Por Horacio Cecchi
�¡Justicia! ¡Justicia!� En dos ocasiones, el juez Carlos Fraticelli clamó ante los medios que lo rodeaban, en una espontánea y unipersonal marcha en su propio apoyo, como coimputado por el asesinato de su hija Natalia. Lo hizo ayer, poco antes de las dos de la tarde, antes de ingresar al hospital Alejandro Gutiérrez, de Venado Tuerto, donde se encuentra internada y detenida su esposa, María Graciela Dieser. �Vengo a ver los requerimientos de mi mujer�, señaló Fraticelli. Después, acompañado por su hijo Franco, ingresó al cuarto. Fue la primera vez en que las dos partes del sospechado matrimonio volvieron a verse a los ojos, desde que el juez fuera internado por un intento de suicidio, el 21 de mayo pasado, al día siguiente de la muerte de Natalia.
A las 13.48, Fraticelli llegó al hospital Gutiérrez en su Ford Mondeo azul, conducido por su hijo Franco. La llegada, lejos de pasar inadvertida, se transformó en una virtual segunda conferencia de prensa del magistrado suspendido. Como había ocurrido el viernes pasado, en su primera aparición pública, Fraticelli se cuidó de no expresar apoyo hacia su esposa, y repitió la misma frialdad expuesta en aquella oportunidad, cada vez que se refirió a Natalia. �No lo sé�, respondió cuando le preguntaron si creía que Dieser era culpable. �No. Pregúntenle al médico�, agregó cuando un periodista quiso saber si su esposa era �psicótica�.
Según Fraticelli, decidió visitar a su mujer atendiendo los pedidos de Franco y del cura Carlos Gonzalo, de la Parroquia Santísima Trinidad, de Rufino. �Vengo a ver sus requerimientos. Es mi esposa, la madre de mi hijo�, explicó el juez sobre la vereda, sin dar detalles de los �requerimientos� y considerando inexistente el vínculo que sigue atando a ambos con su hija muerta.
Ayer, el caso Fraticelli evidenció un nuevo perfil, diferente al que venía dibujándose hasta entonces: la aparente rivalidad entre dos pueblos, distanciados por 160 kilómetros, expresada en la figura de un juez sospechado de filicidio. Si en Rufino las únicas voces que se dejaron oír entre los vecinos salieron en hermético apoyo hacia el juez, en Venado Tuerto ocurrió todo lo contrario. Mientras un grupo de personas le gritaba �¡asesino!, ¡asesino!�, una mujer con un chico en brazos se le acercó para echarle en cara: �Decí la verdad, por el nombre de tu hija�.
Y a pasos de la puerta de entrada al hospital, ocurrió lo que nadie podía prever: en un rapto de escenificada espontaneidad, Fraticelli dio por iniciada su automarcha individual al grito de �¡Justicia! ¡Justicia!�, para concluirla dos pasos después, tan sorpresivamente como había comenzado. Enseguida reclamó a los medios que investigaran �todas las hipótesis. Lean atentamente mi declaración testimonial ante la policía�, subrayó. En aquella primera declaración, Fraticelli había sembrado sospechas sobre su mujer y sobre el kinesiólogo Edgardo Martín. Luego, Franco, su novia, y el juez atravesaron el pasillo del hospital, atestado de medios periodísticos, para ingresar al cuarto donde María Graciela Dieser permanece detenida por orden del juez Carlos Risso, desde el 23 de mayo. La mujer, procesada el sábado último, se alimenta a base de líquidos y sueros, según informó el director del hospital, Carlos Casco.
Poco después, Franco solicitó que se retirara la custodia durante unos minutos. El permiso fue concedido y, durante un breve lapso, Fraticelli y Dieser volvieron a verse cara a cara y a solas. De qué se habló y qué ocurrió allí dentro, nadie, excepto ellos, lo sabe. De todos modos, las hipótesis surgieron mucho antes de que Fraticelli abandonara el instituto. �La visita nos llamó la atención �reveló a Página/12 el abogado Carlos Varela, defensor de Martín�. Todas las características de la personalidad de Fraticelli, y cómo se ha manejado en contra de nuestro cliente, nos provoca reservas. Podría hacer presumir que intente basar su estrategia inculpando a Martín.� Varela registró como detalle la exigencia del juez a los periodistas para que analizaran su primera declaración, en la que acusaba a su esposa y al kinesiólogo.
Por la mañana, el abogado de Dieser, Héctor Superti, apeló ante la Cámara de Venado Tuerto contra el procesamiento de la mujer. Hoy, posiblemente al mediodía, una junta médica analizará el estado psíquico de la detenida para determinar si es posible trasladarla a una celda de la alcaidía de Melincué. Pasadas las 17.30, Fraticelli dio por finalizada la reunión matrimonial y se retiró con perfil bajo: eludió a los medios oculto en una ambulancia.
A diez años del caso Santos
�Está muy arrepentido�
�Está muy arrepentido de lo que pasó y se quiere olvidar de todo. Su error fue perseguir a los chorros, pero en ese momento no tuvo tiempo de pensar en nada.� Así habla Norma López de su marido que se llama Horacio, pero al que todo el mundo recuerda como �el ingeniero Santos�. Hoy se cumplen diez años del día en que el ingeniero persiguió y mató a dos hombres que acababan de robarle el pasacasetes. Fue al primero al que algunos medios le endilgaron el mote de �justiciero�. Santos no quiere dar notas, ni siquiera quiere recordar ese episodio que lo hizo tristemente célebre: �Cada vez que recuerdan su nombre en los diarios se pone mal�, cuenta su mujer.
Luego de cumplir una condena en prisión durante tres años por el delito de �exceso en la legítima defensa�, Santos recuperó su libertad y regresó a su casa de Villa Devoto. Su vida había cambiado de rumbo el 16 de junio de 1990, cuando escuchó la alarma del Renault Fuego que había estacionado frente a una galería del centro de Villa Devoto, mientras se encontraba junto a su esposa en una zapatería. Persiguió a los asaltantes en su automóvil y los baleó. Los ladrones, Carlos González y Osvaldo Aguirre, murieron en el acto y la policía detuvo al ingeniero tras la denuncia de una vecina que había presenciado el hecho. A partir de ahí, las opiniones iban a dividirse entre quienes defendieron la idea de una �defensa propia� y quienes condenaron sin vueltas el homicidio.
El juez Cevasco, el primero en entender la causa en 1990, dejó a Santos en libertad por falta de mérito porque las pericias oficiales estimaban que el ingeniero había tenido una reacción psíquica anormal, sin poder discernir el significado de sus actos. Pero, un año más tarde, la fiscal Susana Monicelli exigió la detención de Santos apoyándose en un estudio que confirmaba lo contrario y, en 1994, la jueza Alicia Iermini lo condenó a 12 años de prisión. Recién en 1995 la Sala I de la Cámara del Crimen redujo esa pena a tres años.
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