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Las preguntas ¿sin respuestas?
del suicida y su amigo español

�La mosca blanca�, que marca el debut en la dirección del dramaturgo Eduardo Rovner, es una indagación sobre qué sentido tiene vivir.

Identidad: Funes y Blas podrían ser espejo de facetas interiores de un mismo individuo, debatiéndose entre fantasías, recuerdos y ensoñaciones. 

Jorge Ochoa, Mariana Elizalde y José María López, los actores.
La obra de Rovner se estrenó en el mítico Teatro del Pueblo.


Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes) �¿Usted pensaba que después de haberlo salvado, iba a sentir que la vida tenía sentido y no me iba a matar?� Esto lo dice Funes, el personaje que en La mosca blanca parece actuar guiado ante todo por sus pulsiones, aun cuando sea él quien represente aquí al intelectual. Este hombre se contradice, pierde la compostura y desarticula con tempestuosos giros el diálogo que sostiene con Blas, un español que prefiere refugiarse en los recovecos de sus emociones antes que perderse en los laberintos del pensamiento. Son los protagonistas de una escena montada como si se tratase de un ocasional encuentro. A poco de iniciarse la acción se verá sin embargo que allí nada es fortuito, y que tampoco lo son los asuntos que le quitan las ganas de vivir a Funes. Entre otros, aquellos que se refieren, ¡nada menos!, a los porqué y para qué de la existencia humana, y a la posibilidad de modificar alguna que otra realidad adversa. 
Aun cuando en ningún momento se produzca una inversión o identificación de dos contrarios aparentes, Funes y Blas podrían ser espejo de facetas interiores de un mismo individuo, debatiéndose entre fantasías, recuerdos y ensoñaciones. Esta suposición es razonable, teniendo en cuenta que todas las escenas se juegan en un espacio afín a las transfiguraciones, como es una plaza solitaria durante el otoño y al final del día. Por eso puede creerse que no están solos, y que si el mundo de lo real es caótico y múltiple, el de las ensoñaciones lo es probablemente más todavía. A nadie podrá sorprender entonces que en un universo de esas características los deseos apremien a cualquier hora y una estatua se enamore. 
Con Funes, Blas y la figura blanca e inmóvil de una mujer, Eduardo Rovner (quien debuta aquí como director, y de una obra propia) desarrolla una pieza breve (de sólo 55 minutos), que plantea con raro humor problemas existenciales básicos. Es así que, a través de diálogos sustanciosos y sintéticos, conforma una vivaz metafísica de lo cotidiano, desdeñando incorporar elementos costumbristas. Por el contrario, se advierte especial interés por introducir un matiz surreal, logrado en parte a través del personaje de Dafne, la estatua-testigo del catártico encuentro entre Funes y Blas, interpretados con variedad de tonos por los excelentes José María López y Jorge Ochoa. En este punto, y con otro tipo de exigencia, se destaca Mariana Elizalde. La actriz interpreta a la ninfa que, según la mitología, no accedió al requerimiento amoroso del bello Apolo. Se cuenta que, huyendo a la montaña y a punto de ser alcanzada por el dios de los largos rizos, Dafne rogó a su padre que la salvara. Este cumplió, convirtiéndola en laurel, que es desde entonces símbolo de victoria.
Sólo que en La mosca... el mito tiene otro sentido. Dafne retrata la inocencia de sentimientos, pero también una melancolía nacida del deseo insatisfecho. Este personaje da cuenta, en todo caso, de la fragilidad del pensamiento (la del intelectual Funes, por ejemplo) y lo inalcanzable de los sueños. Expresa de modo fantasmático un poético paréntesis en el fluir de lo real y resume esa porción de vida no vivida que extrañan tanto (acaso sólo por haberla soñado) Funes y Blas. La mujer-estatua invita con su sola presencia a ingresar en el plano de la ensoñación, espacio al queen este montaje aportan clima los juegos de luces de Roberto Traferri y la escenografía y vestuario de Stella Maris Iglesias. En esa atmósfera, enzarzados en sus diálogos, el suicida Funes y el pacífico Blas alteran el orden de lo cotidiano y generan preguntas sin respuesta. Este es quizás el punto más ambicioso de esta obra de final abierto, trabajada al borde de lo real, como Sócrates, el encantador de almas, Tinieblas de un escritor enamorado y El otro y su sombra, también de Rovner.

 


 

ELTON JOHN VS. LA IGLESIA CATOLICA
�Soy muy feliz siendo gay�

El famoso músico pop Elton John, de 53 años, está en el centro de una fuerte controversia con la Iglesia Católica británica, en defensa de su reconocida condición de homosexual. El problema comenzó cuando el jefe de la Iglesia Católica en Escocia, Thomas Winning, afirmó que �las relaciones sexuales entre homosexuales son falsas, porque este tipo de comportamiento no es bueno para el ser humano�. Winning, en una homilía cargada de agresividad, sostuvo además que �las relaciones homosexuales no pueden satisfacer los profundos anhelos del corazón humano�. El músico le salió al cruce de inmediato manifestando su asombro por esas declaraciones, que definió como retrógradas. �¿Cómo puede hacer una semejante afirmación?�, se preguntó indignado. John, que hizo pública hace diez años su condición de gay, declaró que �como homosexual, estoy plenamente satisfecho con mi sexualidad y con mi vida, y puedo decir que los profundos anhelos de mi corazón están satisfechos. Soy feliz siendo gay, y eso no lo puede discutir ningún obispo�. John afirmó que las declaraciones intolerantes de Winning y otros dignatarios eclesiásticos británicos �son el motivo por el que cada vez más creyentes abandonan la Iglesia Católica�. 

 

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