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La zorrita que dio aquel mal paso

La ópera de Leos Janacek escrita en 1923 resiste bastante poco el paso del tiempo a pesar de una versión esmerada y cuidadosa.

Buenas voces construyen una versión apenas correcta para una ópera que necesita más que eso.
�La zorrita astuta� fue terminada en 1923 por Leos Janacek y no está entre sus mejores obras.


Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) Parece que en los años �20 Leos Janacek estaba muy contento. Se había enamorado de una mujer 38 años más joven que él, componía a destajo, había terminado la guerra y Checoslovaquia era una república independiente. Tal vez haya tenido que ver con esa alegría, o quizá con un espíritu de época para el que una pequeña historieta protagonizada por animales podía ser interesante y hasta vanguardista. El hecho es que el ya anciano compositor decidió inspirarse en La zorrita de los pies ligeros, que Rudolf Tesnohlidek publicaba en un diario de Brno junto al ilustrador Stanislav Lolek para su nueva ópera. Venía del drama de Katia Kabanová y eso también debe haber influido. Pero el hecho es que en las que podrían ser las mayores virtudes de la obra se encierran también sus peores defectos, siempre y cuando la versión no dé con el tono justo.
Las virtudes de La zorrita astuta, terminada en 1923, tienen que ver con su ambigüedad. Ningún personaje es totalmente malo ni absolutamente bueno. La simplificación por la cual los animales (como los caballos para el viejo Gulliver) servían para mostrar las flaquezas humanas aquí no funciona. La zorrita escenifica un espíritu de libertad pero también la traición. Los hombres, más que malos, son sobre todo estúpidos y están pendientes de cuestiones siempre sin importancia (el casamiento de uno, si el perro está viejo, qué mató cada uno durante un día de caza). En el encuentro de los dos mundos es donde podría radicar la fuerza de esta composición. Pero para esto debe sortear el gran peligro de toda obra que incluya animales entre sus personajes: parecer infantil, en el peor sentido de la palabra.
La puesta de Nekvasil acierta en una escenografía feérica, provista por Daniel Dvorak, que contrasta con el vestuario más bien naturalista de los hombres. Las actuaciones, por su parte, son todo lo convincentes que pueden. Pero la sensación de acto escolar con maestras jardineras tratando de entretener párvulos inquietos se adueña de la escena cada vez que los animales son protagonistas. Podría haberse dado una vuelta de tuerca más y llevar todo hasta el absurdo. O hasta la repugnancia, si se piensa en la posibilidad de animales à la Periférico de Objetos. Podría haberse apostado a la distancia más absoluta: a animales que parecieran caballeros ingleses. Pero no: se eligió el camino más obvio y, también, el más difícil. Los animales no terminan de ser cómicos, ni tiernos, ni queribles ni odiables ni, al contrario, simples máscaras simbólicas. Son, sencillamente, parte de una fábula bastante menor a la que la música genial podría �y a veces lo logra� sacar del pantano.
La zorrita astuta es de esa clase de obras que con una interpretación genial pueden brillar pero a las que la mera corrección hunde de manera irremisible. Y la versión que presenta en estos días el Teatro Colón es, apenas, correcta. El director de orquesta hace lo que puede frente a violines que en los dos primeros actos de la función del estreno se asemejaron a los Beatles (parecía que no tocaban juntos desde 1969) y cornos que, en el tercero, sufrieron e hicieron sufrir en cada parte más o menos expuesta (y hay varias). El elenco es bueno, particularmente Thomas Allen, de hermoso timbre y gran presencia escénica y las dos cantantes que hacen al zorro y la zorrita, Jolana Fogasová y Eva Jenis. Pero donde la ópera termina no sólo de fracasar sino de hacerse verdaderamente insoportable es en su exceso. En la versión de Jiri Nekvasil parece haber una suerte de horror al vacío. No hay momento en que el ballet deje de actuar en algún lugar del escenario. El trabajo de Trunsky, eficaz dentro de los lineamientos, navega en una difusa onda a lo Nijinsky, que no estaría mal si no fuera tan abundante.

 

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