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Al bebé de Rosemary le llegó por
fin el momento de la resurrección

La nueva edición en video del clásico de Roman Polanski permite encontrarse con la versión completa, sin cortes ni censura.

�El bebé...�, una obra maestra entre los films de terror.
Hasta ahora, en Argentina se conocía una versión censurada.


Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) Aunque hoy sólo los muy memoriosos lo recuerden, hubo una época en la que difícilmente podía verse, en cines argentinos, un pecho desnudo. Al contrario de lo que suele creerse, la práctica de cortar las películas no comenzó con la última dictadura militar. Ni siquiera un par de años antes, cuando el famoso e infame Miguel Paulino Tato inició su cruzada depuradora. Cortar fue, durante décadas, no la excepción sino la regla en Argentina y nunca nadie se privó de hacerlo por consideraciones artísticas. Se cortaba tanto cualquier subproducto soft porno como una de Bertolucci, Bergman, Visconti o quien fuera. Llegó un punto en el que ya ni siquiera fue posible computar qué películas se estrenaban con cortes y dónde estaban esos cortes. Es así como puede ocurrir que, aun hoy, cualquier espectador desprevenido ponga un video en la casetera y descubra, retrospectivamente, que a aquella película que vio en el cine en el momento del estreno le faltaba un planito aquí, otro más allá, tal vez escenas o secuencias completas, por qué no. 
Es lo que ocurre con un superclásico del porte de El bebé de Rosemary, como bien avisa, en su número de junio, la revista de cine El Amante. Cosa curiosa tratándose de una producción Paramount, no fue una editora major sino la independiente RKV la que, después de tantos años, acaba de sacar a la calle una edición del clásico de Polanski, de la que hasta el momento no circulaba una edición legal en video. No hay más que alquilarla, colocarla en la reproductora y, oh sorpresa, allí están esos planos que le habían robado, desde el estreno hasta ahora, al espectador argentino. Ninguno de ellos dura más de unos pocos segundos, pero la mayoría se concentra justo en el momento culminante de la película: la secuencia de la fecundación, nada menos. Antes de esa secuencia, pueden percibirse ya unos fotogramas que antes no estaban y que restituyen el pecho izquierdo de Mia Farrow, con la protagonista de espaldas a cámara. 
Los cortes restantes se practicaron todos durante la célebre secuencia de la inseminación y la razón es la misma que en el caso anterior: la desnudez de la Farrow. Claro que junto con los pechos de Rosemary, los censores se cargaron un par de cositas algo más esenciales para la trama: ciertos signos satánicos que los miembros de la secta le pintan, con sangre, sobre su tórax y una pezuña peluda, de carnero o demonio, apoyándose sobre ella. De allí que, a la mañana siguiente, la protagonista descubra, en su espalda, rasguños profundos. Una escena que, en su momento, quedaba bastante descolgada y recién ahora hila fluidamente con la anterior. Por lo demás, la revisión de El bebé de Rosemary confirma que se trata, sí, de una obra maestra, tal como siempre se la consideró. 
Vista desde hoy, cuando el cine de terror parece reducirse a extenuantes cabalgatas de ineficaces efectismos, El bebé de Rosemary, que Polanksi filmó en 1968, impresiona por su perfecto balance entre lo que se muestra y lo que no, su consumado tratamiento del fuera de campo, su confianza en el relato antes que en el impacto. Apoyado en un guión tan sólido como dosificado (que él mismo escribió, a partir de una novela de Ira Levin), Polanski construye la posible inminencia del demonio exclusivamente a partir de pequeños indicios: una puerta vedada, un par de conversaciones misteriosas y apenas atisbadas, unos vecinos sospechables, una sustancia de feo olor, unos cánticos raros en el departamento de al lado, unos libros, un anagrama revelador. La otra gran columna sobre la que está sostenido el film es el notable y sutilísimo trabajo sobre el punto de vista, que hace que cada posible indicio satánico admita verse, a la vez, como mero síntoma paranoico por parte de la protagonista. 
Así, lo que narra El bebé de Rosemary puede ser tanto la llegada del hijo del demonio como el producto de una obstinada alucinación. Esa coexistencia de sentidos posibles es lo que dota a la película de un poder de sugestión absolutamente único, y la sigue convirtiendo en modelo perfecto para el cine de terror. Lamentablemente, y con escasísimas excepciones (Sexto sentido podría ser una; El proyecto Blair Witch, otra), hoy en día el género es demasiado tonto, demasiado burro, como para aprender nada.

 

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