechal enumera una serie de dichos. Uno le puede caber a Borges: �Solemne como pedo de inglés�. El otro, a Ernesto Sabato: �Más serio que bragueta de fraile�.
Aun cuando Marechal no dispone de la consagración canónica, su literatura, como la de Arlt, sigue rebelándose contra las lecturas prolijas, con rango universitario. Tanto Arlt como Marechal no fueron ni solemnes ni serios. Este rasgo habla de una diferencia: la oposición a las normativas del poder, la elección de una cierta solidaridad antes que el elitismo sobrador o el sufrimiento redencionista. Hoy en día, cuando se vuelve a Fanon para resignificar la colonial, tal vez sea el momento adecuado de volver a Marechal para discutir qué se espera de la literatura al margen de la consolación marketinera. |
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