Por Hilda Cabrera
Como si fueran niñas temerosas de la noche, un grupo de mujeres insomnes ingresa a escena llevando sus sábanas en busca de un lugar seguro. Las une un confuso miedo al desvelo y a las fantasmagorías que puedan surgir de las sombras. Las sábanas, extendidas o enroscadas a manera de gruesas cuerdas entre las manos, se convierten así en soporte visible de una turbulencia interior cruzada por amores y deseos contrariados. Estas escenas, protagonizadas sin recurrir a los títeres, son parte del imaginario que despliega la directora Adelaida Mangani en esta singular versión de Gaspar de la Nuit, poema en prosa de Aloysius Bertrand (Louis Jacques Napoleon Bertrand), publicado póstumamente en 1842 e inspirador de la célebre suite para piano de Maurice Ravel. Considerado, junto a Maurice de Guérin, el auténtico creador de la prosa poética en Francia, Bertrand vivió durante sus últimos años pobre y enfermo en París, donde murió de tuberculosis en 1841, a los 34 años.
El dinamismo que Mangani le imprime a su trabajo surge de una acertada combinación entre la actuación a cara descubierta, la manipulación de las marionetas, el uso de máscaras y de una escrupulosa vivisección de algunos mitos y fabulaciones que, insertos en la noche, adquieren tonos apocalípticos. La fantasía de la directora abre caminos en la poética de Bertrand, básicamente a través de un humor directo, característico del teatro de títeres (la escena de �La serenata�, por ejemplo), y de esas mujeres insomnes, comprometidas todas con el amor, siempre condenadamente complejo. Amores que las desconciertan y las impulsan a vagabundear entre sueños, atacadas de melancolía y sensibles a la muerte y el deseo, como ése que trastorna a la bella Ondina (ninfa nacida de una extensión de agua) por el joven próximo a morir en el patíbulo.
Adecuando forma y contenido, Mangani construye �en colaboración con Mauricio Kartun, dramaturgista de este espectáculo� un marco capaz de contener historias llenas de �escondrijos de sombra y de brotes coloridos�, como escribió el ensayista francés V.L. Saulnier acerca de la prosa poética de Bertrand. En su puesta, el palacio y el patíbulo son elementos omnipresentes, al igual que el demonio Scarbó (un destacable trabajo de Carlos Almeida), quien, además de cumplir con su rol específico, funciona como enlace de los varios cuadros que componen esta pieza: �El fraile�, �La góndola�, �Las andaluzas� y �La serenata�, entre otros fragmentos cómico-dramáticos.
A tono con los claroscuros característicos de los textos de Bertrand, la versión que se ofrece en la pequeña sala Cunill Cabanellas alterna sombra y color, de modo semejante a una creación pictórica. La mayor o menorintensidad de la luz es en todo caso la medida del tiempo y también de las emociones que atraviesan a las insomnes. Para ellas la amenaza crece en la sombra y se disgrega con el canto del gallo. El alba las hace vibrar de manera diferente: sonríen, acaso dudando ser las mismas de la pasada noche, o ser �un títere que atraviesa la vida y se quiebra en la muerte�, como sugiere la voz en off que se pregunta sobre qué cosa es el ser humano.
Dedicado a presentar espectáculos para niños y adultos, el Grupo de Titiriteros (fundado en 1977 por el fallecido Ariel Bufano) agrega con Gaspar... un nuevo título para los mayores. Aunque exacta en el ordenamiento de aquello que se supone inmaterial, la puesta no alcanza en este punto un nivel de encantamiento pleno. De todas formas, ésta es una obra que se ve con placer. Es fantasiosa y refinada, cualidades presentes en las actuaciones, en los artesanales muñecos diseñados por Maydée Arigós (también a cargo del vestuario y de la escenografía), en el juego de luces creado por Gonzalo Córdova y en la atmosférica musicalización de Mangani.
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