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el Kiosco de Página/12

Los huevos de chocolate
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn

Sería muy simpático hoy dedicarnos al fútbol europeo. Explicar la depresión inmensa que domina a dirigentes, entrenadores, jugadores y principalmente al público alemán después de que su seleccionado fuera eliminado del certamen de Europa. Salió último en su grupo y perdió nada menos que 3 a 0 con los portugueses que, para enfrentarlos, dispusieron de sus suplentes. Aquí ya nadie quiere mirar fútbol; al caminar por las calles de esta ciudad veo que las ventanas �pese al clima primaveral� están absolutamente clausuradas y desde el interior se oyen los sones del Ocaso de los Dioses. 
O una de las aristas del sistema que es la inmigración ilegal desde el tercer mundo cuya horrible fachada la acaba de dar Dover, con sus 58 ilegales muertos por asfixia: pagaron por trabajar y ni siquiera recibieron el oxígeno para respirar que nos pertenece a todos, pobres y ricos.
No, entre la liviana ironía de la comedia futbolera y el inmenso dolor de pensar en las gargantas de los encerrados en las sentinas del primer mundo con toda su gama de horror y delincuencia explotadora, se ha colado por Internet un tema que �al igual que lo expresé hace dos semanas� debería tocar el sentimiento ético de cada argentino. Me refiero nuevamente el tema de La Tablada. Es increíble: juntar las informaciones que llegan y comprobar que todos dicen preocuparse, pero al mismo tiempo se tiran la papa caliente del tema unos a otros y nadie se hace cargo de su responsabilidad. El ministro de Justicia, Gil Lavedra, se la tira a la Secretaría de Derechos Humanos; ésta se la revolea el procurador general de la Nación; éste a su vez se la devuelve; el ministro Gil Lavedra les da la responsabilidad a los abogados defensores de los presos (en ese sentido el joven abogado Rodolfo Yanzón que, en vez de dedicarse a defender a personajes como Alderete o Moneta, da todas sus energías en defender a los presos políticos, le respondió a Gil Lavedra: �El ministro intenta volcar la responsabilidad del Estado en los abogados defensores�); por su parte el bloque peronista de pronto se hace principista (sí, parece mentira, ni la imaginación más portentosa pudiera imaginarse una cosa así) y el senador Eduardo Menem, nada menos, expresó con voz engolada �en principio a mí no me gusta que por una ley y por este procedimiento se pueda dejar sin efecto una condena�, quién te ha visto y quién te ve; el Chacho se refugia en la discusión sobre la caja chica del Senado; la secretaria de Derechos Humanos, Diana Conti, dice que el ministro del Interior, Storani, �busca un camino�, pero éste se hace el sordo y mira para otro lado; el presidente De la Rúa no oye ni ve ni responde y sigue con su mente con Tutankhamon y las pirámides de Egipto.
Pero también el Ejército entra en el panorama. Asoma por boca del jefe máximo, general Brinzoni, como advirtiendo. En la década del sesenta, declaraciones de generales así se tomaban como base para el título obligado de tapa de los diarios: �Hay inquietud en las fuerzas armadas�. El general Brinzoni dijo que �no le agradaba una eventual liberación de los presos de La Tablada� y los trató de �delincuentes�.
Esto se llama lisa y llanamente tratar de influir en un problema que tiene que resolver exclusivamente la Justicia, el Poder Ejecutivo o el Poder Legislativo. En una democracia, que se precie de tal, las declaraciones de Brinzoni son una intromisión inadmisible. En Alemania acaba de ocurrir un hecho que dice bien a las claras la diferencia que se hacen en diversos países acerca de la intromisión del Ejército: el jefe de la Bundeswehr, del ejército alemán, hizo tímidas apreciaciones acerca del plan del ministro de Defensa sobre una drástica reducción de gastos y detropa. Al día siguiente, tuvo que tomar la gorra e irse para siempre. Y eso, claro, que dentro de todo era un asunto que hacía a la estructura que él estaba comandando.
El último 25 de mayo, en una fiesta militar, el general Brinzoni se hizo acompañar en el palco oficial �en el que estaba también el ministro radical López Murphy que, como es su costumbre, no vio nada, no oyó nada, ni tampoco le informaron, a pesar de que salió en todos los diarios� por dos de los asesinos más conspicuos de la dictadura de la desaparición de personas; nada menos que el ex ministro del Interior general Albano Harguindeguy y el represor de Rosario general Ramón Genaro Díaz Bessone. No vamos a calificar a quien se rodea de esos delincuentes y se muestra obscenamente en su compañía. Ya que el general Brinzoni es tan puntilloso y tira al canasto de los papeles nada menos que la resolución de la OEA sobre los presos políticos de La Tablada, debería sí hacer una investigación a fondo �y ahí sí que le corresponde� sobre los crímenes cometidos por los militares y por civiles de los servicios de informaciones durante la represión de esa incursión. Ahí sí que podría demostrar toda su vocación democrática y sentido de la justicia yendo hasta las últimas consecuencias: el fusilamiento de prisioneros, la desaparición de un par de ellos que mostró la televisión vivos, las torturas propinadas contra la gente ya desarmada. No necesita el general Brinzoni otra cosa que pedir la trasmisión de los canales de aquel tiempo para desenmascarar, por ejemplo, a tantos civiles armados que aparecieron de pronto como los salvadores de la Patria y que no eran sino los mismos que actuaron como cuerpos paralelos de la �mano de obra� siempre ocupada y presente de los servicios de las tres fuerzas y de la SIDE. Además, el general Brinzoni puede ordenar una investigación interna de dónde salieron las balas que mataron a conscriptos e incursores y que, parece increíble, la Justicia actuante dejó de lado. Total, toda la culpa se les echó a los muertos y a los prisioneros, porque a ellos, quién los iba a escuchar. Ya que al general Brinzoni le preocupan tanto los delincuentes, debería investigar sus propias filas para no pasar la vergüenza de que todos los años el Senado tenga que bajar de la lista de ascensos a un par de criminales desaparecedores. Ahí sí que está la misión del general Brinzoni, y su mejor forma de apoyar a la democracia. Claro, primero tendría él mismo que declarar qué hizo durante la dictadura desaparecedora, donde al parecer, tampoco vio nada, no oyó nada ni le contaron nada. 
No, aquí no se trata de llamar delincuentes o de aplicar, como ha ordenado ahora la Cámara Federal de San Martín por iniciativa del ministro Gil Lavedra, el humillante procedimiento de la alimentación artificial de los detenidos. Ni tampoco vale el argumento de que los presos, con su huelga de hambre, querían presionar un indulto. La resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ya hace tres años que fue presentada. Este gobierno dice que el gobierno pasado no hizo nada. Ese es un argumento típico de Poncio Pilatos. Como es denigrante la eterna contestación de la secretaria de Derechos Humanos, Diana Conti, de que la resolución de la CIDH no es de cumplimiento obligatorio. Hay que responder con argumentos jurídicos y no con un subterfugio que denigra cualquier tradición del Derecho. Lo absolutamente penoso es que por más que se laven las manos, éstas aparecerán más sucias, ahora más con esto, la alimentación por la fuerza de los detenidos, en vez de argumentos democráticos.
Toda esta línea de indecisión y flaquezas y oportunismos comienza con el Felices Pascuas del balcón de la Rosada ante el levantamiento carapintada. El pueblo abandonó la plaza. Cobardes y avergonzados nos comimos los huevos de chocolate encerrados en nuestras casas. Dejamos de ser protagonistas.

REP

 

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