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OIT mortales la denuncia de Daer

El jefe de la CGT oficial atacó duramente al gobierno en la Asamblea General de la OIT. Hoy se reúne en Ginebra con Flamarique.

t.gif (862 bytes)  El secretario general de la CGT oficial, Rodolfo Daer, no dejó bien parado al Gobierno al hablar ayer en la asamblea anual de la Organización Internacional del Trabajo (OIT): lo denunció por impulsar la flexibilidad laboral, la rebaja de salarios y el debilitamiento de los sindicatos, de acuerdo con las exigencias del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI). A pesar de la dureza de su discurso, el ministro de Trabajo, Alberto Flamarique, se reunirá hoy con Daer en Suiza en el marco de la ronda de consultas que la administración de Fernando de la Rúa decidió abrir para analizar la cuestión social.
Flamarique y Daer se cruzaron ayer en Ginebra en dos oportunidades, aunque no llegaron a profundizar acerca de ningún tema. Uno de los encuentros fue en la cafetería del edificio de las Naciones Unidas en el que se desarrollan las deliberaciones de la OIT, donde se saludaron después de que el asesor de la CGT oficial, Lucio Garzón Maceda, acordara la reunión que ambos mantendrán hoy. El otro cruce se produjo en el mismo recinto de sesiones y allí a Flamarique no le quedó otra alternativa que escuchar las críticas del gremialista desde el estrado que ocupa como presidente de la asamblea.
Parado de espaldas al ministro de Trabajo y a tan pocos metros que la televisión podía mostrarlos en un mismo plano, Daer justificó el último paro. “Se procura debilitar a nuestros sindicatos afectando su representatividad global, con campañas de prensa vergonzosas, se favorece la personalización de la negociación colectiva, se segmenta el mercado laboral, todo en un marco de alta desocupación e intolerable clandestinidad laboral, con destrucción de los servicios sindicales”, señaló.
Daer habló seis minutos, uno más que lo estipulado en el reglamento de la asamblea de la OIT. Flamarique nada dijo del exceso del gremialista y -al menos en apariencia– tampoco le dio mayor importancia a la dureza de su discurso de siete carillas: en varios tramos se lo vio más interesado en conversar con la funcionaria sentada a su diestra que en prestar atención a las palabras del titular de la CGT oficial.
A propósito de Flamarique, el gremialista calificó como una “triste paradoja” su designación como presidente de la reunión de la OIT “en reconocimiento a la tradición laboralista” argentina, mientras en el país “hemos ido a la huelga para exigir al gobierno que respete los derechos que esta conferencia debe ratificar”.
Daer cargó las tintas sobre el Banco Mundial y el FMI, a los cuales acusó de seguir “ensañándose con los trabajadores, con las organizaciones sindicales y con las economías populares”. También les atribuyó ser los que “exigen reducción del gasto social, atomización sindical con menoscabo de la negociación colectiva”, así como de propiciar “en la misma senda reaccionaria la destrucción” de las obras sociales gremiales.
A la gestión de De la Rúa, el jefe de la CGT oficial lo denunció como operador de las políticas de esos organismos de crédito internacionales. “Hoy el gobierno democrático –dijo–, mientras en sus discursos privilegia el diálogo social, ha impuesto unilateralmente una reducción masiva importante de los salarios del empleo público, induciéndose a reducciones salariales en los sectores productivos”.
En su discurso Daer destacó que la “CGT ha hecho siempre profesión del diálogo social” y llamó a la OIT a “supervisarlo y asegurarlo activamente”. Después brindó ante la prensa la posición de la central sindical que conduce frente a la ronda de consultas que piensa abrir el Gobierno: “Queremos el diálogo para construir consensos y no el diálogo que propone el ministro del Interior, Federico Storani, que es sólo de formalidad. Storani y el vicepresidente Carlos Alvarez deben entender que el diálogo no debe ser bastardeado; se debe discutir la gran estrategia para no ser país agroindustrial sino con fuerte valor agregado”.

 

OPINION

Por James Neilson

El juego de la mentira

Si una democracia es un país en el que el gobierno hace más o menos lo que el pueblo esperaba al elegirlo, la Argentina dejó de ser una hace más de diez años porque, como es notorio, tanto Fernando Menem como Carlos de la Rúa llegaron al poder prometiendo, aunque sólo fuera a través de guiños y afirmaciones ambiguas, una cosa para entonces dar otra radicalmente distinta. ¿Correcto? Sí, pero ocurre que en el fondo todos salvo los irremediablemente ilusos, si es que aún quedan algunos, entendían que llegada la hora de la verdad sus gobernantes prestarían más atención a las exigencias de los “mercados” internacionales que a los deseos de autóctonos hartos de impuestos, ajustes, desempleo masivo, evasión fiscal multimillonaria y todo lo demás. Como ambos mandatarios nos han dicho, no hubo otra alternativa, y si bien abundan los dispuestos a jurar que las hay por miles, hasta ahora nadie se ha tomado el trabajo de brindar detalles, de suerte que podemos dar a los responsables de gobernar el país el beneficio de la duda. Asimismo, nadie ignora que si mañana De la Rúa, debidamente contrito por haber traicionado sus compromisos tácitos electoralistas, reemplazara a Machinea por Moyano o Primatesta, el privilegiado de este modo continuaría por el mismo “rumbo” luego de una breve pausa que aprovecharía para repartir fondos entre algunas entidades amigas, y es de suponer que estos prohombres de la “lucha” anticapitalista lo saben tan bien como el que más.
A partir de 1989, la política argentina es un curioso juego de engaños mutuos: a menos que estén en el gobierno, los políticos, con escasísimas excepciones, fingen estar luchando contra “el mercado” y el electorado finge tomarlos en serio. Puesto que casi todos comprenden esta realidad, sería excesivo acusar de fraude a quienes llegan al poder gritando “odiamos el modelo” para transformarse en seguida en sus defensores más acérrimos. Con todo, el que las reglas no escritas de la política nacional sean ampliamente conocidas no quiere decir que el juego sea inocuo. Por el contrario, la entronización informal de la mentira está desmoralizando al país en ambos sentidos de la palabra, sembrando derrotismo y cinismo. Se ha abierto una brecha insalvable entre lo que dicen los “dirigentes” y lo que efectivamente hacen o harían, entre la retórica consensuada y la acción. En el medio están los habitantes del país que a esta altura tienen motivos de sobra para creerse víctimas de una burla salvaje por parte de personajes que no los consideran lo bastante maduros como para ser expuestos a la verdad.

 

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