Por Washington Uranga
La Ley de Salud Reproductiva fue aprobada esta semana en la Legislatura porteña, con objeciones por parte de algunos sectores de la Iglesia Católica pero sin que la institución eclesiástica haya jugado todo el peso de su prestigio y de su fuerza institucional para impedir que los impulsores de la norma alcanzaran su objetivo. La única voz episcopal que se pronunció directamente fue la del arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, una de las figuras que encarna el perfil más conservador de la jerarquía. El arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, prefirió el estilo más calmo y sobrio de un comunicado de prensa para difundir sus puntos de vista críticos sobre el proyecto de ley y solicitar, antes de la aprobación, que no se admitan �aquellos métodos en los que cabe la duda de efectos abortivos o se tenga certeza de los mismos�. No hubo declaraciones directas de Bergoglio sobre el punto y la llamada �marcha por la vida� que manifestó frente a la Legislatura estuvo integrada por miembros de organizaciones que no tienen gran representatividad social ni eclesial y que no contaron tampoco con todo el apoyo institucional que ellos mismos hubieran deseado.
Aguer, el mismo obispo que siendo auxiliar de Buenos Aires encabezó acciones públicas y celebró una misa para unirse a quienes rechazaban la aprobación del Código de Convivencia porteño, fue el único que utilizó toda la artillería de los argumentos para decir que �la promoción abierta o encubierta del aborto, la educación sexual reducida a información parcial y al reparto de anticonceptivos (...) se dirigen, aunque no lo adviertan sus autores, a cumplir los designios de una especie de colonialismo biológico�. Para Aguer todas estas posturas �ocultan un hecho patético: los representantes del pensamiento progresista adoptan las pautas del capitalismo salvaje�, lo que implica para el obispo una versión del �ajuste aplicado a la vida�.
Pero Aguer quedó en soledad con este discurso radicalizado. No hubo otras opiniones episcopales y la postura de Bergoglio pidiendo que no se admitan métodos de control natal supuestamente abortivos, defendiendo la �patria potestad� y respetar la �objeción de conciencia� de los trabajadores de la salud, tuvo un tono mucho más prudente y nunca se presentó como un rechazo total al proyecto. Los manifestantes que provocaron disturbios frente a la Legislatura asumieron en un comunicado prácticamente las mismas demandas de Bergoglio, pero representaban a un número reducido de organizaciones católicas (Liga de Madres de Familia, Liga de Amas de Casa, Consorcio de Médicos Católicos, entre otras) que no expresan todo el poder institucional como podría haber sucedido si la arquidiócesis de Buenos Aires hubiera decidido movilizar a parroquias y colegios.
La falta de otras voces episcopales que terciaran en el debate se puede justificar formalmente porque se trataba de una legislación acotada al ámbito de la ciudad de Buenos Aires y, en ese caso, era a Bergoglio a quien le correspondía actuar. Se hace difícil obtener explicaciones institucionales para entender las razones que movieron a esta actitud eclesiástica de evitar el choque frontal. Esto no extraña a quienes conocen que en la institución eclesiástica se hace del hermetismo casi una cultura. Pero en los corrillos eclesiásticos se puede escuchar, en primer lugar, que habría sido difícil obtener un respaldo masivo para enfrentar a un proyecto de ley que, en primer lugar, está muy lejos de ser proabortista como sostiene el integrismo católico y que, al mismo tiempo, cuenta con respaldo en grandes sectores de la sociedad porque transparenta lo que de hecho ya se hace y aporta mayores posibilidades en materia de educación sexual. Muchos católicos están de acuerdo con la iniciativa aprobada y, éstos y otros, descartan el reduccionismo que se hace respectode la �defensa de la vida� señalando que los católicos también defienden la vida con su presencia en el campo social.
A lo anterior se habría sumado la especulación sobre los escasos beneficios que podría acarrear a las autoridades eclesiásticas dar una batalla prácticamente perdida. Se optó, en cambio, por los contactos privados y las negociaciones �incluidas las gestiones ante el presidente De la Rúa� para evitar que el proyecto llegase a la instancia de definición legislativa. En el recinto de la Legislatura poco quedaba por hacer. Si a esto hay que sumar que una pelea frontal en este campo podría haber perjudicado la imagen en alza que la jerarquía católica viene recogiendo en los últimos meses por su compromiso con lo social, el balance no habría sido positivo. Por todo ello la �queja� católica no superó el nivel de lo formal, dejando constancia de las diferencias y de la postura de la Iglesia. Bergoglio podrá exhibir estas constancias en el caso de que sea necesario. Mientras tanto la protesta más estridente se limitó a un reducido grupo de católicos fundamentalistas y las fuerzas institucionales se reservan, probablemente, para la eventualidad del debate nacional sobre una ley sobre despenalización del aborto.
MALENTENDIDOS DE LA VIDA RELIGIOSA Y DISCUSIONES DEL PAPA EMBARAZADO
Las monjitas y el pecado de la carne
Por Luis Bruschtein
El día que aprobaron la famosa Ley de Salud Reproductiva, en la puerta de la Legislatura porteña había grupos de jóvenes muy prolijos que polemizaban sobre el esperma y las trompas de Falopio. Enfrente había otro grupo de pibes que seguramente venían de los festejos de Boca Juniors, francamente mal entrazados, con un cartel que decía: �Si el Papa quedara embarazado, el aborto sería sagrado�. Por alguna razón, toda la situación parecía un despropósito.
Las trompas de Falopio, los óvulos, los malditos espermatozoides y hasta los ovarios femeninos estuvieron por primera vez en boca de muchos estudiantes de colegios religiosos que acusaban de asesinos a los que defendían el uso de preservativos. Como si el tipo que usara preservativos fuera un asesino condenado al infierno. La cuestión del infierno tiene mucho que ver en esa confusión.
Hace unos días, dos amigas que fueron a colegios de monjas se contaban en una reunión sus problemas con los pecados de la carne y del deseo. Pecaron tanto de la carne y del deseo que se pasaron la pubertad confesándose y rezando rosarios. �He pecado, padre�, �¿Qué pecado has cometido, hija mía?� �El pecado de la carne, padre�, �¿Con quién?�, preguntaba el confesor, �Con mi padre�, respondía la muchacha acongojada. Y el sacerdote, sin inmutarse, le ordenaba rezar diez rosarios y otros tantos avemarías.
Para ella, el pecado de la carne no era el incesto, del que no tenía ni la menor idea, sino comer carne. Nadie se lo había explicado. Le mostraban ilustraciones del Durero sobre el Infierno, con personas colgando de cadenas, escarnecidas por demonios o ardiendo en las llamas, y le decían que allí iban a parar los que pecaban con la carne. Las monjas se lo decían con tanto énfasis que no se animaba a preguntar de qué se trataba en concreto. Y veía que en la casa hacían unos asados terribles y se imaginaba que todos sus seres queridos iban a terminar en la otra parrilla.
La otra sufrió por el deseo. Las monjas pronunciaban esa palabra con verdadera inquina y repugnancia. Después de todo, era la cruz que ellas cargaban. Y la muchachita deseaba también, pero no lo mismo que ellas, aunque quizá con la misma intensidad: deseaba una golosina, una muñeca o un paseo por el parque de diversiones y cada vez que lo hacía, cada vez que uno de esos deseos se adueñaba de sus impulsos, sentía inevitablemente el calor de las llamas del infierno. Ni siquiera sabía de qué se trataba el deseo sexual, simplemente se trataba de EL DESEO. Vivía torturada. Cada vez que pasaba frente a la vidriera de una juguetería se le aparecía un demonio rojo con cuernitos, barbita negra y un gran tridente que le espiaba los pensamientos.
Cuando fueron un poco más grandes, otras dos compañeras de la misma escuela, las más osadas, le robaron preservativos a un hermano y, a escondidas, calzaron uno en la canilla de un viejo lavarropas Eslabón de Lujo. Querían tener siquiera una idea aproximada de qué se trataba tanto misterio. Nadie podía decir que habían pecado con la carne, porque se trataba de un lavarropas.
Si de algún pecado las podían acusar, era del de curiosidad. El hecho circuló de boca en boca hasta que, vaya a saber cómo, el rechoncho lavarropas con preservativo pasó a tener una connotación terriblemente perturbadora. Lo que perturbaba era, en realidad, la fantasía de dos adolescentes jugando con un lavarropas y un preservativo y no el lavarropas ni lo que ellas habían hecho.
Es casi imposible discutir sobre las trompas de Falopio y la salud reproductiva con el Infierno de por medio porque hasta pensarlo es motivode condena. Si el solo hecho de ponerle preservativos a un lavarropas es condenable, ni qué pensar si se lo pone un masculino, como dice la policía.
�Esa periodista que mató al
nene que llevaba en su panza�
Por Sandra Russo
La ley de Salud Reproductiva desató pasiones que los medios de comunicación no sólo reflejaron: en algún caso, como en el que involucró a Nancy Pazos y a Eduardo Feinman, la chispa de la polémica prendió fuerte e hizo arder a los protagonistas. En su programa de Canal 7 del viernes 16, Pazos había tomado el tema de la ley en ciernes presentando un estremecedor informe sobre embarazos adolescentes, y había cerrado su diálogo posterior con la legisladora Liliana Chiernajowsky llorando y explicando sus lágrimas con un �yo sé lo que es tener un embarazo no querido a esa edad�. El lunes 19, en el programa de Radio 10 �El oro y el moro�, Feinman la embistió con una perorata ultramontana, requiriendo que algún fiscal tomara el caso �de esa periodista que se llena la boca hablando de la pobreza y la desnutrición infantil, y no tuvo ningún empacho en matar a su propio hijo, a ese nene que llevaba en la panza�.
El viernes 16, en su programa �Marcapazos�, Pazos se adelantó al debate que el jueves inflamó la Legislatura porteña, y tomó como eje la reacción de los grupos católicos ante la posibilidad de que los adolescentes accedan a un hospital público para pedir la información y la provisión de algún método anticonceptivo. En el piso estaban, para abordar el tema desde diferentes ángulos, la doctora Esther Polak �quien más tarde enumeró los métodos de anticoncepción señalando las particularidades de los más usados� y la legisladora Liliana Chiernajovsky. Con sus preguntas intimistas, en el transcurso del programa, Pazos hizo saber, por ejemplo, que Chiernajowsky tuvo a su primera hija a los 19 años, que en consecuencia sabe por experiencia propia lo que significa la maternidad adolescente, que no recuerda cuándo habló con su hija por primera vez sobre sexualidad, pero que está atenta a construir un lazo de confianza entre padres e hijos, ya que ella misma, dijo, no lo tuvo.
Tras recordar que en la Argentina el 14 por ciento de los bebés que nacen tienen padres menores de 19 años, Pazos mandó al aire un informe realizado por ella misma con chicas y chicos ya padres o en tránsito a serlo. Salvo una pareja con un bebé en brazos �el chico había sido papá a los 16 años� el resto de los testimonios de las adolescentes estaban teñidos de una profunda melancolía y un desamparo abrumador. No habían sabido cómo cuidarse, los métodos habían fallado, sus familias las habían dejado solas, nunca habían visitado a un ginecólogo ni habían pensado, al no cuidarse, en la posibilidad no ya de embarazarse sino en la de llegar a contagiarse alguna enfermedad de transmisión sexual. De vuelta en el piso, Chiernajowsky decía que �tenemos una deuda con muchos sectores, en especial con los adolescentes�, e intentaba redondear su idea obviando el hecho de que, enfrente, tenía a una periodista con la cara bañada en lágrimas. Antes de ir al corte, Pazos recordó otro dato, que en la Argentina �hay 500.000 abortos por año�, y explicó que �yo sé lo que es tener un embarazo no querido a esa edad�. Después el programa siguió su curso.
Pero la congoja de Pazos no pasó inadvertida, aunque por la línea argumental que tomó, es probable que Eduardo Feinman no haya visto �Marcapazos� sino que alguien le haya contado, sumándole ingredientes, el episodio. El lunes, en Radio 10, el periodista ya conocido por asumir roles que a esta altura hacen enrojecer hasta a los conservadores más recalcitrantes, arremetió: �Una periodista de Canal 7, canal oficial, confesó el viernes a las diez de la noche que asesinó a su hijo por nacer. Confesó llorando, y yo siempre digo que a confesión de partes relevo de pruebas. La confesión es la reina de las pruebas en el derecho. Confesó que abortó porque no estaba enamorada. Pregunto: ¿algún fiscal va a investigar, porque el aborto es un delito, le pedirá los datos del médico, de la clínica, del anestesista, de todos los profesionales que participaron del aborto de esta periodista? ¿Qué diferencia hay entre matar a un niño por nacer que a un niño ya nacido?� Por su parte, Pazos niega que sus lágrimas puedan ser tomadas como una �confesión�. �Yo había ido a la calle para hablar con chicas de entre 15 y 18 años de distinta clase social, para que me contaran ellas su situación. Y uno de los testimonios fue de una chica de 16 años que había quedado embarazada. El novio la había abandonado y ella ahora está en un hogar. El informe era fuerte. Liliana explicó que no había ido ahí para hablar del aborto, que no estaba a favor. Y yo me acordé de situaciones de mujeres que conocí, me emocioné y lo único que dije es que si toco ese tema en el programa es porque sé lo que es tener un embarazo no querido en la adolescencia. Con esta frase, el energúmeno (Feinman) entendió que yo me había hecho un aborto. El tipo se hizo una novela. Pero, ¿quién no conoce a una mujer que se haya hecho un aborto?�.
En su programa del último viernes, Pazos contraatacó �la novela� de Feinman con el padre de la telenovela, habitué de su programa, Alberto Migré. Tras señalar, Pazos, que lo importante es que la ley, ahora, va a permitir evitar muchos embarazos no deseados, Migré cerró diciendo que �ni al autor de telenovelas más sádico� se le hubiese ocurrido emplear tanta saña en un comentario.
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