Por Alfredo Grieco y Bavio
El avance del romance chino-norteamericano y una recesión obstinada son pesadillas niponas post caída del Muro de las que al gobierno de Tokio le resulta difícil despertar. La crisis japonesa fue la segunda vuelta de la asiática de julio de 1997, que salpicó a todos los mercados emergentes, dejó indemnes a la Unión Europea y Estados Unidos, y hoy parece un pretérito remoto. El oficialismo se jacta hoy del �crecimiento recuperado�, con una subida del 0,5% del Producto Interior Bruto (PIB) para el año fiscal que concluyó a finales de marzo, tras dos de retroceso. La debilidad que demostraron las instituciones financieras niponas amenaza con frenar la recuperación en la segunda potencia económica del planeta y tiene por detrás una crisis política que muchos analistas prefieren no justipreciar. De los 101 millones de japoneses del padrón, los que hoy voten probablemente lo hagan mayoritariamente por un centroderechismo que se ha vuelto más vistosamente tradicional y nacionalista.
Para la situación actual, la paradójica solución japonesa que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial acompañó el boom económico no está a la altura de las circunstancias. Porque esa solución era el monopolio del poder por un partido, el centrista PLD (Liberal Demócrata), que adoptaba las decisiones con la menor transparencia posible y después convocaba a elecciones para que una ciudadanía dócil las refrendara. En las elecciones de hoy, el premier Yoshiro Mori espera retener el puesto que obtuvo cuando Keizo Obuchi entró en coma el pasado abril, menos de dos años después de la renuncia ritual de Ryutaro Hashimoto, un premier que a su vez gozó de los mayores porcentajes de abstencionismo electoral en medio siglo.
La crisis política se ve duplicada por otra social, o por lo que muchos japoneses perciben como tal. A diferencia de lo que ocurre en China, que todavía sigue siendo más �asiática�, la sociedad japonesa parece haber abandonado ya, e irreversiblemente, una moral del deber hacia el grupo, que trocó por una ética de los derechos individuales. Car tsuki, baba nuki (Con auto pero sin suegra) es el slogan que define el modelo de novio para las que se quieren casar.
La crisis económica, política y social se afianza en un contexto de ebriedad especulativa dramáticamente despertada a la sobriedad, de políticos venales hábiles en las ciencias secretas de malversar los caudales públicos, de una yakuza (en italiano, mafia) solidaria y un Estado distraído, de una globalización a la que se desatiende porque los japoneses piensan que ellos fueron los primeros en llegar a la cita.
Los años de Akihito
El 24 de febrero de 1989 se celebraron en Tokio las ceremonias fúnebres del emperador Hirohito. 160 delegaciones diplomáticas y 52 jefes de Estado presentaron a su hijo y heredero las condolencias por la muerte de un presunto criminal de guerra al que el general Douglas MacArthur había salvado la vida en un juicio de Nuremberg que no fue. En ese momento, la opulencia japonesa alcanzaba una cumbre que no recuperaría jamás. El producto bruto per cápita (23.000 dólares) había superado al norteamericano (21.000). Paradójicamente, en el reinado del sucesor Akihito, mejor conocedor de Occidente y de la democracia, la economía japonesa comenzó su caída irrefrenable. A los funerales de Obuchi del 8 de junio pasado, como la prensa japonesa no dejó de observar, Occidente sólo envió funcionarios de una categoría sensiblemente más modesta.
El Nikkei, el índice bursátil japonés, había alcanzado su record histórico de 38.916 en diciembre de 1989, para caer a 14.485 en 1994 y mantenerse luego en niveles similares. Las inversiones directas de Japón en el extranjero cayeron de 67.000 millones de dólares en 1989, a 36.000en 1993. Las grandes victorias simbólicas se volvieron bien reales derrotas: en 1995 Matsushita revendió los estudios norteamericanos MCA y Mitsubishi se deshizo en Nueva York del Rockefeller Center.
Como en el Japón feudal, en la era de Akihito la vida política japonesa presentó una doble estructura. Los actores visibles no son a menudo más que los ejecutantes de una intriga tramada por otros. En la aurora del tercer milenio, también gobierna un shogun de las sombras: la política japonesa es un arte de la escena, en un país donde el teatro clásico le otorga un rol central al biombo.
El shogun de las sombras
A comienzos de la era inaugurada por Akihito, el 80 por ciento de los japoneses declaraba no tener ninguna confianza en sus hombres políticos (siempre varones). Al fin de la década de 1990, la participación electoral descendió a un 50 por ciento, 20 puntos por debajo de los años 80. El voto flotante aumenta entre los asalariados urbanos. Aunque los japoneses conservan su actitud de deferencia -.otros dicen de cobardía� ante las autoridades establecidas, en los �90 practicaron como electores el zapping político y como elegidos las coaliciones �contra natura�. En 1995, los candidatos favoritos del establishment para gobernador de Tokio fueron vencidos por actores de televisión especializados en papeles de payasos.
La crisis política se explica por el agotamiento de lo que los japoneses llaman el �régimen 55�. Es un consenso político por el cual el PLD gobernó sin interrupción de 1955 a 1993. El PLD es uno de los partidos monopólicos benditos por la Guerra Fría �como el Partido del Congreso en la India y el PRI en México�, que empezaron a perder su base de poder a causa de su falta de ideología y de su corrupción interna. En Japón, este sistema de pluralismo sin alternancia en el poder estaba basado sobre clientelismos locales, donde las fidelidades personales fueron siempre más importantes que los debates de fondo. Con el curso de los años, la política se había convertido en un juego de circuito cerrado, arbitrado por caciques del PLD.
En 1996, la derecha recuperó la escena, y venció a Murayama Tomiichi, elegido en 1994 y el primer socialista en el poder desde 1947. La ausencia de relanzamiento económico y la multiplicación de la corrupción administrativa fueron culpables, más que la ideología, de la precipitada derrota de la izquierda y del nuevo triunfo del PLD, que ha gobernado desde entonces. Y, según las encuestas de los principales medios, seguirá haciéndolo. De los 480 escaños que se disputan hoy en la poderosa Cámara legislativa, el PLD obtendría un mínimo de 241 y un máximo de 270. En cualquier caso el oficialismo se situaría dentro de la mayoría simple y podría alcanzar la cómoda mayoría absoluta necesaria para ejercer un gobierno en solitario, pese al retroceso que los datos reflejan respecto a los 271 escaños que posee en la actualidad. En cuanto al ejecutivo, los sondeos preelectorales afianzan aún más la posición del PLD, pues junto a los partidos Nuevo Komeito y Conservador que forman la coalición de gobierno, la alianza tripartita contaría con más de 300 parlamentarios. El Partido Demócrata, eje de una coalición opositora, cuenta con una adhesión que hoy sólo alcanza a un 30 por ciento del PLD. La única sorpresa la pueden dar los indecisos.
El crisantemo y la espada
Ante la crisis, la respuesta del Japón ha sido un giro hacia la derecha más ideológica, con una nacionalización del discurso y el programa del PLD. Hashimoto gustaba de aparecer en los afiches de campaña con losatuendos y gestos de un campeón de artes marciales. Su sucesor Keizo Obuchi, de 71 años al asumir, pertenecía a la vieja guardia y organizaba procesiones religiosas a las tumbas de los padres de la patria de la Segunda Guerra Mundial (sin importarle que fueran criminales de guerra, a veces convictos). Cuando el derrame cerebral que sufrió en abril suspendió para siempre la participación de Obuchi en cualquier procesión, su sucesor y actual candidato gubernamental fue más lejos. Mori definió a Japón como un país divino con el emperador en su centro. Es la definición clásica del régimen imperial y el slogan con el que las tropas japonesas invadieron Asia en la década del 30 y en la siguiente, ya como aliado del Tercer Reich Alemán.
El tema de la divinidad imperial es tabú en Japón desde la capitulación ante los Aliados tras las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki. En su mensaje al país del 1º de enero de 1946, el emperador había tomado la precaución de renunciar a su ascendencia divina. Para la Constitución de 1947, redactada según un borrador impuesto por los norteamericanos, el emperador es (sólo) �el símbolo del Estado y de la unidad de la Nación�. En el mismo texto, se le negó al shintoísmo, centrado en el culto de los antepasados, el rango de religión de Estado.
En 1995, un acontecimiento en el subterráneo de Tokio atrajo la atención mundial. Una novísima �nueva religión�, dirigida por el gurú Asahara Shoko y dotada de una estructura paramilitar, había organizado un atentado con gas sarin. Diez personas murieron, cinco mil resultaron heridas o intoxicadas. Una ley impuso la transparencia financiera a las 180.000 sectas que prosperaban en el archipiélago. La presencia y el éxito de éstas demostraban la demanda de �bienes de salvación� en un país tradicionalmente percibido como indiferente en materia religiosa, más allá de la primorosa conservación de algunas ceremonias. Las declaraciones de Mori sobre la divinidad imperial fueron divisivas y polarizaron a esta nación igualitaria. Queda por ver si no servirán en suma para reunificar a la población (con independencia de los votos urbanos que hagan perder) en torno a las creencias tradicionales, contribuyendo a dotar de alguna mística a un partido que carece de ella. En todo caso, nadie acusará a Mori de insípido, como le pasó a su antecesor Obuchi, a quien en vida llamaban �pizza fría�.
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