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UN SECUESTRADOR Y UNA REHEN MUERTOS EN BRASIL
Ramallo en versión carioca


t.gif (862 bytes)  El hombre decía tener un pacto con el diablo. Una de sus rehenes lo ratificaba: “Tiene un demonio tatuado en su brazo”, escribió aterrorizada, con lápiz labial, en una ventanilla del micro donde el hombre la tenía secuestrada, junto con otras cinco mujeres. El episodio mantuvo pegados a la televisión a buena parte de los brasileños durante casi cinco horas: la transmisión en vivo del ómnibus secuestrado en un tranquilo barrio de Río de Janeiro mostraba cómo el hombre-diablo pegaba, torturaba y amenazaba con asesinar a sus cautivas. Finalmente, la policía tomó por asalto el micro y baleó al secuestrador, pero en el operativo también fue herida una de las rehenes. Ambos murieron luego en el hospital. Ahora se investiga de dónde salió la bala que mató a la joven. El presidente Fernando Henrique Cardoso criticó el accionar policial.
El hombre, en un primer momento con su rostro oculto detrás de anteojos oscuros, secuestró el autobús cuando circulaba por la avenida Jardim Botanico, al sur de la ciudad, presuntamente con nueve pasajeros en su interior. Según el jefe de Relaciones Públicas de la Policía Militar, coronel Nilton Lourenco, agentes de policía advirtieron “movimientos extraños” dentro del micro e intentaron verificar la situación. En ese momento, el asaltante amenazó con matar a todos los pasajeros, por lo que los agentes debieron replegarse. El vehículo quedó detenido a un costado de la avenida, rodeado por una veintena de automóviles policiales, mientras alrededor de 200 uniformados, francotiradores de los grupos de elite y tropas de asalto tomaban posición en las cercanías.
Posteriormente, según las autoridades brasileñas, el asaltante liberó a tres pasajeros y al chofer, y mantuvo en su poder a seis mujeres. El delincuente aseguró haber firmado “un pacto con el diablo”, exigió que le fueran entregadas dos granadas y mil dólares y que la policía se retirara, como condición para liberar a las rehenes. El hombre, visiblemente fuera de control, gesticulaba y apuntaba con su arma a la cabeza de las víctimas. Una de ellas, para aplacarlo, se quitó una medallita y la colgó del cuello de su victimario. En varias oportunidades, el delincuente asomó medio cuerpo por las ventanillas, exponiéndose a la infinidad de policías que lo mantenían en sus miras. Para que tomaran en serio sus palabras, disparó al piso del micro y luego aseguró que había dado muerte a una de las mujeres secuestradas, pero luego las autoridades comprobaron que sólo había recibido heridas leves.
Cuando habían pasado más de cuatro horas y media de incertidumbre, y en momentos en que el asaltante abría la puerta para liberar a una de las mujeres, un francotirador disparó contra él y lo hirió. Inmediatamente, las tropas tomaron por asalto al micro, segundos antes de que una avalancha de gente se lanzara sobre el vehículo para intentar linchar al delincuente.

 

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