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MURIO AYER A LOS 55 AÑOS EL CANTOR DE TANGOS LUIS CARDEI
Acaso lo llamaban simplemente Luisito

Sufría de hemofilia. Recientemente había grabado un excelente CD en el que se preguntaba por el destino incierto de su querida Buenos Aires. Era un cantor austero, y un hombre sencillo y respetado.

Por Fernando D’Addario
t.gif (862 bytes)  Con la muerte de Luis Cardei, producida ayer a causa de una de las tantas complicaciones que fueron minando paulatinamente su salud, el tango perdió a un hombre que ofreció su vida a la evocación sincera de una ciudad definitivamente ida. Cardei tenía hemofilia, y en los últimos años su cuadro se había agravado con una insuficiencia hepática que lo obligó a internarse en numerosas ocasiones. Ayer a la 1 de la tarde un nuevo problema, esta vez de índole respiratoria, terminó de vencer las defensas físicas del cantor. El mes que viene hubiese cumplido 56 años. Recibirá sepultura hoy a las 11, en el cementerio de la Chacarita.
Desde que se presentó, aún adolescente, a un concurso de cantores, Cardei vivió el tango en todos los ámbitos posibles: en su casa de Villa Urquiza, en la esquina, en bodegones, en sótanos, en cabarets y hasta en un ring de boxeo, que una vez, a falta de escenario convencional, lo sacó del paso en el club Unidos de Pompeya. Semejante trayectoria en el underground porteño representó para él sólo un aval simbólico, ya que recién obtuvo el reconocimiento de la prensa y del público en la última década del siglo pasado. Su realidad, no obstante, poco tenía que ver con el revival snob que adornó al tango en los ‘90. Su estilo había sido ganado por la austeridad, y estaba atrapado por una sensibilidad que no necesitaba actuar. De todos modos, puede decirse que Cardei fue víctima de la naturaleza paradojal de su personaje: no lo “descubrieron” los tangueros, sino la bohemia intelectual que frecuentaba el Foro Gandhi. El posterior paso por el distinguido Club del Vino afirmó su prestigio de cantor fino, prescindente de grandilocuencias gestuales y artilugios grotescos. Es natural que no haya triunfado antes, en los ‘60, cuando imperaba el tango macho de Julio Sosa.
Cada canción que cantaba era un flashback de su vida, de la que vivió y de la que soñó vivir, asumiendo que también la nostalgia ajena pertenecía a su álbum de viñetas porteñas. Entonces, no le era extraño el tango “Bajo Belgrano”, concebido por la dupla compositiva Aietta-Jiménez para un barrio plagado de studs y de burreros que le rezaban a su pingo, a través de la voz de Carlos Gardel: “No te me manques pa’l Nacional”. Pasó tanto tiempo desde entonces que una villa de emergencia suplantó a los studs y hoy, chalets y torres de lujo ocupan el lugar de la villa. Sin embargo, nada le impedía a Cardei aferrarse a aquel Bajo Belgrano, como si la inmutabilidad de una canción pudiese ponerle freno a la idea única del “progreso”. No se enojaba cuando le decían que se había quedado en el tiempo. Porque era así. Estaba enamorado (además de su esposa y de su hijo) de los universos reales y ficticios que se vio obligado a construir. Producto de la hemofilia, durante buena parte de su infancia no pudo caminar ni concurrir a la escuela. Tampoco podía, claro, jugar al fútbol, pero se entretenía relatando los partidos de potrero que jugaban sus amigos del barrio. Inventaba juegos que no podía jugar y luego, de grande, reinventó una Buenos Aires que se le escapaba de las manos.
Trabajó en el film La nube, de Pino Solanas, donde personificó al “Tío Lucas”, una suerte de alter ego del Luisito que repartía tristeza y ternura acompañado por el fuelle leal de Antonito Pisano. Y grabó cuatro discos: De madrugada, Tangos de ayer, Simplemente Luisito y el flamante ¿Qué te pasa Buenos Aires?, en el que agregó a su espíritu evocativo (“El carrerito” de Alberto Vacarezza, por ejemplo) y romántico (escuchar, sino, su emotiva versión del vals “Temblando”), un intento de rescate de tangos contestatarios, como “Acquaforte” (de Carlos Marambio Catán), aquel que dice “un viejo verde que gasta su dinero/emborrachando a Lulú con su champagne/hoy le negó el aumento a un pobre obrero/que le pidió un pedazo más de pan”. Su repertorio, no obstante, le esquivaba al resentimiento. Decía que los tangos de Discépolo no lo representaban: “Cómo podría cantar yo ‘cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás’, si nunca me pasó. Cada vez que voy a ver a un amigo me están esperando en la puerta”. Y no se equivocaba. Cardei era un muy buen cantor de tangos. Y, además, un gran tipo.

 

 

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