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NAZARENO USABA UN AUTO INDEBIDAMENTE SECUESTRADO A UNA DETENIDA
No va en tren, va en auto confiscado

La Corte Suprema será procesada por transferirse a sí misma la titularidad de un auto secuestrado en un caso de narcotráfico. La dueña del auto se enteró que lo había �cedido� al tribunal cuando la liberaron. El caso puede terminar en un juicio político a los miembros de la Corte.


Por Eduardo Tagliaferro

“Las juezas del Tribunal Oral, ¿no podrían demorar un poco los trámites para la devolución del automóvil?, preguntó el encargado de los autos de la Corte Suprema de la Nación. “¿Por qué motivo habría que demorar el reintegro del auto a su dueña?”, repreguntó el funcionario del Tribunal Oral Federal 1 de San Martín. “Es que el auto lo usa el presidente”, respondió el empleado de la Corte.
–¿Cómo?
–Sí, el auto lo está usando el presidente de la Corte, el doctor Julio Nazareno.
El diálogo entre los funcionarios judiciales se produjo el 28 de abril de este año cuando, con un oficio en la mano y acompañado por un escribano, el empleado del Tribunal de San Martín se aprestaba a realizar la inspección del Renault Laguna bordó que le había sido secuestrado a una procesada en una causa por tráfico de drogas. Cinco meses después de que la mujer fuera detenida, en setiembre de 1996, su vehículo había sido transferido a nombre de la Corte, y este hecho, de acuerdo con todas las fuentes judiciales consultadas por Página/12, constituiría una figura prohibida por la Constitución nacional: la confiscación de bienes. Un delito cometido por el Tribunal Supremo no puede pasar desapercibido para cualquier funcionario judicial, por este motivo los miembros del tribunal de San Martín, Lucila Larrandart, Angela Ledesma y Martha Milloc se preparan a acusar a la Corte Suprema frente a un juez federal con competencia en la Ciudad de Buenos Aires. Cuando lo hagan, si el proceso prospera, desembocará en el pedido de juicio político del Superior Tribunal de la Nación.
Con licencia para manejar
En diciembre de 1993 la Corte contaba con nueve miembros. El 16 de diciembre de ese año, seis de ellos, Rodolfo Barra, Julio Nazareno, Mariano Cavagna Martínez, Eduardo Moliné O’Connor, Antonio Boggiano y Carlos Fayt firmaron la resolución 1298/93 en la que aprobaron un convenio que previamente habían suscripto la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico, conducida en ese momento por Alberto Lestelle, y el Alto Tribunal de Justicia.
El primer punto de ese convenio preveía que “el 50 por ciento del producido de la venta de los bienes decomisados” sería entregado a la Corte Suprema para que ésta lo destine a cubrir “las necesidades de funcionamiento” de los tribunales competentes en cuestiones de narcotráfico. El artículo siguiente autorizaba a los jueces a disponer de los bienes de quienes hayan infringido la ley de estupefacientes, aunque los infractores no tengan sentencia condenatoria.
Como adelantó Página/12, Beatriz Díaz fue detenida en el marco de la causa de narcotráfico conocida como Mundo Blanco o Alas Blancas, que implicaba a varias azafatas. La causa comenzó en 1995, a raíz de una investigación del notorio jefe de la Brigada de Investigaciones de Lanús, el comisario Mario “Chorizo” Rodríguez, ahora retirado e investigado por la masacre de Andreani. Luego de ser absuelta en la causa, en los últimos días de diciembre del año pasado, Díaz descubrió que mientras ella se encontraba detenida la Corte había transferido a nombre del Alto Tribunal, y sin su consentimiento, su Renault Laguna que al momento de su detención sólo tenía 10.000 kilómetros de uso. Cuando pudo recuperarlo, los kilómetros recorridos por el vehículo eran 80.000, le faltaba el estéreo y adeudaba 4500 pesos de patentes en Rentas de la Provincia de Buenos Aires, ya que la Corte había trasladado el dominio de la provincia al registro 30 de la Capital Federal.
El formulario 08 con el cual se formalizó la operación no tenía su firma, simplemente su nombre y ningún otro dato. Como comprador figurabala “Corte Suprema de Justicia con domicilio en Talcahuano 550”. El vehículo se encontraba en buen estado, por lo que su dueña pudo comenzar a utilizarlo no bien le fue reintegrado. Pero faltaba un detalle, los papeles de dominio necesarios para circular por la vía pública. Para que no tuviera problemas con la Policía, un empleado del máximo tribunal le entregó un papel con el número de un teléfono celular al cual llamar si le reclamaba la documentación.
Papeles y dolo
¿Por qué razón se inscribió el vehículo a nombre de la Corte? es la pregunta que se hacen tanto los miembros del tribunal de San Martín, como los especialistas en derecho procesal y en la lucha contra el narcotráfico consultados por este diario. La pregunta no es inocente, justamente en este punto radica la posible existencia de un delito y el probable juicio político a la Corte Suprema.
“No creo que hubiera un dolo en la transferencia del bien a nombre de la Corte. Supongo que habrá algún interés de orden administrativo, pero en verdad no había necesidad de esta medida, ya que no existía un decomiso sino simplemente un secuestro”, dijo a Página/12 el actual secretario de Lucha contra el Narcotráfico, Lorenzo Cortese.
“Que no hubo un decomiso lo ratifica el hecho de que el vehículo fue devuelto a sus titulares”, aseguró a este diario una fuente cercana a la investigación, que además precisó que no era competencia de la Corte ordenar el decomiso sino del tribunal interviniente. La Corte simplemente era depositaria. “Los bienes secuestrados en casos de drogas no se inmovilizan. Así funciona el sistema en el mundo –dijo Cortese a este diario–, pero se deben garantizar los derechos económicos del titular del dominio.”
“Tal vez la Corte haya incurrido en el error de entender que existía un decomiso en lugar de un secuestro”, explicó a este diario un jurista que interpretó que los jueces de la Corte Suprema podrían ser acusados por el Tribunal de San Martín por los delitos de defraudación, malversación de bienes o incumplimiento de los deberes de funcionario público. Cuando la Alianza estaba en la oposición calificaba a la Corte como menemista. Hoy que es Gobierno y sobre todo después de que el máximo tribunal convalidó el recorte de los salarios estatales, es considerada como independiente. Los justicialistas que ayer la defendían cuando gobernaba Carlos Menem, hoy reclaman su juicio político porque le otorgó entidad constitucional a un decreto del ex presidente y actual titular del justicialismo. No es que los justicialistas perdieran la razón, simplemente perdieron el gobierno y aquel viejo decreto hoy es funcional a sus adversarios políticos de la Alianza. Cómo reaccionarán ambas bancadas ante un nuevo pedido de juicio político a la Corte es una incógnita. Más aún si se fundamentara en la comisión de delitos sin intencionalidad política.

Menemismo y oficialismo

Con el cambio de gobierno, la Corte Suprema de Justicia aprendió y enseñó con gran rapidez una clarísima lección de realismo político: la mayoría automática del menemismo se transformó en la mayoría automática del oficialismo. La buena vecindad entre el Poder Judicial y el Ejecutivo se plasmó en dos fallos deseados por la Casa Rosada, el que rechazó la actualización de los sueldos de los militares retirados y el que permitió el recorte de los salarios estatales. Adolfo Vázquez, el menemista más notorio y abierto de los nueve ministros supremos, fue quien escribió el fallo que más de cerca rozó los salarios de jueces y empleados judiciales. No se pudo recortarlos, por una traba constitucional, pero el mensaje llegó alto y claro a los oídos deseados: pueden contar conmigo.
La Corte, en realidad, sigue el principio casi universal de no bloquear iniciativas de fondo de un gobierno fuerte. Ni la corte norteamericana, una de las pocas que defiende sus poderes ferozmente y se permite legislar, traba decisiones de fondo de presidentes populares. Claro que la trampa está en que los togados siguen de cerca el nivel de fortaleza del mandatario de turno: Carlos Menem no logró la re-re porque los jueces percibieron que no le daba la energía para violar tanto la Constitución. Mientras dure el romance, todos ganan. El Ejecutivo tiene asegurado el frente legal y puede correr al Legislativo con fallos que obliguen a legislar. Y los supremos duermen mejor sabiendo que el vicepresidente archivó sus proyectos de juicio político “en masa” a toda la Corte.


LOS ANTECEDENTES DE UN MINISTRO RIOJANO
El karma del semáforo rojo

Cuando en abril del ‘90 el Senado, en una breve sesión de 7 minutos, dio el acuerdo para su ingreso en la Corte Suprema, Julio Nazareno era poco más que un absoluto desconocido en las alturas del Poder Judicial. Su nombramiento fue tan sorpresivo que ningún diario tenía siquiera una foto suya. El flamante ministro enfrentó entonces a los medios apelando a la mayor de las modestias posibles y admitió que su designación tenía mucho que ver con el hecho de que un “coterráneo” ocupara la Presidencia de la Nación. Desde entonces, y durante todo el gobierno menemista, se sumó casi sin fisuras a la mayoría automática de cinco jueces que acompañó la gestión de Carlos Menem. Pero también –en las postrimerías de esa administración– se convirtió en uno de los primeros del grupo en esquivar su apoyo a las aspiraciones reeleccionistas del ex presidente.
Nazareno llegó al máximo tribunal de Justicia con el padrinazgo de Eduardo Menem, su amigo de la infancia y por entonces presidente de la Cámara alta. En el ‘90 su trayectoria entraba en unas pocas líneas: fue jefe general de la policía de La Rioja en 1967, director de Municipalidades e intendente riojano, nombrado por Eduardo Menem cuando era ministro de Gobierno de aquella provincia durante la dictadura de Juan Carlos Onganía. Actuó como fiscal de 1970 al ‘72, todavía bajo gobiernos militares. Se sumó después al estudio jurídico de los Menem en La Rioja. Y con la mudanza de los hermanos a la Capital, fue nuevamente contratado por Eduardo en el Senado de la Nación. Sus viejos camaradas del Congreso todavía lo recuerdan durmiendo la sagrada siesta provinciana en el despacho del senador.
Se convirtió en presidente del tribunal en los días siguientes al Pacto de Olivos y volvió a ocupar ese cargo en el ‘97, con el apoyo de sus cuatro pares Eduardo Moliné O’Connor, Adolfo Vázquez, Guillermo López y Antonio Boggiano, los dueños de los votos de la llamada mayoría automática.
Ese mismo año, un episodio reveló que el gusto del ministro por los autos de potente cilindrada podía ser tan profundo como su falta de apego a las formalidades legales: el sábado 11 de octubre de 1997 lo detuvieron al volante después de cruzar un semáforo en rojo en Libertador e Infanta Isabel. Tres agentes de tránsito comprobaron que el conductor no llevaba documentos y se preparaban a levantar la infracción correspondiente cuando Nazareno les advirtió que era “el presidente de la Corte”. La viveza criolla le costó cara: cuando ya se iba del lugar sin pagar la multa, un periodista que pasaba lo reconoció y difundió el incidente que tomó ribetes de escándalo y terminó en pedidos de juicio político. Ahora, como si se tratara de un karma, otra vez un auto y un pedido de favor realizado por terceros que apelaron a su investidura lo vuelven a colocar en el ojo de la tormenta.

 

 

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