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En el oscuro fondo del dique La Quebrada, cerca de la ciudad cordobesa de Río Ceballos, dos turistas de 23 y 32 años, y una chica de 13 todos buzos aficionados de diferentes partidos del Gran Buenos Aires, murieron durante una clase de instrucción, a más de 30 metros de profundidad. El instructor del grupo, José Luis Scheffer, se dio cuenta a los pocos minutos del descenso de sus alumnos que algo estaba fallando y bajó a buscarlos. Alcanzó a rescatar con vida a Claudio Palma, el padre de la adolescente. Cuando fue por los demás, ya era tarde. Subió con José Manuel Mato, de 32, pero los intentos de reanimación de un equipo médico fueron vanos. Según las autopsias, igual que las otras dos víctimas, Mato murió de asfixia por inmersión. Scheffer quedó detenido, acusado de triple homicidio culposo. Una de las hipótesis que manejan los investigadores es que uno de los aprendices se desesperó, con lo que el movimiento del barro del fondo oscureció el agua y en su pelea por sobrevivir le quitó a los otros las boquillas de respiración o las máscaras. Javier Guillermo Carcedo, de 23 años, fue uno de los tantos argentinos que el último verano se fue a las costas de Brasil. Fue allí donde, junto a quienes este fin de semana largo lo acompañaron también a Córdoba, se hizo fanático del buceo, ese deporte que suele aprenderse durante las vacaciones. Estas personas habían aprendido con un curso acelerado de siete días, pero eso fue en aguas abiertas y claras, algo que no tiene nada que ver con la experiencia a la que evidentemente tuvieron que enfrentarse en La Quebrada, le dijo ayer a Página/12 una fuente de la Policía cordobesa sobre la tragedia ocurrida el domingo. Carcedo fue la única víctima que no pudo ser encontrada ese mismo día. Su cuerpo, ubicado de espaldas, al fondo del dique, apareció casi pegado al paredón de contención del dique, a unos 30 metros de profundidad. Tenía puesto el cinturón con lastre que ayuda a los buzos a hundirse y no había accionado la válvula que permite inflar el chaleco compensador, con el que se puede salir a flote. Como Micaela Soledad Palma la adolescente que viajó desde San Vicente con su padre y José Mato, de Banfield, Carcedo tampoco tenía puesta la boquilla que hace llegar el oxígeno desde los tanques. La autopsias, según fuentes policiales, indican que por lo menos la chica y Mato, cuyos cadáveres fueron recuperados casi al momento del accidente, fallecieron de asfixia por inmersión, casi al mismo tiempo, con pocos segundos de diferencia entre uno y otro. Los peritos del Grupo Especial de Salvamento (GES) de la Policía de Córdoba que intervinieron en la búsqueda y en el rescate de los cuerpos sostienen que es imposible saber ahora cómo fue exactamente que murieron, porque el accidente que sufrieron es muy poco común, casi no registramos casos como éste. Pero resulta claro que el factor más importante entre los que se sumaron para esta tragedia es la poca experiencia de los buzos. Las tres víctimas habían aprovechado el fin de semana largo para sumar experiencia en el deporte y ya habían buceado el sábado por la tarde y durante la noche en la laguna Azul, en La Calera. Lo que no se explican los investigadores y los buzos que conocen el dique La Quebrada es por qué motivo el instructor Scheffer, de la empresa rosarina Universal Diver, los llevó a practicar a uno de los sitios más peligrosos de la decena de lugares de buceo que hay en Córdoba. Para poder bucear en un lugar así tendrían que haber sido buzos de tercera o por lo menos segunda estrella, le dijo a Página/12 el comisario Rubén García, del GES de Villa Carlos Paz, cuyo equipo fue el que encontró ayer el cuerpo de Carcedo. Las escalas del buceo deportivo indican que quien sólo llega a la primera estrella como en el caso de las víctimas, puede bajar no más allá de los 12 metros. Si tiene la segunda, hasta 30 metros y con la tercera a mayor profundidad. En La Quebrada, la profundidad promedio es de 30 metros, pero el fondo tiene depresiones, pozos negros que llegan a los 35. Otra de las hipótesis que evaluaban los investigadores ayer era que los buzos habían sufrido un shock térmico debido a la baja temperatura de lasaguas en el lugar. Aun en verano, a esa profundidad son muy heladas, explicó García. Eso mismo le habría advertido al grupo el guardafaunas de la zona del dique, que está dentro de una reserva natural. Sin embargo, Micaela y su padre, Mato y Carcedo siguieron a Scheffer cuando se sumergió en primer lugar junto a Marcelo Engelland, de 44 años, en la zona cercana al paredón, donde el fondo, al moverse los sedimentos, convierte al dique en un agujero negro. Scheffer y Engelland salieron casi enseguida. A Scheffer lo escucharon decir: Algo anda mal, y lo vieron regresar al fondo por los demás. Pero era un solo hombre para salvar a cuatro.
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