Por Benoit Jacquot
París hoy. Una mujer, un hombre. Dominique y Quentin. El es joven, ella no tanto. Ella tiene una buena posición económica, él busca una. No tienen nada en común, pertenecen a mundos distintos. A pesar de sus diferencias una sola mirada basta para quedar atrapados en una pasión imposible. Una pasión que hará que sus vidas cambien para siempre.
La escuela de la carne se origina en dos deseos. Primero, el de Isabelle Huppert y el mío de hacer un film juntos, un film que se concentrara en ella, en el que Isabelle fuera la columna vertebral. Literalmente, un film rodado alrededor de ella. A Isabelle le había gustado La fille Seule, una película que hice acerca de una actriz y su personaje y quería que hiciera algo similar. Por otro lado, estaba el deseo de Fabienne Vonier, que había distribuido mis anteriores films, de comenzar a producir. Fue Fabienne quien nos dio La escuela de la carne de Mishima, sugiriendo que tal vez este libro podría ser el punto de partida que Isabelle y yo queríamos.
No conocía el libro. Había leído algo del trabajo de Mishima pero nunca pensé en adaptar una de sus novelas para el cine. Al principio La escuela de la carne me desconcertó. La fuerza del libro reside en el retrato que hace de la mujer del Japón, después de la Segunda Guerra Mundial. Pero no podía ver cómo trasladar la fuerza del libro aquí a Francia y ahora. Cuando lo leí nuevamente descubrí que detrás del mundo de esta mujer se abría un país al menos tan poderoso y más apasionado, el alma del trabajo de Mishima: la inversión, no sólo sexual, sino la inversión en todo orden. Cómo, al cambiar el punto de partida de cada uno, puede alcanzarse cierto tipo de verdad. Así que escribí unas 30 páginas estableciendo ciertos principios para la adaptación, pautas para algunas escenas, e inmediatamente solicité que fuera Jacques Fieschi quien escribiera el guión. Le di lo que había escrito y en algunas partes siguió mis pautas, y en otras se alejó de ellas, pero era la primera vez que le dejaba la escritura de un guión completamente a otra persona y tuve que reconocerme en lo que Jacques escribió hasta que se convirtió en un punto de partida para mí.
Después de haber trasladado la historia de la novela a la Francia de hoy, no quería dejar de incluir a Japón en la película y lo hice jugando con algunos símbolos, como una señal entre el receptor y el emisor. Elegí un departamento algo sombrío para el personaje de Dominique, quien trabaja para un diseñador de ropa japonés, inserté caligrafía aquí y allá y rodé una escena en un restaurante japonés. También hay algo oriental acerca de Vincent Martínez. A veces parece un personaje de un film de Oshima de los años �50 o un film contemporáneo taiwanés.
Lo más fuerte del libro de Mishima, que es maravilloso, es que la mujer tiene el rol del hombre maduro y el hombre joven interpreta a quien en ocasiones se define como mujer joven fatal. Hay pequeñas señales de este cambio continuo: un nombre propio masculino para Dominique, que tiene cabello corto y sólo usa pantalones. Pero lo más importante es que su destino es el mismo que el de muchos hombres en la ficción literaria o cinematográfica. Pero Dominique, retratada por alguien tan femenina como Isabelle, no podría verse como una Amazona. Y así como Dominique es masculinizada por su posición en la vida, Quentin es femenino en la suya, sin ser afeminado en la otra forma. Creo que es más que nada heterosexual, pero la vida lo ha ubicado en un contexto femenino y homosexual, que es para él la única manera de lograr mejorar su situación. Eso es todo lo que sabe y, como le dice a su madre, su vida ya es vieja. Lo más cruel es que Dominique, a su manera, toma ventaja de la situación y la usa para lograr algo que sólo le importa a ella.
¿Qué es la intimidad? ¿Algo extraño y familiar a la vez? Ese es posiblemente el enigma que el film trata de abordar. El momento de intimidad, que es tal vez un abismo, sólo puede mantenerse modestamente, por lo que no se dice más de lo que se dice, por lo que se esconde más de lo que se muestra. El cine es el arte de hacer esto desde sus principios muestra y esconde en el mismo movimiento. Quería que todo en el film ocurriera en un laberinto de gestos, palabras, miradas, un laberinto muy sexual y erótico muy cercano a la cámara. Sabía que los personajes de Isabelle Huppert y Vincent Martínez se rechazarían más que atraerse. La Escuela de la carne está formada por ecuaciones sentimentales mientras intenta evitar todo sentimentalismo. Los personajes en el film siguen sus emociones, todos tienen una grieta o cicatriz que reabren incesantemente porque están vivos. No están disueltos, no hay pensamientos o reflexiones en la historia, casi no hay conciencia. Son ciegos voluntariamente.
La escuela de la carne es la historia de un amorío, y un amorío puede significar diferentes cosas pero está atado al vínculo sexual, así se lo enfrente o se lo evite. Dominique y Quentin aprenden, a cierto costo para ellos, creo yo, que el vínculo sexual es la mejor manera de separar a dos personas. Toma tiempo aprender eso y una vez que la lección se ha aprendido se olvida rápidamente. Por fortuna, ya que no veo de qué otra forma podría ser. Pero de eso se trata La escuela de la carne, y creo que es lo que explica el film.
PERFIL DE BENOIT JACQUOT, UN DIRECTOR A DESCUBRIR
Un cineasta secreto, casi maldito
Por Luciano Monteagudo
En las notas para el catálogo de la retrospectiva que el Festival de Toronto le dedicó hace tres años al realizador francés Benoit Jacquot, el programador de la muestra, Piers Handling, se asombraba de la escasez de material teórico o meramente informativo sobre su obra (aún en Francia) y lo difícil que era localizar copias de sus películas, a pesar de que ya lleva filmados casi veinte largometrajes. Esa condición de cineasta secreto, maldito incluso, ha variado un poco desde entonces, en la medida en que sus films han comenzado a ganarse un lugar de privilegio en los festivales de Berlín y de Cannes. Pero en la Argentina, Jacquot sigue siendo un completo misterio, al menos hasta el jueves, cuando se estrene La escuela de la carne (L�école de la chair), versión libre de una novela del japonés Yukio Mishima, la gélida historia de una pasión, protagonizada por la avasallante Isabelle Huppert, en un papel escrito a su medida, como si el director al concebir el film hubiera pensado solamente en su rostro duro, sensible e inquietante a la vez, poseedor de un secreto que nunca termina de revelar.
Algo de esto explica Jacquot en el texto que acompaña a esta nota, en el que también se refiere a su manera de aproximarse a Mishima, un autor, por cierto, muy poco abordado por el cine, quizá por su carácter eminentemente revulsivo. Se sabe que el director japonés Kon Ichikawa adaptó allá por 1958 una novela de Mishima titulada Enjo, la tragedia de un joven sacerdote en conflicto con su mundo, que decidía incendiar su propio convento. Y los memoriosos recuerdan que alguna vez llegó a Buenos Aires una extraña producción independiente norteamericana titulada �como la novela del autor japonés� El marinero que cayó de la gracia del mar (1976), dirigida por un tal Lewis John Carlino y protagonizada por Sarah Miles y Kris Kristofferson, enredados en una mórbida pasión, atenuada por los cortes de la censura de entonces. Pero el Mishima que más trascendió fue sin duda el que divulgó la película homónima de Paul Schrader, que convirtió al poeta, novelista y dramaturgo suicidado en 1970 en el héroe cultural que el propio Japón siempre negó.
El carácter inquietante de la obra de Mishima vuelve a expresarse en la adaptación de Jacquot, un cineasta que comenzó su carrera cinematográfica de una manera más bien anómala, como asistente de los films literarios de Marguerite Duras. Su ópera prima para el cine, L�assasin musicien (1975), revelaba la doble influencia de Godard y Bresson, de quienes luego se fue liberando, hasta conseguir una identidad propia, primero con Corps et biens (1986) y La désenchantée (1990) y finalmente con La fille seule (1995), que le valió su consagración en la Berlinale, donde obtuvo el premio de la crítica (Fipresci).
Con Le septième ciel (1997), Jacquot pareció anticipar algunos de los elementos de La escuela de la carne, particularmente en su tratamiento del mundo burgués, un universo en apariencia cerrado en sí mismo pero en el que el director percibe grietas profundas. Aquí la Huppert, tan segura de sí misma, se ve arrastrada sin embargo a un juego de dominación y sumisión con un lumpen que levanta en un bar gay, un muchacho cuya ambigüedad va mucho más allá del sexo.
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