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OPINION

 

Dos emblemáticos por año

Por James Neilson

Lejos de ser motivo de festejos, el que a raíz de más de medio año de actividad hercúlea la fuerza de tareas jurídica de la coalición gobernante finalmente haya logrado que se detenga al “paradigma de la corrupción en la Argentina” no puede sino ocasionar profunda preocupación. Si tanto le costara atrapar a Alderete, ¿cuántos años necesitará para investigar en serio a todos los demás sospechosos de haberse enriquecido gracias a su manejo del dinero ajeno? Al ritmo actual, varios miles. Después de todo, Víctor Alderete nunca fue lo que uno llamaría un tipo escurridizo que supiera robar centenares de millones de pesos/dólares sin atraer la atención. A pesar de saber que una vez terminada la gestión de Menem no tendría ni fueros ni el apoyo del PJ o de la UCR, Alderete se ufanó de ser el emblemático más famoso. Para colmo, gerenciaba una entidad que virtualmente todos consideraban una “caja”, o sea, un organismo que usan “los dirigentes” para robar a la gente más vulnerable del país, sin que a nadie se le ocurriera ponerlo fuera del alcance de los políticos. Es lógico, pues, plantear la pregunta: ¿Estaría entre rejas si hubiera tomado la precaución de operar de forma menos provocativa y de proclamarse peronista a inicios de su carrera? Mal que le pese al Gobierno, ni siquiera los muchos que están celebrando la humillación de un individuo insoportable lo creerán.
La “lucha contra la corrupción” se parece menos a un intento de terminar con el saqueo sistemático que a un esfuerzo por echar lastre para que la clase política en su conjunto no se hunda. Cada tanto, la tripulación tira por la borda al emblemático de turno con la esperanza de que el pasaje los aplauda por su compromiso con la honestidad. Casi siempre los elegidos parecen deber su destino más a las vicisitudes de la política que a sus fechorías. Eduardo Angeloz se vio repentinamente en apuros cuando ya había perdido el poder en su feudo cordobés después de haber figurado durante muchos años como un hombre público ejemplar. ¿Será distinto en adelante? A juzgar por la lentitud poco majestuosa con la cual se mueve la ley, habría que ser muy optimista para confiar en que mucho cambie en los próximos años, lo cual no importaría demasiado de ser la Argentina un país en el que la corrupción fuera una anomalía producto de la conducta de un puñado de inadaptados, no, como es el caso, uno en el cual está tan institucionalizada que hasta un individuo como Alderete puede mofarse de la ciudadanía y su eventual detención es tomada por un hito histórico.

 

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