Por Alfredo Grieco y Bavio
En su último libro The Human Stain (2000) el novelista Philip Roth repasa la era Clinton y resume los avatares que hicieron que el terrorismo en general y el islámico en particular se convirtieran en enemigos Nº 1 en la Norteamérica posterior a la Caída del Muro. El título de la novela alude, entre otras cosas, a una reveladora mancha de semen presidencial en el vestido azul de una becaria de la Casa Blanca. Y estaba en prensa cuando el semental anunció una nueva prioridad estratégica: el sida como amenaza a la seguridad nacional.
Bombas vs. retrovirus
Hasta ahora, el Consejo Nacional de Seguridad (NSC) nunca había contado entre sus funciones buscar las armas para combatir una enfermedad infecciosa. El foco principal de preocupación es, por supuesto, Africa, el continente donde la enfermedad se registró por primera vez (probablemente hacia 1930), donde se conservan los más terroríficos niveles de mortandad, donde los estados más afectados son hoy beligerantes (en guerras que se extienden de Sierra Leona a Zimbabwe, pasando por el Congo), y también donde Estados Unidos tuvo que enfrentar los golpes más certeros del fundamentalismo musulmán con la simultánea explosión de sus embajadas de Kenya y Tanzania en 1998. Pero no sólo en Africa teme la Administración Clinton que el sida destruya años de trabajo empleados en construir democracias y mercados libres, suprima capas enteras de la población (particularmente, profesionales y enseñantes), desencadene conflictos étnicos y genocidios, y haga caer gobiernos.
El nuevo esfuerzo de seguridad es tardío, y ya en su planteo parece demostrar no estar a la altura de las circunstancias. La inteligencia norteamericana había insistido durante 1999 en presionar al gobierno con los resultados de investigaciones que revelaban los efectos a mediano plazo del síndrome de inmuno deficiencia adquirida sobre el mapa mundial. Los primeros cálculos son, desde luego, proyecciones demográficas. Hay consenso entre los analistas del gobierno en que un cuarto de la población hoy viva del Africa subsahariana va a morir de sida, y en que durante diez años la situación y los porcentajes de contagio van a aumentar sin mejoras. Pero quizás lo que más alarme a Washington es que las tendencias reveladas en la historia africana permiten anticipar que el cuadro se repetirá, y aun adquirirá características propias, más intensas o siniestras, en la ex Unión Soviética y en el sudeste asiático.
Las primeras clases sociales en recibir el golpe serán previsiblemente la baja y la media. Un chiste gráfico mostraba a dos huérfanos africanos del sida que leían el diario y a los que esperanzaba la historia del balserito cubano Elián. Después de todo, se decían, tanta atención prestada a un solo huérfano ha de ser auspiciosa. Este futuro subproletariado sin padres ni madres preocupa al Pentágono. Es particularmente vulnerable a la radicalización política, y el modo más inmediato de organizar a los huérfanos es en un ejército. Los rebeldes niños y adolescentes de Liberia o Birmania ofrecen una imagen anticipada de un fenómeno que sólo crecerá. Y en esta temida �radicalización� de las poblaciones el primer elemento impulsor es la baja de la expectativa de vida.
Negros larga distancia
En la elevación del sida al rango de enemigo nacional norteamericano la política interna no dejó de jugar un rol eminente. Líderes de la comunidad afroamericana como los congresistas demócratas Ron Dellums o Jesse Jackson adoptaron como propia la causa del sida en Africa. Y sus intereses convergen con los de otros militantes del sida en Estados Unidos y Europa,donde es cierto que la mortalidad descendió por un (también tardío e insuficiente) esfuerzo en la prevención y el descubrimiento de los llamados �cócteles de drogas� anti-retrovirales. Los activistas de la lucha contra el HIV demostraron que pueden ser la única vida en las moribundas primarias norteamericanas. Ya interrumpieron actos del demócrata Al Gore, incluso en su baluarte de Tennessee. Y se considera que la alta exposición que esto provocó para quien Bill Clinton quiere ver triunfante en las elecciones 2000, aceleró el anuncio de la nueva doctrina estratégica por la Casa Blanca y el NSC.
Horizonte 2010
La Casa Blanca se apuró así a suscribir el ideal de la ONU, cuyo secretario general, el ghaneano Kofi Annan, sostiene como horizonte un programa de reducción de las infecciones por HIV a un 25 por ciento en cinco años. Un horizonte que la CIA ya declaró, por su parte, demasiado rosa, y altamente improbable.
En el Africa subsahariana, 23 millones de personas están infectadas. Las nuevas infecciones se suceden, a un ritmo de 5000 por día. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, de las 16 millones de muertes por enfermedades vinculadas con el sida ocurridas hasta ahora, 11 millones fueron precisamente en el Africa al sur del Sahara. En Africa, en Asia, en la ex Unión Soviética, la principal forma de contagio es el contacto heterosexual. Pero en 2010 se calcula que la India sola ya habrá superado a Africa en el número de infecciones.
El desafío a las instituciones democráticas (o a los meros ideales democráticos) provocará las emergencias humanitarias y las guerras en las cuales Estados Unidos deberá decidir su participación. Y aún antes, el temor a la infección por HIV promoverá embargos al comercio, y severas restricciones a los viajes y a la inmigración, con las consecuentes e inevitables fricciones con socios comerciales clave.
A pesar de esta conciencia apocalíptica de los peligros, el gobierno norteamericano no ha enfrentado el problema en la escala que tradicionalmente se asocia con las prioridades de seguridad nacional. El asesor de seguridad nacional de Al Gore, Leon Fuerth, reconoció que el pedido de 254 millones de dólares en el presupuesto 2001 para el combate del sida en el exterior sólo provee medios muy inadecuados para las tareas que deben enfrentarse. Sólo servirá para disminuir muy ínfimamente los porcentajes de infección y para aliviar, aún más ínfimamente, algunos de sus efectos.
En todo caso, la administración Clinton en su crepúsculo está en las antípodas de los ocho años del gobierno neoconservador de Ronald Reagan. El ex actor de Hollywood había conseguido atravesar dos períodos presidenciales sin pronunciar nunca en público la palabra �sida�. En su momento, le pareció un conveniente castigo divino que iba a limpiar a la nación de homosexuales y drogadictos. Hoy la tarea de recuperar el tiempo perdido se ha convertido para Clinton en un objetivo parejo al de resucitar el escudo antimisiles de la Guerra de la Galaxias.
|