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Por Pablo Plotkin Desde Iguazú, Misiones Los altoparlantes del parque de diversiones pobre de Puerto Iguazú anuncian la oferta a las calles vacías: 50 centavos los juegos. La mañana es pura lluvia, y a seis cuadras de la avenida principal Tres Fronteras, los pibes descalzos amanecen acurrucados entre las piedras del arroyo Tacuara. A 20 kilómetros de ahí, el ballet estable del Teatro Colón ensaya una clase abierta frente a más de 400 personas que abarrotan un salón del Hotel Sheraton, separado de las cataratas por unas pocas cuadras de bosque. Había otros planes para el primer episodio del programa Turismo Cultural: presentar el ballet en un escenario montado al aire libre, con la selva y las cataratas de fondo. Pero una lluvia tropical suspendió las funciones previstas para el sábado y el domingo, así que finalmente los organizadores las secretarías de Turismo y de Cultura y Comunicación de la Nación decidieron concretar el espectáculo bajo techo. Una pareja de franceses espera la actuación en el bar del hotel, donde todas las noches un dúo toca un concierto de arpa y guitarra. Uno es rubio y viste una remera estilo ciclista; el otro, morocho y de gafas azules, toma del pico de una botellita de cerveza importada, contemplando por la ventana la nube de vapor y rocío que crece desde las cataratas. La aparición del ballet en medio de su retiro bucólico les resulta surrealista. ¿Suelen hacer estas cosas en Argentina?, pregunta el rubio. La realidad es distinta en la plaza San Martín, en el centro de la ciudad. Un grupo de desocupados locales monta campamento para reclamarle trabajo a la Intendencia. Se las arreglaron para conseguir una computadora (y así sacar en imprenta sus pedidos y generar una bolsa de trabajo independiente), un viejo radiograbador y un puñado de discos de oferta de Elvis Presley, folklore misionero y samba brasilera. Ya se inscribieron unos 700 trabajadores desempleados. Jefes de familia (cuyas edades varían entre los 16 y 60 años) que viven en los barrios periféricos, en ranchos levantados entre la foresta que crece como espuma en las afueras de Iguazú. Basta acercarse ahí para ver unos 300 chicos comiendo de los basurales, asegura Almada, uno de los voceros del grupo. O a las chicas de doce años prostituyéndose por cuatro pesos. Hugo Vásquez, el más activo de los manifestantes, habla del corredor turístico que montó la Intendencia de Puerto Iguazú para que los visitantes no se toparan con ellos. Lo que reclamamos es trabajo. Los brasileros cruzan la frontera, arreglan con la policía y se quedan con las pocas changas que pueden hacerse acá, dice. Los franceses del Sheraton el de camiseta de ciclista y el de gafas azules todavía no visitaron el pueblo. Pero planean hacerlo.
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