Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Dos críticas al Pequeño Machinea Ilustrado

El jueves último Página/12 publicó en exclusiva un recetario, preparado por Pablo Gerchunoff, jefe de asesores del Ministerio de Economía, para que funcionarios y diputados oficialistas tengan argumentos en defensa de lo que hace y deja de hacer José Luis Machinea. Aquí, dos respuestas.

t.gif (862 bytes)  El Pequeño Machinea Ilustrado, como llamó Página/12 al breviario con respuestas económicas elaborado por el economista Pablo Gerchunoff para responder a las críticas contra el plan, recibió los primeros cuestionamientos de parte del diputado díscolo Enrique Martínez y el economista de la Central de Trabajadores Argentinos Claudio Lozano.
Martínez y Lozano radiografiaron el paper de Gerchunoff, jefe de asesores de José Luis Machinea, y pusieron en duda la serie de preguntas y respuestas del documento para consumo de funcionarios y legisladores. En estas páginas puede leerse la serie de críticas. Y a continuación, refrescar algunos ejemplos de autopreguntas y autorrespuestas:
Por qué en lugar de bajar los sueldos no aumentaron las alícuotas de impuestos internos a los bienes consumidos por las clases altas: ya se hizo, y aumentos adicionales disminuirían la demanda de whisky o cognac.
Por qué no se restituyen los aportes patronales para las empresas privatizadas: la mejor opción es negociar rebajas de tarifas, para trasladar los beneficios de las negociaciones con las empresas a toda la sociedad.
Por qué sigue en pie la exención del impuesto a las ganancias a los empresarios que venden sus empresas: se pretende evitar el desincentivo al desarrollo del mercado de capitales.
Por qué un afiliado a una AFJP no puede volver al sistema de reparto: se recaudarían más aportes, pero al mismo tiempo se generaría la obligación de pagar beneficios en el futuro, cuando no se contaría con los recursos para afrontar los pagos.
Por qué no se creó un impuesto a las transferencias netas de divisas: significaría volver a tener varios tipos de cambio.
Por qué no renegociar la deuda externa como pide la Iglesia: aumentaría el riesgo país.
Por qué el Estado mantiene el subsidio a la empresa privada que se quedó con Yacimientos Carboníferos Fiscales: porque el subsidio está atado al mantenimiento de las condiciones de trabajo.
Por qué no se gravan los plazos fijos: sería un incentivo para que la gente lleve sus ahorros al exterior.
Por qué el Gobierno no es más enérgico para cobrarle el canon a las empresas de servicios públicos: es enérgico, solo que actúa ante la Justicia.
Por qué no aplicar un impuesto extraordinario a las empresas privatizadas: podría quedar afectada la seguridad jurídica; es mejor llegar a acuerdos voluntarios con las empresas para reducir tarifas y acelerar inversiones.

 

Por Claudio Lozano *
Un Manual de Zonceras Argentinas
El Lerú preparado por Economía para que los dirigentes de la Alianza puedan defender lo indefendible, pretende otorgarle racionalidad y argumentación económica al temor reverencial que estos funcionarios profesan hacia el poder económico. Para no mencionarlo, han decidido bautizar como mercado.
Aterrorizados por la hiperinflación del ‘89, han publicado un nuevo Manual de Zonceras Argentinas. Esconden que la misma concepción que hoy ellos profesan por temor (y que ayer fuera impuesta por la dictadura y el menemismo con convicción) ha dado lugar a un país con un balance negativo que en materia de divisas (dólares) ha impuesto al comportamiento económico de la cúpula empresarial más concentrada, sostenido y afirmado en las siguientes bases:
El sobreendeudamiento externo del sector público.
La permanente desigualdad en el reparto de los ingresos.
La desindustrialización (descenso en el valor agregado local sobre el valor bruto de producción).
La fuga del excedente, el desequilibrio fiscal, el bajo crecimiento de la inversión.
La incorrecta inserción internacional.
La profunda concentración de la propiedad con su secuela de rentas extraordinarias y su consecuencia en términos de recorte en la autonomía para decidir el rumbo de la economía.
Olvidan los funcionarios del Gobierno que su función no consiste en encontrar argumentos que legitimen este estado de cosas. Deberían aprovechar la legitimidad del nuevo gobierno y la maquinaria estatal para transparentar el comportamiento decididamente antidemocrático que exhiben a nivel económico los agentes más concentrados.
Los funcionarios sostienen, también, que no se pueden elevar los impuestos al consumo superior ya que esto fue hecho por la reforma impositiva anterior y un mayor aumento disminuiría la demanda.
Amén de que en este terreno la reforma fue suave, acotada y en algunos casos derogó imposiciones (joyas y piedras preciosas, por ejemplo), por lo cual bien podría pensarse en profundizarla, asombra que les preocupe la eventual disminución de la demanda en este caso. La teoría económica suele indicar que se trata de bienes cuya demanda no se modifica por el precio. A la vez, no observan la misma preocupación al reducir salarios estatales y quitarle al mercado interno (en la presente situación) 600 millones de pesos.
Señalan, además, que es imposible por las cláusulas de los contratos modificar la presión impositiva sobre las empresas privatizadas, cuando la experiencia indica que desde que fueron transferidas vivieron una permanente reducción de la carga tributaria expresada en disminución de aranceles, baja de aportes, eliminación del impuesto a los sellos, baja en ingresos brutos, etcétera, y que en todos los casos (la excepción es electricidad) ha habido aumento de tarifas. Por ende, tanto las ganancias extraordinarias como el propio cumplimiento de los contratos exigiría restituirles los aportes.
Decir que éste no es el rumbo correcto porque en realidad lo que hay que hacer es bajar las tarifas debiera formularse mostrando logros concretos en la materia. Hasta el momento, solo hay fracasos (trenes y subtes), los escasos logros han implicado nuevos subsidios (peajes) y la hipótesis sobre lo que ocurrirá en comunicaciones está por verse y se parece más a abrirle la puerta al capital norteamericano para forzar nuevas condiciones oligopólicas, que a una verdadera estrategia de beneficio a la usuarios.
El argumento de no eliminar las exenciones vigentes en el impuesto a las ganancias porque esto impide el desarrollo del mercado de capitales y desalienta la inversión de riesgo, constituye una paparruchada sin límites. Es constatable que la vigencia (casi eterna) de las exenciones noha dado lugar ni al desarrollo del mercado de capitales ni a la inversión de riesgo. Es conocido que en la Argentina la estructura del impuesto a la ganancias se caracteriza por gravar a las sociedades desalentando la formación de capital y la inversión, y por un gravamen sobre las personas físicas que al mantener una larga lista de exenciones (exclusión de dividendos, colocaciones financieras, operaciones con títulos letras, obligaciones negociables, ganancias de capital, herencia, enriquecimiento gratuito, compra-venta de acciones, bonos y títulos valores) recae dominantemente sobre el trabajo (salario) constituyendo un factor indisimulable de inequidad.
Asimismo, por las exenciones la elusión (evasión legal) se convierte en el componente principal de nuestra estructura impositiva. Así, Ganancias deja de recaudar aproximadamente $ 10.000 millones al año.
Decir que habilitar el retorno al sistema previsional público es un problema ya que se recaudarían aportes pero habría que abonar haberes en el futuro, es ignorar el funcionamiento del sistema público de reparto. En éste, se pagan los haberes actuales con los aportes actuales y los haberes futuros con los aportes futuros (ya que no es un sistema de capitalización). Asimismo, abrir la opción y elevar el haber previsional fortalecería el sistema público y obligaría al privado a mejorar su prestación.
Desacreditar la idea de inducir un balance equilibrado de divisas por parte de las empresas ya que desalentaría la inversión extranjera directa y nos sumiría en el retraso tecnológico y la ineficiencia del pasado, merece dos comentarios:
Uno respecto de la composición de la inversión extranjera. Ésta refleja problemas de orientación (se dirige a servicios o extracción de recursos naturales), ha estado asociada a la compra de activos ya existentes (privatizaciones y otros), en una elevada proporción no se ha efectivizado con aportes genuinos de capital sino por vía de la capitalización de títulos de deuda (31 por ciento) y el 66 por ciento de las utilidades son remitidas al exterior. Se consuma así un fenómeno donde el aporte neto termina siendo negativo y el desequilibrio en el balance de pagos se expande.
La idea de que estaríamos retornando al retraso tecnológico parece elogiar el reprimarizado rumbo productivo actual y elude la consideración de la sistemática destrucción de cadenas de producción (desindustrialización) que caracteriza al proceso económico local.
La reflexión acerca de los subsidios poniendo como ejemplo el caso de YCF en Río Turbio (justificado por razones sociales y geopolíticas) resulta poco seria ya que la verdadera discusión respecto de éstos debería considerar los casos de la promoción industrial, los ferrocarriles, los peajes, los canales fluviales privatizados y el ya señalado déficit previsional.
El Lerú oficial busca justificación en un subsidio de $ 23 millones cuando el debate debería considerar los cerca de $ 9.000 millones que totalizan lo hasta aquí mencionado.
La preocupación por la salida de ahorro al exterior ante un gravamen a los plazos fijos parece olvidar que el paraíso fiscal de la Argentina de los últimos años no pudo evitar que los activos financieros de residentes locales en el exterior saltaran, entre 1993 y la actualidad, de $ 53.000 millones a más de $ 100.000 millones.
Por último, resulta particularmente sesgada la reflexión de apego a las normas jurídicas y de no inducir medidas autoritarias para cobrar los cánones que deben Macri o Eurnekian. Básicamente, porque este celo por la democracia y los derechos adquiridos parece no observarse cuando se trata de rescindir contratos laborales en el Estado o rebajar los salarios de los trabajadores.

* Director del Instituto de Estudios y Formación de la CTA.

 

 
Por Enrique M. Martinez *
Hay otros caminos, muchos y serios
Página/12 me pide opinión sobre los argumentos volcados al “pequeño Machinea ilustrado”, como bautizó el diario a la lista de explicaciones sugeridas por un asesor del ministro para rechazar las alternativas al ajuste salarial al sector público, que como se esperaba ya se está extendiendo al sector privado. Más que revisar medida por medida, parece valioso resumir las ideas fuerza que están detrás del rechazo. Son cuatro, que llevan luego a la conclusión de que no hay más que un camino, el elegido por el Poder Ejecutivo.
Primero: toda nueva carga impositiva sobre el capital concentrado desincentiva la inversión.
Por eso se rechaza gravar las ganancias de capital que se producen cuando se venden empresas a aplicar una tasa extra a las ganancias extraordinarias.
Si hoy un ganadero quiere repoblar su árido campo patagónico con ovejas, el mayor stock de ovejas paga impuesto a las ganancias. Si se cansa y vende el campo, el ingreso que obtiene no paga ese impuesto. No solo parece absurdo. Es absurdo. El que deja de producir tiene beneficios. Es el sistema actual el que desincentiva la inversión.
Una extensión de aquella idea es el rechazo a aumentar los impuestos sobre artículos suntuarios sosteniendo que ya se aumentaron en enero y que ahora sería una carga excesiva, caería la demanda y el empleo en los sectores productores de esos bienes. Muy curioso argumento para justificar la decisión de bajar los sueldos. ¿No es esta reducción la que generará caída del consumo y por ende del empleo?
Segundo: Toda modificación impositiva a las empresas de servicios privatizadas u otros grandes grupos atenta contra la seguridad jurídica.
Por eso se rechaza recuperar el nivel de aportes patronales de 1991, en las empresas de servicios, que no significaron rebajas de tarifas. Los bancos tampoco bajaron sus tasas de interés ni las administradoras de fondos de pensión –que nacieron después– han reducido un peso de comisiones. No hay argumento ético o jurídico para que estos sectores no puedan pagar aportes patronales mayores que los productores de bienes industriales.
Tercero: La evasión se combatirá, pero para hacerlo con eficiencia hay que modificar leyes. Si el Congreso no actúa, el avance es lento.
Por eso no se considera posible achicar el déficit fiscal con rápidas reducciones en la evasión en Aduana, en el pago de IVA o en las contribuciones patronales.
Es rotundamente falso. Un solo ejemplo: el código aduanero vigente permite poner preso no solo al contrabandista tradicional, sino también al que subfactura. Solo hay que querer hacerlo.
Cuarto: El crecimiento será un suceso automático luego de cerrar la brecha fiscal. Por eso esto es urgente, como sea.
Esa secuencia automática, donde generaríamos confianza externa y ahí nomás crecemos, hace que ninguna medida busque directamente el crecimiento. Por eso se rechaza el valioso proyecto de impuesto al déficit privado de divisas, que empujaría especialmente a las corporaciones multinacionales con filiales en el país a aumentar sus exportaciones, desarrollar proveedores locales, acelerar sus inversiones o reducir el giro de utilidades, para poder tomar ventaja de sus competidores que no lo hagan o para tener divisas más baratas.
O se rechaza aumentar los aranceles extra-Mercosur para los bienes de consumo, medida reclamada por todos los sectores productivos argentinos. O ni siquiera se advierte que las inversiones externas representan solo el 10/15 por ciento de lo invertido en el país año a año. El resto lo aportamos los argentinos. El crecimiento depende de apoyar a los de adentro, más que de andar cazando mariposas por el mundo. Conclusión: Gravar con cualquier impuesto al que tiene poder no se puede; pedir de vuelta el regalo de la rebaja de aportes patronales no se puede; controlar rápido la evasión no se puede; generar ingresos fiscales por el crecimiento no se puede. Solo se puede meter la mano en el bolsillo a los que dependen de uno.
Si es injusto, mala suerte, porque no había alternativa. Si cae el consumo, ya volverá, porque habrá un shock inversor externo. Si no trabajan, porque desaparece todo incentivo, no importa, porque manejamos todo entre los ministros y unos pocos asesores.
Pero si había otros caminos, todo este sofisma se evapora. Justamente: hay otros caminos. Muchos, serios, fáciles y solventes. Para creer en ellos, sin embargo, hace falta una condición: tener auténtico miedo al fracaso. Saber que detrás de cada error de un funcionario hay ilusiones que se defraudan y estómagos que trabajan de cuando en cuando. Entender que un mal resultado será culpa de quien decide y que no bastará con escribir algunos libros dentro de unos años explicando cuáles fueron los condicionantes externos que no se cumplieron, crear una cátedra para estudiar el fenómeno y buscar otro político al cual asesorar para volver a la carga. No hay funcionario más peligroso que el que actúa con ánimo deportivo y disfruta de las frases chispeantes. Quien escribió el “pequeño Machinea ilustrado” está en esta categoría.

* Diputado nacional Frepaso-Alianza.

 

PRINCIPAL