FAMILIAS
NUMEROSAS
Por Sandra Russo
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Sí
a la libertad, rezaban algunas de las pancartas que los manifestantes
provida muchos de ellos alumnos secundarios de colegios
religiosos llevaron el jueves para manifestarse en contra del proyecto
de ley de Salud Reproductiva que se tratará en la Legislatura porteña
la semana que viene. Es curioso, a veces, el uso de la palabra libertad.
El proyecto en cuestión prevé el asesoramiento médico
y la distribución gratuita de anticonceptivos. Y a propósito
del uso
de estos últimos, es curioso también el diseño espontáneo
de lo que en la Argentina puede llamarse familia numerosa.
Se ubica, y no casualmente, en los extremos de la pirámide social.
Por un lado, los sectores más pobres y marginales, que no acceden
ni a la información ni a los métodos para evitar embarazos
no deseados, y que conciben siete, ocho o nueve hijos sin poder preguntarse
si era ésa la familia que querían tener. Por el otro, los
sectores católicos militantes que ofrecen sus postales de seis,
siete u ocho chicos que fueron engendrados no por falta de información
o recursos, sino por convicciones que refrendan acatando el método
natural de anticoncepción que auspicia la Iglesia, y que como no
es seguro muchas veces los hace ir dándoles la bienvenida a esos
bebés que llegan sin aviso. Quienes integran esas familias encantadoras
plagadas de hermanitos entre cuyos nacimientos a veces sólo mediaron
diez o doce meses, que los educan en la fe católica y que construyen
hogares en los que no faltan las tortas caseras, las sobremesas divertidas
y las peleas de almohadas entre los niños que crecen amados y amparados,
ejercen, efectivamente, la libertad de vivir sus vidas de acuerdo con
sus creencias. Los otros, los que ven llegar un embarazo tras otro porque
nunca se les dio la oportunidad de planificar a cuántos chicos
podían darles una calidad y una dignidad de vida mínima,
no ejercen ninguna libertad: las cosas les pasan, como les pasan el hambre
o la miseria, el desempleo o la violencia cotidiana de tener que repartir
la nada en diez o doce bocas.
¿De qué libertad hablan las pancartas de los chicos de escuelas
religiosas? De la misma que hablaban las pancartas de laica o libre.
Si la educación pública en la Argentina debía quedar
atada o no a una religión que sólo algunos practican, fue
en su momento un debate en el que la Iglesia se apropió de la palabra
libertad, libertad para tomar un Estado por asalto, libertad
para imponer a todos las creencias de un sector, libertad para hacer de
una parte el todo y sostener la ilusión de que convivencia social
sólo es posible si los que disienten con el dogma católico
se callan la boca.
Algo similar sucedió también con el debate acerca de la
ley de divorcio. La falacia argumentativa que los sectores católicos
intentaron imponer se basaba en la idea loca de que la existencia de esa
ley obligaría a quien no lo deseara a divorciarse, o que al menos
propiciaría que quienes, sin ley, no se divorciaban, lo hicieran.
Es como suponer que porque se agrega un plato al menú, todo el
mundo cambiará su dieta.
La ley de salud reproductiva, está de más decirlo, no obligará
a nadie que no lo desee a usar algún método anticonceptivo.
Sólo se ocupará de transmitirles a quienes no lo saben o
no pueden pagarlos, que esos métodos existen desde hace muchas
décadas, y los hombres y las mujeres, pero especialmente las mujeres,
pueden decidir qué tipo de familia desean tener. En esos millones
de hogares pobres, atascados de cuerpos castigados y hambrientos, oscurecidos
por la desesperación y el dilema de ver si esta noche comen los
nenes o las nenas, los mayores o los menores, los que están sanos
o los que están enfermos, por la noche no hay guerras de almohadas
ni sobremesas entrañables. Hay otra cosa, que esos chicos de colegios
religiosos que manifiestan a favor de la libertad deberían
conocer. Para aprender, acaso, que nadie es libre si no puede elegir,
yque para cualquier elección se necesitan opciones. Los sectores
católicos deberían enfrentarse al hecho incontrastable de
que son eso, sectores. Una parte en un todo en el que nadie, absolutamente
nadie, es dueño de la verdad del otro.
REP
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