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�GLOBAL GROOVE�, UNA IDEA QUE ATRAE Y HORRORIZA
El dance es la aldea global

Miles de personas bailan la misma música, con idénticos pasos robotizados, en discos de varias ciudades, para ser mostradas por MTV.

El programa exhibe al dance como un verdadero fenómeno mundial.
Va los viernes a la medianoche y en Estados Unidos está causando furor.


Por Julián Gorodischer

t.gif (862 bytes) Suena una música electrónica, inconfundible, y los cuerpos se hacen parte de esos agudos chillones con una torpeza que los asemeja a marionetas. El remixado no se lleva bien con los movimientos de cadera, y a veces toda esa gente que MTV reúne en todo el mundo (los verdaderos protagonistas de su ciclo �Global Groove�, que se emite los viernes a la medianoche) se esfuerza demasiado por seguir el ritmo. Tanto que causan gracia. Este nuevo programa, que es un éxito (para muchos inexplicable) en los Estados Unidos, es un extraño experimento de la señal musical: durante varias horas, el mundo se convierte en una inmensa discoteca. Sus protagonistas son anónimos bailarines que repiten un movimiento casi uniforme en sus propios territorios. 
En la repetición de ese baile, no hay monotonía. La cámara se entromete entre las calles de Harlem, las playas de Honolulu, el famoso puente de San Francisco, los rascacielos de Sydney, las casas bajas de Nueva Orleans, o el símbolo turístico de alguna capital europea invitada. La pantalla se subdivide en numerosos cuadraditos, y barre las diferencias culturales. Todos bailan, de igual modo, una música que impone a los cuerpos una condición invariante: moverse, pero sin despegar los pies del piso. Así, el efecto globalizador que plantea �Global Groove� es francamente impactante. Un grupo de negros se sacuden colgados de los balcones de su barrio neoyorquino, un par de chicas revolea sus pareos en las orillas de la costa hawaiana, unos cuantos australianos viven su fiesta en las afueras de su capital. Y lo único que se modifica es el escenario.
El programa ejerce cierto poder hipnotizante. Suelen emitirlo durante varias horas que no se interrumpen, y nunca satura. La ciudad sirve sólo en tanto pista de baile: los enormes tachos de basura de Nueva York hacen las veces de parlantes de una disco, que eligen las morenas para menearse. El mar es una pista original y tentadora. El puente de San Francisco es un apropiado marco espectacular. En esos lugares, los bailarines se dedican a ignorarse, hijos de mejor tradición histérica. Este es un verdadero tratado sobre el cuerpo: en cualquier lugar del mundo, hombres y mujeres lucen tatuados y semidesnudos. Responden a arquetipos de belleza musculada y sin excesos. Y son rítmicos, aunque un poco atrofiados por el paso de las horas. Un pareo o una bermuda alcanzan para ponerse a bailar y ejercer la seducción de quienes se saben mirados y nunca miran. Es condición para estar en esas playas y esas calles que la mirada se turbe, perdida, y no se pose en los otros. Sólo se trata de mostrarse. 
Están entregados a un trance, del que �de pronto� pueden ser despertados. Se despabilan, por ejemplo, cuando el disc jockey (el gran director de orquesta del programa, desde su cabina al aire libre en alguna de las ciudades) propone un tema de Ricky Martin. La euforia latina los fuerza a subir los brazos y festejar con grititos y exhalaciones. No importa si están en Berlín o en Nueva Orleans. Las diferencias nacionales han sido dejadas de lado: aquí es el disc jockey quien decide qué se consume y qué se baila. En cada ciudad, los bailarines desarrollan verdaderas escenas dramáticas. En Nueva York, un Don Juan es rodeado por varias morenas danzantes; en Hawai se ve un mundo conformado solamente por mujeres indiferentes a cualquier mirada; en Harlem, todos son arrogantes y ponen caras de malos mientras se sostienen los pantalones cinco talles más grandes. Y en la Isla de MTV (el escenario natural más exótico, propiedad de la emisora) se vive una fiesta bien poblada de mulatos, latinos y orientales. 
Quizás, el efecto más interesante de este programa (el que le brindó altísimos niveles de audiencia) sea la ilusión que genera de estar pescando a toda esa gente in fraganti. No importa que la escena haya sidoproducida, queda la sensación de que las cámaras espían en las ciudades. Y �vaya sorpresa� en todas ellas, hay gente que está haciendo lo mismo al mismo tiempo. Es la diversidad aniquilada, la música uniforme que borra fronteras. El poder seductor de esas imágenes es inevitable: atraen a la mirada como lo haría un imán. No es contradictorio que ese magnetismo también horrorice.

 

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