Por Diego Fischerman
Uno de los temas más hermosos de la música popular de tradición latinoamericana nació de una casualidad. O de una desgracia. El tema se llama �El mercado de Testaccio�, alguna vez fue la cortina del programa de Eduardo Aliverti y quizá no hubiera sido compuesto si Inti Illimani no hubiera estado donde estaba el 11 de septiembre de 1973. Y si no hubieran tenido que quedarse allí. Estaban tocando en Roma, donde se enteraron del golpe en Chile y del asesinato de Allende. La gira se convirtió en un exilio de 17 años. Pero el grupo que había sido uno de los exponentes más dignos y con mayor seriedad musical de la moda de la música andina en los años �70, en lugar de vivir de las glorias pasadas, de imitarse a sí mismos y de cultivar la nostalgia como único rito, se dedicó a investigar; a buscar en nuevos lenguajes y en encuentros con otros músicos como los guitarristas John Williams (uno de los mejores instrumentistas clásicos del mundo) y Paco Peña. Inti Illimani se las arregló para sobrevivir a la moda y, al mismo tiempo, para anticipar lo que mucho después, cuando ya no se hablara de proyección folklórica ni de canto popular latinoamericano, empezaría a llamarse �world music�.
El grupo chileno tiene hoy 32 años de edad. Este viernes y sábado se presentará en La Trastienda y, además, el sello Warner acaba de sacar a la venta una deslumbrante antología de cuatro CDs que se venden por separado y que recorren su riquísima historia. De lo que se trata, escuchados más allá de las viejas barricadas y del valor simbólico que tiene su música para muchos de sus oyentes, es de descubrir que detrás de uno de los símbolos de una época se oculta un grupo musical de gran profundidad, de originalidad notable y dueño de un trabajo tímbrico de sutileza asombrosa. No es necesario ser un fanático de la música andina en particular ni del folklore en general para disfrutar con las texturas logradas por la yuxtaposición de charangos y dulcimer, o de piccolo y quena, con el contrapunto preciso de sus voces o con la lección de instrumentación que despliegan al cambiar la configuración del grupo casi tema por tema.
Esta antología, en la que curiosamente los cuatro discos se llaman igual (Inti Illimani), delata que originariamente debía venir en alguna cajita. La cuestión, que no quita méritos a lo musical, dificulta bastante la compra de alguno de ellos. Podría imaginarse, por ejemplo, a un vendedor preguntando �Cuál quiere, Inti Illimani o Inti Illimani� y al hipotético comprador contestando: �No sé, puede ser uno de esos dos o también Inti Illimani, aunque a mí me dijeron que el mejor es Inti Illimani�. Más allá de esta torpeza en la edición local, el material, que arranca en 1973, la época en que Marcelo Coulón reemplazó a José Miguel Camus, cubre todas las facetas expresivas del grupo e incluye muchas de las excelentes versiones con John Williams. El último disco que cubre la colección es �Amar de nuevo�, un homenaje al repertorio americano más popular que transita valses, rancheras, cuecas y cumbias. En el medio están las piezas instrumentales que componían Palimpsesto, alguna canción sobre Guillén (�Sensemayá, canto para matar a una culebra� o �Un son para Portinari�), la presencia de Violeta Parra en �Rin del angelito�, �Lo que más quiero� y �Run Run se fue pa�l Norte�, la de Víctor Jara en �El arado� y, también, la época más ligada a la militancia (�El pueblo unido jamás será vencido�) y, también, una versión magnífica de �Juanito Laguna�. Cuatro CDs que dibujan, en todo caso, una trayectoria tan coherente como bella.
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